/ domingo 4 de agosto de 2024

“Sufragio efectivo. No reelección” (IX)

La macabra y olvidada cacería de los vasconcelistas… El 14 de febrero de 1930 amaneció como si fuera una jornada más. Nadie habría imaginado que ese día ocurriría la primera desaparición forzada de México en el siglo XX.

Diversas fuentes señalan al ex villista Eulogio Ortiz, “El Güero Ulogio” -jefe de operaciones militares en la Ciudad de México-, como responsable de aprehender a los activistas. Donde más capturó fue en el despacho de Octavio Medellín Ostos -ex director del Comité pro Vasconcelos-; otros, en sus propias casas, para llevarlos luego a la antigua hacienda de Narvarte -cuartel del 51 Regimiento de Caballería al mando del general Maximino Ávila Camacho-, donde el teniente llamado “El Gato” ordenó a la tropa subirlos a varios vehículos y conducirlos al kilómetro 28 de la carretera México-Cuernavaca -de nueva cuenta trágico escenario de las vendettas del poder en el Maximato-. Allí, en Topilejo, en un terreno baldío ubicado en las faldas del volcán Ajusco, los bajaron y, dotados de pico y pala -que les dio un jardinero japonés de la zona-, se les ordenó cavar sus propias fosas.

No hay cifra oficial de víctimas. Càlculos refieren más de un centenar de correligionarios ejecutados, cuyos cadáveres fueron descubiertos el 9 de marzo -atados con alambres como las víctimas de Huitzilac- por campesinos y perros de la zona ante el mefìtico olor a muerte. Se dice que esa noche a la vista de todos, uno a uno, fueron asesinados los vasconcelistas, unos colgados, otros apuñalados. De su identidad, se conocen algunos nombres como Ricardo González Villa, Roberto Cruz Zequera, J. López Aguilera, el general León Ibarra, Roberto Cruz Zequeira, Macario Hernández, Carlos Olea, Toribio Ortega, Manuel Elizondo, Pedro Mota y Félix Trejo. Carlos Pellicer, gracias a la intervención del entonces canciller Genaro Estrada, y José Revueltas, que terminó en las Islas Marías, no llegaron a Topilejo.

Confirmados los infaustos hechos, los familiares increparon a las autoridades, pero éstas nada investigaron y exoneraron a “El Güero Ulogio” y a Ávila Camacho -que negó todo-, declarando que eran calumnias inventadas por la oposición para difamar al ejército y desestabilizar al flamante gobierno de Ortiz Rubio. La prensa fue silenciada y suspendida toda “nota roja” en los medios. En 1932, apareció el cadáver de la hija del general Ibarra, la denunciante más combativa. ¿Cómo se supo de la matanza de Topilejo? Se dice que por dos sobrevivientes: Vicente Nava y el italiano Carlos Verardo Lucio, que hablaron con el vasconcelista Alfonso Taracena, convirtiéndose así en protagonistas del “cuento” de Vasconcelos: “Topilejo. Relato, 1930”, identificado el segundo como “Fortunato el italiano”.

De Nava, después de unos años, nada se supo, desapareció, al igual que el jardinero y “El Gato”. Verardo fue asesinado en 1939. El año en el que Vasconcelos regresó al territorio nacional tras su largo destierro. Para entonces, Topilejo estaba borrado de la historia oficial, de ahí que el relato de Vasconcelos sea, desde la literatura, la trágica evocación testimonial más próxima a tan macabra y dolorosa masacre. Aquí unos fragmentos:

“Las masas agitadas, de las que ellos se creyeron una avanzada, un guión, seguían inertes, mientras todos sus caudillos, sus jefes, eran encarcelados, vejados por una soldadesca cínica. ¿Los libertaría de pronto el temor de los gobernantes de hecho a las represalias de la ley restaurada?… ¿O acabarían como tantos otros en los últimos años: fusilados oscuramente, a espaldas de la ley, sin trámite legal y sin otra ceremonia que la tierra que encubre el cadáver por algún rincón remoto de la serranía? … ¿Acaso no estaban allí, entre otras cosas, por haber querido libertar a la patria de aquella jauría humana?... [El italiano] se puso a observar los movimientos de los soldados. Desataban a los presos y los ponían en fila, los contaban… La faena duró pocos minutos: a fuerza de práctica se han hecho diestros profesionales del homicidio. No usaron balas… era menester cuidarse de la opinión extranjera, y aun a aquellas altas horas podía pasar por allí el coche de algún diplomático, de algún entrometido, si no de un enemigo, algún reaccionario que podría después ‘cantara’. Sin escándalo… fueron exterminando a bayonetazos a cada uno… El italiano no comprendía; el soldado insistió, le dio el puñal; el último preso dijo:

—Sí, mátame tú, compañero; así, por lo menos, te salvas… ¡Escapa —le dijo por lo bajo— y denuncia este crimen!… ¡Mátame, sálvate!…

Tornó a correr el italiano, loco de espanto. Ya avanzada la mañana entró a su casa en la ciudad. Al principio no se dejó ver de nadie; después, al reanudar su labor cotidiana, habló valientemente del suceso con los pocos que quisieron oírlo.

Cada vez que la luna inicia el creciente, se le ve bajar del camino que conduce a la ciudad, luego se pierde en las hondonadas rellenas de sombra, y unas veces solloza y otras canta bajo la lúgubre claridad… Los chicos que a veces lo siguen por el atardecer, le avientan guijarros o se divierten gritándole: ‘¡Loco…, el loco de Topilejo…!’”. (Concluirá)


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


La macabra y olvidada cacería de los vasconcelistas… El 14 de febrero de 1930 amaneció como si fuera una jornada más. Nadie habría imaginado que ese día ocurriría la primera desaparición forzada de México en el siglo XX.

Diversas fuentes señalan al ex villista Eulogio Ortiz, “El Güero Ulogio” -jefe de operaciones militares en la Ciudad de México-, como responsable de aprehender a los activistas. Donde más capturó fue en el despacho de Octavio Medellín Ostos -ex director del Comité pro Vasconcelos-; otros, en sus propias casas, para llevarlos luego a la antigua hacienda de Narvarte -cuartel del 51 Regimiento de Caballería al mando del general Maximino Ávila Camacho-, donde el teniente llamado “El Gato” ordenó a la tropa subirlos a varios vehículos y conducirlos al kilómetro 28 de la carretera México-Cuernavaca -de nueva cuenta trágico escenario de las vendettas del poder en el Maximato-. Allí, en Topilejo, en un terreno baldío ubicado en las faldas del volcán Ajusco, los bajaron y, dotados de pico y pala -que les dio un jardinero japonés de la zona-, se les ordenó cavar sus propias fosas.

No hay cifra oficial de víctimas. Càlculos refieren más de un centenar de correligionarios ejecutados, cuyos cadáveres fueron descubiertos el 9 de marzo -atados con alambres como las víctimas de Huitzilac- por campesinos y perros de la zona ante el mefìtico olor a muerte. Se dice que esa noche a la vista de todos, uno a uno, fueron asesinados los vasconcelistas, unos colgados, otros apuñalados. De su identidad, se conocen algunos nombres como Ricardo González Villa, Roberto Cruz Zequera, J. López Aguilera, el general León Ibarra, Roberto Cruz Zequeira, Macario Hernández, Carlos Olea, Toribio Ortega, Manuel Elizondo, Pedro Mota y Félix Trejo. Carlos Pellicer, gracias a la intervención del entonces canciller Genaro Estrada, y José Revueltas, que terminó en las Islas Marías, no llegaron a Topilejo.

Confirmados los infaustos hechos, los familiares increparon a las autoridades, pero éstas nada investigaron y exoneraron a “El Güero Ulogio” y a Ávila Camacho -que negó todo-, declarando que eran calumnias inventadas por la oposición para difamar al ejército y desestabilizar al flamante gobierno de Ortiz Rubio. La prensa fue silenciada y suspendida toda “nota roja” en los medios. En 1932, apareció el cadáver de la hija del general Ibarra, la denunciante más combativa. ¿Cómo se supo de la matanza de Topilejo? Se dice que por dos sobrevivientes: Vicente Nava y el italiano Carlos Verardo Lucio, que hablaron con el vasconcelista Alfonso Taracena, convirtiéndose así en protagonistas del “cuento” de Vasconcelos: “Topilejo. Relato, 1930”, identificado el segundo como “Fortunato el italiano”.

De Nava, después de unos años, nada se supo, desapareció, al igual que el jardinero y “El Gato”. Verardo fue asesinado en 1939. El año en el que Vasconcelos regresó al territorio nacional tras su largo destierro. Para entonces, Topilejo estaba borrado de la historia oficial, de ahí que el relato de Vasconcelos sea, desde la literatura, la trágica evocación testimonial más próxima a tan macabra y dolorosa masacre. Aquí unos fragmentos:

“Las masas agitadas, de las que ellos se creyeron una avanzada, un guión, seguían inertes, mientras todos sus caudillos, sus jefes, eran encarcelados, vejados por una soldadesca cínica. ¿Los libertaría de pronto el temor de los gobernantes de hecho a las represalias de la ley restaurada?… ¿O acabarían como tantos otros en los últimos años: fusilados oscuramente, a espaldas de la ley, sin trámite legal y sin otra ceremonia que la tierra que encubre el cadáver por algún rincón remoto de la serranía? … ¿Acaso no estaban allí, entre otras cosas, por haber querido libertar a la patria de aquella jauría humana?... [El italiano] se puso a observar los movimientos de los soldados. Desataban a los presos y los ponían en fila, los contaban… La faena duró pocos minutos: a fuerza de práctica se han hecho diestros profesionales del homicidio. No usaron balas… era menester cuidarse de la opinión extranjera, y aun a aquellas altas horas podía pasar por allí el coche de algún diplomático, de algún entrometido, si no de un enemigo, algún reaccionario que podría después ‘cantara’. Sin escándalo… fueron exterminando a bayonetazos a cada uno… El italiano no comprendía; el soldado insistió, le dio el puñal; el último preso dijo:

—Sí, mátame tú, compañero; así, por lo menos, te salvas… ¡Escapa —le dijo por lo bajo— y denuncia este crimen!… ¡Mátame, sálvate!…

Tornó a correr el italiano, loco de espanto. Ya avanzada la mañana entró a su casa en la ciudad. Al principio no se dejó ver de nadie; después, al reanudar su labor cotidiana, habló valientemente del suceso con los pocos que quisieron oírlo.

Cada vez que la luna inicia el creciente, se le ve bajar del camino que conduce a la ciudad, luego se pierde en las hondonadas rellenas de sombra, y unas veces solloza y otras canta bajo la lúgubre claridad… Los chicos que a veces lo siguen por el atardecer, le avientan guijarros o se divierten gritándole: ‘¡Loco…, el loco de Topilejo…!’”. (Concluirá)


bettyzanolli@gmail.com

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