El primer Informe Presidencial, definitivo, es un resumen del cambio. Del que ya se hizo. Del que ya comenzó a hacerse. Del cambio que vamos a seguir viviendo.
Es, también un discurso que ratifica lo que es, lo que dice y, sobre todo lo que hace en el gobierno López Obrador.
Como síntesis de su “sentimiento”, un hombre que toca madera sin ruborizarse, el “buen viento” al que se refirió.
El lenguaje presidencial resume el cambio de una manera extrema. Casi tan fuerte como la incapacidad de comprensión de sus palabras que sufren algunos sectores sociales. No se trata, no únicamente, del ejercicio cotidiano de lapidación, a priori, de todo aquello que dice, intencional. ¿Por qué no pueden entender lo que dice López Obrador unos grupos sociales y otros no hacen sino festejarlo, incluso entronizarlo?
Porque la diferencia está en tener o no un pueblo en el pasado, en el presente. Y si me apuran una formación religiosa fuerte, donde existe una diferencia enorme entre el bien y el mal.
Quien haya nacido, vivido en un pueblo, uno de los muchos miles de pueblos que todavía perviven en nuestro país, sabe perfectamente de qué habla y para qué habla López Obrador.
Cuando se refirió a que una enfermera, un médico debieron conseguir el medicamente de una niña enferma de cáncer, si en eso le iba la vida, así fuese viajando a otro país, el Presidente se instaló en una realidad pueblerina donde el médico hace, siempre, todo lo que está en sus manos para curar a sus pacientes.
Son otros valores. Otro modo de vida. Donde existe una profunda, visible línea divisoria entre lo legal y lo ilegal, donde las familias viven en carencias, pero con principios, donde a ninguno se le ocurre robar ni matar. Esa vida de pueblo que los citadinos no saben que existe está, siempre, presente en el discurso de López Obrador.
Por eso puede decir, sin ruborizarse, que hay que “moralizar” a la sociedad, o de la falsedad de aquellos seducidos por “falsos brillos”. También hablar de la felicidad como tema de gobierno.
Todo esto corresponde a su realidad. A lo que quiere para el país. Por eso habla de que se “porten bien”, de que ninguno robe, de ayudarse los unos a los otros, por eso, sobre todo, la divulgación de la “Cartilla Moral”.
Así se vivía en Tabasco hace cincuenta o más años, en una comunidad fraterna, con las puertas y ventanas de las casas abiertas, conociendo a todos, con la mirada ingenua puesta en la Feria anual, estudiando, trabajando, sin grandes ambiciones, aplaudiendo que pavimentaran la calle.
Ese es el pueblo que trae a cuestas. El pueblo bueno qué estará presente en todos sus discursos. Y cuya irrupción en la realidad política mexicana, así sea solamente en palabras, es el mayor cambio que hemos vivido.
Si no tenemos presente esta realidad no podremos comprender al presidente que tiene aprobación de setenta por ciento de los mexicanos.
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