Tan intensa como ambigua, es la discusión publica y política respecto de la forma en que habrá de dirigir los destinos de su país y de buena parte de las reglas en los juegos de poder mundiales, el próximo Presidente de los Estados Unidos. Desde la hipotética conclusión de la invasión rusa a Ucrania, la disminución de las tensiones en Medio Oriente, la diversidad de escenarios respecto de las relaciones con los gobiernos de América Latina, hasta las nuevos vínculos con la Organización del Tratado Atlántico Norte y la Unión Europea, no cabe duda que su lema de “Hacer a América grande de nuevo”, al menos por la evidente influencia de su país, ya lo comenzó a cumplir.
Desde luego que en México, la discusión y especulaciones, están muy encendidas, más aún, después de la llamada telefónica entre la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y presidente electo Donald Trump. Las versiones dadas por ambos, son, sino diametralmente opuestas, sí muy diferentes. Pero hay sorprendidos, no sorpresas. Me refiero al conocido estilo intempestivo y teatral del futuro mandatario estadounidense. Con el antecedente de su primera presidencia, tenemos en la mesa de análisis, suficientes elementos para ponderar lo que será su segundo y último mandato. Esto es determinante para prever que sus acciones, estarán guiadas por “la última oportunidad”.
En ese contexto, en nuestro debate, se ha considerado poco que la sucesión de Donald Trump, ya empezó. Las implicaciones de dicha situación las conocemos muy bien. Es una de las principales reglas no escritas de nuestro sistema político. Bajo esa perspectiva, las y los distintos aspirantes a llegar a la Casa Blanca en enero de 2029, asumirán desde el primer día de la próxima administración, actuarán de forma más radical que el mismo Trump, para hacerse de su simpatía y confianza, así como poder ir formando una imagen de ser la o el heredero del capital político que eventualmente el Presidente pueda acumular.
Pero el abanico no se limita a los funcionarios de la alta burocracia. También hay gobernadores, como el de Texas, George Abbott, así como empoderados empresarios que pueden aspirar o influir de manera definitiva, como ya lo hace Elon Musk. Esta es otra variable que poco se considera en el popular ejercicio de intentar adivinar el actuar de Trump. Nos encontramos así, ante una realidad ya apuntada por Karl Marx, en su fundamental obra de El Capital, volumen I, Capítulo XXIV, referente a la acumulación originaria. Allí se da cuenta de cómo la relación entre intrínseca entre el Estado y el capital, establece una serie de condiciones que perpetúan las desigualdades. De allí la histórica necesidad, es marcar diferencias y sobre todo, atribuirle a las estructuras de gobierno un claro y determinante enfoque social y colectivo.
Otro factor que tampoco han sido tomado en cuenta lo suficiente, es la resistencia que habrán para varias de sus anunciadas medidas de política interna. Sobre todo en aquellos Estados de Estados Unidos, en donde además de haber perdido la elección popular (voto a voto), hay una dilatada tradición liberal demócrata, por ejemplo Washington, Oregón y California, que son las tres entidades de la costa Oeste de las fronteras de Canadá a México o también, los Estados de la costa norte del Este. Es decir, que tampoco se trata de que en la sociedad de ese país, se vayan a aceptar de manera dócil y unánime cada uno de los programas y políticas del futuro gobierno.
Estas tres variables, deben ser ponderadas por las estructuras del gobierno mexicano, pues le aportarán guías para la acción. En resumen: Donald Trump, no tiene más tiempo que los cuatro años de su mandato; la sucesión para sustituirle, ya comenzó y, las oposiciones institucionales así como las sociales, tendrán un importante papel. Los tres son factores internos, determinantes para la política interior de ese país.
@JOPso