La crisis “diplomática” (es un decir, a falta de diplomacia) entre México y Ecuador es en realidad un conflicto entre dos gobiernos encabezados por dos presidentes pendencieros en aras de su popularidad, a quienes no les importa violar los tratados internacionales y se acusan mutuamente de hacerlo.
Es un pleito grotesco, como aquellos de alumnos de secundaria que esperaban a que su contrincante escupiera primero para iniciar la pelea y tener el pretexto suficiente. La única y gran diferencia es que en el caso de los adolescentes quedaba dentro de los muros escolares.
Acá no. Acá se invoca nada más y nada menos que las soberanías nacionales, el honor y la integridad de la patria. Ya, en México, en las redes sociales surgieron varios aspirantes a nuevos niños héroes y algunos generales Anaya en defensa de la Patria, con mayúsculas sí. Faltaba más.
Cierto es que muy grave e inaceptable la violación a la inmunidad diplomática de la embajada mexicana en Quito y de sus funcionarios y empleados, protegidos por Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, como grave e inaceptable es que el gobierno de Mexico haya pasado por alto la Convención de Caracas que regula lo concerniente al otorgamiento de asilo en cualquier y establece que no es posible concederlo a personas condenadas por delitos comunes, salvo que el país otorgante justifique la ilegalidad de la persecución.
En diciembre pasado, Jorge Glas, exvicepresidente de Ecuador esencialmente en el gobierno de Rafael Corres, ingresó en la embajada mexicana solicitando asilo. Había sido condenado por corrupción y enfrentaba otro proceso judicial, lo que teóricamente impedía darle asilo político. Es decir, no era un perseguido político, sino un perseguido por la justicia de su país.
El detonante de la crisis “diplomática”, según coinciden muchos analistas, fueron declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano, Fernando Vllavicencio. Así, el gobierno de Rafael Noboa declaró, el viernes pasado, “persona non grata” a la embajadora mexicana. Entonces, el gobierno mexicano anunció el otorgamiento de asilo político a Glas. Ecuador respondió primero sitiando y luego irrumpiendo en el edificio de la embajada, en flagrante violación al derecho internacional. Luego, el rompimiento de relaciones por parte de México.
Evidentemente, ambos gobiernos se dicen víctimas de su contraparte intentando justificar lo injustificable. Noboa dice que se impidió la huida de Glas, y López Obrador, a despecho de sus desprecios por la aplicación de la ley en el país, recurre al derecho internacional y sobre todo a un discurso patriotero en que ya se han enganchado muchos.
No está bien que se haya violado la embajada mexicana en Ecuador, como tampoco estuvo bien que se haya utilizado para proteger a un exfuncionario delincuente, pero recurrir a un presunto patriotismo es absolutamente exagerado.
Hoy es necesario diferenciar entre patrias y gobiernos nacionales. Los de López Obrador y Noboa no son la Patria y son ellos quienes deben resolver sus problemas “diplomáticos”.