/ miércoles 18 de julio de 2018

¿Política violenta o Violencia Política?

La violencia, lato sensu, ha sido conceptualizada como un vicio al consentimiento que, a través de la coacción, cualquier sujeto podría ser obligado a hacer u omitir acciones en contra de su voluntad. Desafortunadamente, existen diversas clases de violencia: física, moral, social, cultural, económica, laboral y política, entre otras. Por otro lado, entendemos el concepto de política como el arte utilizada por aspirantes a gobernar, o bien, por gobernantes para dar rumbo a directrices o estrategias que desean emprender a fin de generar beneficios y bienestar a los gobernados.

Entonces, ¿qué está sucediendo al converger estos dos conceptos en la vida diaria? Nos encontramos en un periodo de calma, después del extenuante tiempo de campañas para ocupar el máximo cargo público en nuestro país, y durante aquellos meses fuimos sujetos sensibles de un fuego cruzado de argumentos, críticas y señalamientos de los distintos candidatos a elegir el pasado 1 de julio. Sin embargo, esta actividad de campañas y proselitismo con la finalidad de ganar adeptos se sumergió en una lucha de simpatizantes de todos los partidos, de todos los colores, de todos los niveles. Resultado de esto, ha sido que pareciera que la forma actual y de moda de hacer política que tenemos es o debe revestirse de cierta manera violenta, a través de descalificativos que, incluso rayen en lo absurdo y en la falta de respeto sobre las propias personas, pues se ha dejado de lado el discernimiento por lo verdaderamente valioso: propuestas y objetivos de los candidatos y campañas. Lo violento genera primeras planas o notas de relevancia en los medios de comunicación, se convierte en tema de conversación o simplemente en memes que se difunden en las redes, con lo que se pretende que el conocimiento o popularidad de un candidato se incremente.

Así pues, dejamos de escuchar líneas propositivas y todo se convirtió en una lucha para manchar imágenes y nombres, con verdades o mentiras; así como buscar agredir al otro candidato para sacarlo de su contexto, provocando que tenga alguna respuesta violenta para hacerlo quedar mal ante la opinión pública y; que decir de utilizar diversos mecanismos de denuncias públicas contra el candidato o su familia, todo ello simplemente por lograr obtener un triunfo electoral a toda costa.

Ante los resultados de nuestra democracia, pareciera que esto ya no importa en estos momentos. Lo trascendente de este tema es poder replantearnos la manera en que queremos dirigir la política como ciudadanos, como gobernantes, como mexicanos, pues hoy queremos todos generar paz y para ello deben existir límites de respeto y civilidad. Para nada se trata de una limitación a la libre expresión, a la que todos tenemos derecho, sino de un llamado a la reflexión sobre la contaminación de discursos que sólo avivan climas hostiles.

Este rechazo a la violencia debe permear en nuestras instituciones electorales y partidos políticos con la finalidad de conducir sus acciones a través de medios democráticos y en paz, pues de lo contrario, lo que se ocasiona además de una política violenta, es una violencia política, al generar interferencias en el ejercicio pleno y libre de los derechos políticos de los ciudadanos y de esta manera alterar el albedrío en la toma de elecciones afectando el objetivo de hacer valer estos derechos en busca del bienestar común.

No podemos permitirnos naturalizar el casi centenar de candidatos asesinados en este periodo electoral, pero tampoco el sinnúmero de presidentes municipales, funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno que han perdido la vida a causa de la inseguridad incontrolable que se ha desencadenado de norte a sur del país.

La violencia política ha perdido límites, no tiene justificación, y menos podría sólo pensarse que el crimen organizado es la causa de este mal que nos aqueja.

Otra forma de violencia política con consecuencias visibles en nuestro entorno, es la desembocada con respecto al género, que sucede en el marco del ejercicio de derechos político-electorales de las mujeres para acceder a un cargo público. Esta situación se ve hundida en el quebranto o nulo reconocimiento de estas prerrogativas derivado del sólo hecho de ser mujer, de hacer un trato diferenciado y desproporcionado de manera negativa a las féminas con aspiraciones políticas. Y aunque hoy en día vemos presencia de mujeres valiosas en distintos cargos y curules, lo cierto es que el camino al éxito en este sentido es el doble de duro y requiere un doble esfuerzo, en lugar de resolverse en torno de capacidades, trayectorias y responsabilidades necesarias para cada espacio laboral que se pueda ocupar.

A pesar de nuestras diferencias culturales, ideológicas o políticas debemos evitar que la violencia, en cualquiera de sus posibles manifestaciones, se adueñe de nuestras decisiones y opiniones pues estaríamos dando la espalda a una verdadera democracia, así como al país en el que todos merecemos vivir.


mafrcontacto@gmail.com


La violencia, lato sensu, ha sido conceptualizada como un vicio al consentimiento que, a través de la coacción, cualquier sujeto podría ser obligado a hacer u omitir acciones en contra de su voluntad. Desafortunadamente, existen diversas clases de violencia: física, moral, social, cultural, económica, laboral y política, entre otras. Por otro lado, entendemos el concepto de política como el arte utilizada por aspirantes a gobernar, o bien, por gobernantes para dar rumbo a directrices o estrategias que desean emprender a fin de generar beneficios y bienestar a los gobernados.

Entonces, ¿qué está sucediendo al converger estos dos conceptos en la vida diaria? Nos encontramos en un periodo de calma, después del extenuante tiempo de campañas para ocupar el máximo cargo público en nuestro país, y durante aquellos meses fuimos sujetos sensibles de un fuego cruzado de argumentos, críticas y señalamientos de los distintos candidatos a elegir el pasado 1 de julio. Sin embargo, esta actividad de campañas y proselitismo con la finalidad de ganar adeptos se sumergió en una lucha de simpatizantes de todos los partidos, de todos los colores, de todos los niveles. Resultado de esto, ha sido que pareciera que la forma actual y de moda de hacer política que tenemos es o debe revestirse de cierta manera violenta, a través de descalificativos que, incluso rayen en lo absurdo y en la falta de respeto sobre las propias personas, pues se ha dejado de lado el discernimiento por lo verdaderamente valioso: propuestas y objetivos de los candidatos y campañas. Lo violento genera primeras planas o notas de relevancia en los medios de comunicación, se convierte en tema de conversación o simplemente en memes que se difunden en las redes, con lo que se pretende que el conocimiento o popularidad de un candidato se incremente.

Así pues, dejamos de escuchar líneas propositivas y todo se convirtió en una lucha para manchar imágenes y nombres, con verdades o mentiras; así como buscar agredir al otro candidato para sacarlo de su contexto, provocando que tenga alguna respuesta violenta para hacerlo quedar mal ante la opinión pública y; que decir de utilizar diversos mecanismos de denuncias públicas contra el candidato o su familia, todo ello simplemente por lograr obtener un triunfo electoral a toda costa.

Ante los resultados de nuestra democracia, pareciera que esto ya no importa en estos momentos. Lo trascendente de este tema es poder replantearnos la manera en que queremos dirigir la política como ciudadanos, como gobernantes, como mexicanos, pues hoy queremos todos generar paz y para ello deben existir límites de respeto y civilidad. Para nada se trata de una limitación a la libre expresión, a la que todos tenemos derecho, sino de un llamado a la reflexión sobre la contaminación de discursos que sólo avivan climas hostiles.

Este rechazo a la violencia debe permear en nuestras instituciones electorales y partidos políticos con la finalidad de conducir sus acciones a través de medios democráticos y en paz, pues de lo contrario, lo que se ocasiona además de una política violenta, es una violencia política, al generar interferencias en el ejercicio pleno y libre de los derechos políticos de los ciudadanos y de esta manera alterar el albedrío en la toma de elecciones afectando el objetivo de hacer valer estos derechos en busca del bienestar común.

No podemos permitirnos naturalizar el casi centenar de candidatos asesinados en este periodo electoral, pero tampoco el sinnúmero de presidentes municipales, funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno que han perdido la vida a causa de la inseguridad incontrolable que se ha desencadenado de norte a sur del país.

La violencia política ha perdido límites, no tiene justificación, y menos podría sólo pensarse que el crimen organizado es la causa de este mal que nos aqueja.

Otra forma de violencia política con consecuencias visibles en nuestro entorno, es la desembocada con respecto al género, que sucede en el marco del ejercicio de derechos político-electorales de las mujeres para acceder a un cargo público. Esta situación se ve hundida en el quebranto o nulo reconocimiento de estas prerrogativas derivado del sólo hecho de ser mujer, de hacer un trato diferenciado y desproporcionado de manera negativa a las féminas con aspiraciones políticas. Y aunque hoy en día vemos presencia de mujeres valiosas en distintos cargos y curules, lo cierto es que el camino al éxito en este sentido es el doble de duro y requiere un doble esfuerzo, en lugar de resolverse en torno de capacidades, trayectorias y responsabilidades necesarias para cada espacio laboral que se pueda ocupar.

A pesar de nuestras diferencias culturales, ideológicas o políticas debemos evitar que la violencia, en cualquiera de sus posibles manifestaciones, se adueñe de nuestras decisiones y opiniones pues estaríamos dando la espalda a una verdadera democracia, así como al país en el que todos merecemos vivir.


mafrcontacto@gmail.com