El pasado viernes 15 de noviembre, la Presidenta de la República afirmó que si bien la solicitud de presupuesto para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es un asunto que compete a la comunidad universitaria, es necesario que la institución tenga una política de austeridad republicana en el ejercicio de sus recursos.
Y agregó: “Yo lo he dicho, y con respeto a la autonomía universitaria, esto es algo que tienen que decidir las y los universitarios, pero, con respeto, conozco a mi alma mater y también tiene que haber programas de austeridad republicana”.
De estas palabras puede colegirse que la Presidenta Claudia Sheinbaum está muy consciente de que la UNAM ha incurrido y sigue incurriendo, por decir lo menos, en una pésima administración de los recursos del pueblo de los que dispone libremente sin rendir cuentas a nadie.
Pero esa mala gestión del dinero público no es producto, esencialmente, de ignorancia de las normas de la buena administración. Se trata, más bien, de un manejo perverso del presupuesto, en el que prevalece la opacidad, la discrecionalidad y la corrupción.
Sueldos y prestaciones excesivos para los altos funcionarios, en tanto que maestros por asignatura y trabajadores reciben salarios muy limitados. Para la alta burocracia sueldazos y prestaciones de ensueño. Viajes en avión, con cualquier pretexto, en primera clase, elevadísimos gastos de representación en hoteles y restaurantes de gran lujo, premios, bonificaciones y estímulos por sesudos trabajos académicos que nadie lee.
Esto que conoce bien la doctora Sheinbaum, ¿lo ignora el señor rector Leonardo Lomelí Vanegas? Imposible, porque como antiguo burócrata universitario, ha disfrutado, en primera persona y por muchos años de esas ricas mieles de los privilegiados.
¿No habrá sentido un poquitín de vergüenza el señor rector cuando la Presidenta Sheinbaum le restregó en la cara, pero con todo respeto, el panorama de abusos, agandalles y latrocinios que se dan en la UNAM?
Pero lo importante no es la encuerada pública que desde Palacio Nacional le dieron al burócrata de marras. Lo importante sería que Lomelí Vanegas pusiera remedio al actual manejo dispendioso, selectivo y elitista del presupuesto universitario.
¿Quiere el rector más dinero para seguirlo mal gastando? Sería mejor que, como le aconseja la doctora Sheinbaum, pusiera en marcha un programa de autorreforma de la UNAM que corrija y elimine estos evidentes vicios que hace décadas padece la todavía llamada Máxima Casa de Estudios.
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