por Rina Mussali Galante
Esta semana se cumplen dos años desde que Rusia invadió Ucrania con la aparente consigna de “proteger al pueblo del Donbás y desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. Una guerra que ha ido más allá de las fronteras geográficas, extendiendo sus ramificaciones a la arena internacional y la escena local. Un conflicto que no sólo debe preocupar a líderes políticos y estrategas militares, sino también a los ciudadanos comunes que se ven afectados, directa o indirectamente, por las consecuencias de esta disputa.
México, como hemos señalado en estos dos años desde la Unidad de Estudio y Reflexión del COMEXI sobre el conflicto, no es inmune a las repercusiones de esta guerra. En su primer trimestre, con la recepción y acogida de cientos de migrantes ucranianos y rusos; y en el resto del año con las variaciones en los precios de los energéticos y commodities, interrupciones en las cadenas de suministro, y una mayor inseguridad por la crisis alimentaria; mientras que hasta el año pasado aún persistía una inflación generalizada que deprimía la capacidad adquisitiva junto con alteraciones en el mercado de divisas que impactaron a exportadores, importadores y consumidores mexicanos. Todo ello, sumado a la reorganización de alianzas comerciales sustentadas en criterios geopolíticos y de amigos-enemigos.
¿Qué hay de este 2024? Más allá de los avances o retrocesos territoriales por parte de Moscú y Kiev vale la pena recordar que al cierre del 2023 y principios 2024 los republicanos condicionaron la continuación del flujo de ayuda estadunidense a Ucrania a cambio de medidas más contundentes en la frontera con nuestro país. Ello, por sí sólo, amerita que prestemos atención al desenvolvimiento de la guerra, porque México se convierte en una ficha de negociación dentro de la geopolítica global, más allá del fracaso del proyecto bipartidista, tras las críticas de Trump de tacharlo de “regalo político” a Biden y los demócratas.
En el aspecto táctico y militar de la guerra, este año hay que dirigir nuestra atención a la primera recepción de Ucrania de los aviones de combate F16, dada la presunta superioridad aérea rusa. De forma paralela, resulta crucial evaluar la capacidad de producción ucraniana de armamento y municiones considerando posibles recortes de suministro y/o de escasez en sus reservas de armas ligeras y pesadas y analizar la cobertura mediática que se tenga al respecto, tomando en cuenta los sesgos informativos y/o de desinformación en redes.
En el frente político, debemos prestar atención al resultado de las urnas: el margen de participación con el que Vladimir Putin consiga su reelección, los posibles llamados a eliminar las sanciones a Rusia y las mayores presiones de recortar ayuda financiera de Occidente a Ucrania, en caso de que el bloque de ultraderechas gane posiciones claves en las elecciones al Parlamento Europeo. A ello se suman todas las consecuencias de un hipotético regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
No sólo juegan los ingredientes electorales. La Cumbre de la OTAN en Washington, enmarcada en su 75 aniversario, pondrá nuevamente en el debate la prudencia de acelerar una posible membresía de Ucrania a la alianza militar; Rusia, quien presidirá los BRICS, hará uso del foro ampliado para pregonar su contrapeso al G7 y como alternativa a las instituciones del orden liberal dominado por Occidente. Ello, mientras la ONU se enfoca en buscar restaurar la confianza erosionada en la cooperación frente al minilateralismo y la parálisis del Consejo de Seguridad.
En fin, esta disputa nos debe de preocupar porque forma parte de una guerra híbrida más amplia, que pone en jaque a la seguridad global por la ola armamentista, la mayor proliferación nuclear, y una serie de esfuerzos diplomáticos que carecen de efecto resonador debido al beneficio que obtienen ciertos actores políticos con la prolongación de la guerra.
Este es el juego de matices que debemos de ver. La guerra ha cambiado la reconfiguración geopolítica del mundo, replanteando la neutralidad histórica de algunas naciones, envalentonando la alianza euroatlántica y ensanchando su frontera militar frente a una Rusia más dependiente de China y enfocada en Taiwán, y en franca amistad con una Corea del Norte que hecho de Seúl su enemigo número uno, además de sus cruces con las propias hostilidades en Medio Oriente a través de Irán y sus milicias en Irak, Siria y Yemen. Sin duda alguna, vivimos el momento más delicado desde el término de la Guerra Fría.
@RinaMussali
Fellow de la Unidad de Estudio y Reflexión “Rusia – Ucrania” del COMEXI.