/ miércoles 3 de julio de 2024

PISA y el terreno pedagógico

Aparte de cumplir con el plan de estudios oficial, ¿cultivan las escuelas de nuestro país el pensamiento creativo? Para responder a esta pregunta, el Programa para la Evaluación Internacional del Estudiante (PISA) publicó hace unos días el reporte intitulado “Mentes creativas, escuelas creativas”.

Este estudio se deriva de los resultados de dicha prueba, la cual se aplicó en 2022 a 690 mil jóvenes de 81 países, incluido México, aunque aquí solamente se reportan datos para 66 naciones. Es la “primera vez” que se mide la habilidad de pensar creativamente desde el año 2000 que se aplica PISA.

El pensamiento creativo es, según la OCDE, la habilidad del estudiante para participar en la generación, valoración y mejora de las ideas cuyo resultado se traduce en ofrecer respuestas efectivas y originales, hacer avanzar el conocimiento y crear expresiones imaginativas con impacto.

Desde sus inicios, PISA ha enfatizado la dimensión instrumental sobre el valor intrínseco de la educación. Por eso señala que en puestos de alta especialización, el pensamiento creativo está ubicado como la “segunda habilidad más importante” para el trabajador, luego de la capacidad para pensar analíticamente.

Pero el informe hace un matiz: el pensamiento creativo, dice la OCDE, no es sólo útil para ser “competitivo” en el mercado laboral, sino que esta habilidad también puede operar como un “poderoso estímulo” para el aprendizaje, para su profundización; así como para “activar” conocimientos avanzados, estimular el desarrollo emocional, la resiliencia y el bienestar.

Decir que el aprendizaje puede tener efectos sobre el desarrollo humano y no solamente en el mercado laboral y en la economía es algo que diversas corrientes de la filosofía humanista y la pedagogía han señalado por siglos. Que la OCDE ahora lo reconozca es correcto.

De hecho, el reporte de la OCDE construye argumentos cualitativamente distintos a lo acostumbrado. Dice, por ejemplo, que “la excelencia académica no es un prerrequisito” para cultivar el pensamiento creativo. Es decir, puede haber un país, sistema educativo o individuo “aplicado” en lo académico pero sin ideas.

Aunque las mediciones del informe están expresadas en puntajes (scores), su enfoque es más amplio y motiva a pensar, más profundamente, en qué tipo de procesos educativos serían necesarios para que los jóvenes generen ideas diversas, creativas y las mejoren. “Las pedagogías en el aula pueden hacer la diferencia” y la creatividad se puede aprender, ratifica el informe.

Luego de una agenda educativa poco imaginativa y políticas ineficaces, el gobierno entrante tiene en este reporte una base para pensar y actuar distinto. Aunque los resultados para México en términos de pensamiento creativo nos colocan por debajo del promedio de la OCDE (29 y 33 puntos, respectivamente), no estamos muy lejos de la media, como bien señaló Eduardo Backhoff, especialista en evaluación.

Igual de interesante será indagar por qué los puntajes obtenidos en pensamiento creativo no se corresponden con lo mal que salimos en matemáticas o qué explica que en estas mediciones no haya diferencias significativas por tipo de currículum (general o vocacional). De manera particular, llama la atención que México se desempeñe significativamente mejor en “expresión visual” que el promedio de la OCDE, pero en términos de resolución de problemas sociales y con un enfoque científico se registran puntajes significativamente más bajos. ¿Qué hará la doctora presidenta al respecto? Estemos atentos.

Aparte de cumplir con el plan de estudios oficial, ¿cultivan las escuelas de nuestro país el pensamiento creativo? Para responder a esta pregunta, el Programa para la Evaluación Internacional del Estudiante (PISA) publicó hace unos días el reporte intitulado “Mentes creativas, escuelas creativas”.

Este estudio se deriva de los resultados de dicha prueba, la cual se aplicó en 2022 a 690 mil jóvenes de 81 países, incluido México, aunque aquí solamente se reportan datos para 66 naciones. Es la “primera vez” que se mide la habilidad de pensar creativamente desde el año 2000 que se aplica PISA.

El pensamiento creativo es, según la OCDE, la habilidad del estudiante para participar en la generación, valoración y mejora de las ideas cuyo resultado se traduce en ofrecer respuestas efectivas y originales, hacer avanzar el conocimiento y crear expresiones imaginativas con impacto.

Desde sus inicios, PISA ha enfatizado la dimensión instrumental sobre el valor intrínseco de la educación. Por eso señala que en puestos de alta especialización, el pensamiento creativo está ubicado como la “segunda habilidad más importante” para el trabajador, luego de la capacidad para pensar analíticamente.

Pero el informe hace un matiz: el pensamiento creativo, dice la OCDE, no es sólo útil para ser “competitivo” en el mercado laboral, sino que esta habilidad también puede operar como un “poderoso estímulo” para el aprendizaje, para su profundización; así como para “activar” conocimientos avanzados, estimular el desarrollo emocional, la resiliencia y el bienestar.

Decir que el aprendizaje puede tener efectos sobre el desarrollo humano y no solamente en el mercado laboral y en la economía es algo que diversas corrientes de la filosofía humanista y la pedagogía han señalado por siglos. Que la OCDE ahora lo reconozca es correcto.

De hecho, el reporte de la OCDE construye argumentos cualitativamente distintos a lo acostumbrado. Dice, por ejemplo, que “la excelencia académica no es un prerrequisito” para cultivar el pensamiento creativo. Es decir, puede haber un país, sistema educativo o individuo “aplicado” en lo académico pero sin ideas.

Aunque las mediciones del informe están expresadas en puntajes (scores), su enfoque es más amplio y motiva a pensar, más profundamente, en qué tipo de procesos educativos serían necesarios para que los jóvenes generen ideas diversas, creativas y las mejoren. “Las pedagogías en el aula pueden hacer la diferencia” y la creatividad se puede aprender, ratifica el informe.

Luego de una agenda educativa poco imaginativa y políticas ineficaces, el gobierno entrante tiene en este reporte una base para pensar y actuar distinto. Aunque los resultados para México en términos de pensamiento creativo nos colocan por debajo del promedio de la OCDE (29 y 33 puntos, respectivamente), no estamos muy lejos de la media, como bien señaló Eduardo Backhoff, especialista en evaluación.

Igual de interesante será indagar por qué los puntajes obtenidos en pensamiento creativo no se corresponden con lo mal que salimos en matemáticas o qué explica que en estas mediciones no haya diferencias significativas por tipo de currículum (general o vocacional). De manera particular, llama la atención que México se desempeñe significativamente mejor en “expresión visual” que el promedio de la OCDE, pero en términos de resolución de problemas sociales y con un enfoque científico se registran puntajes significativamente más bajos. ¿Qué hará la doctora presidenta al respecto? Estemos atentos.

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