/ domingo 28 de julio de 2024

“Sufragio efectivo. No reelección” (VIII)

1929 fue un año trascendental. A nivel internacional, se detonó en los Estados Unidos de América la Gran Depresión que provocaría la mayor crisis global que ha enfrentado hasta ahora el sistema capitalista. En México, su impacto en la economía fue brutal, máxime que los tiempos que se vivían eran particularmente convulsos, pues aunque la guerra cristera estaba en sus estertores era evidente que el clima electoral era álgido y más lo fue al estallar la huelga estudiantil en la Universidad Nacional de México. Huelga que sólo sería conjurada cuando el 29 de mayo el gobierno federal le otorgara su autonomía. Anhelo universitario cuyas raíces abrevaron de la participación estudiantil en diversos congresos; de la influencia de personajes como el peruano Víctor Haya de la Torre y el cubano Julio Antonio Mella (asesinado a principios de ese mismo año) y del ideario filosófico-político del ex director de la Escuela Nacional Preparatoria, ex primer Secretario de Educación Pública y ex rector, José Vasconcelos: el gran transformador, impulsor y férreo defensor a ultranza de la misión educativa, con quien los universitarios seguían conservando vivos e importantes vasos comunicantes.

En este escenario, las elecciones extraordinarias para elegir al nuevo presidente de la República para el periodo 1930-1936 se programaron para el 17 de noviembre de 1929. Tres fueron los candidatos en contienda: por el Partido Nacional Revolucionario el ingeniero Pascual Ortiz Rubio -al que nadie conocía pero que por órdenes de Calles fue introducido a través de su sempiterno operador Gonzalo N. Santos, desplazando a Aarón Sáenz-; por el Partido Nacional Antirreeleccionista, Vasconcelos y por el Partido Comunista Mexicano el general Pedro Rodríguez Triana -luego de ganarle la candidatura a Diego Rivera-. Partido este último -con apenas una década de existencia- gestado en noviembre de 1919 en el seno del Partido Socialista Mexicano por el bengalí Manabendra Nath Roy, el méxico-norteamericano José Allen y Mikhail Borodin, delegado de la Komintern, a la que se afilió el flamante partido.

Conforme pasaban los días y se aproximaba la jornada electoral, se tenía la percepción de que el futuro presidente sería el intelectual universitario: era notorio su avance en las preferencias, al grado que aún la noche anterior todo indicaba que él sería el ganador. Sin embargo, la sombra de las elecciones de Estado de 1909 volvió a aparecer, no sólo por lo desigual de la contienda sino también por la persecución contra los opositores al régimen. Vasconcelos ya había pulsado lo que significaba luchar contra la voluntad del poder cuando quiso ser gobernador de su natal Oaxaca -proceso en el que enfrentó varios atentados en su contra-, pero ahora escalaba a otro nivel de lucha, como lo comprobó el 29 de septiembre en la avenida Hidalgo durante una de las primeras represiones del régimen contra los vasconcelistas, cuyo saldo fue la muerte del estudiante Germán del Campo.

Al llegar el día y celebrarse los comicios, el cómputo electoral oficial habló por sí solo: Ortiz Rubio -al que nadie conocía y que patéticamente la historia recordaría como “el Nopalito”: “por baboso, más que por verde”- fue declarado ganador con 1,947,848 votos (93.55%), “reconociéndole” la mendaz cifra de 110,979 votos a Vasconcelos (5.33%) y de 23,279 votos a Rodríguez Triana (1.12%). Sí, de este proceso electoral se podrá decir cualquier eufemismo “políticamente correcto” pero a 95 años de distancia los hechos están allí: el fraude electoral fue demoledor.

A pesar de ello, el 10 de diciembre Vasconcelos emitirá un valeroso pronunciamiento: el Plan de Guaymas. En él anuncia, luego de haber atestiguado “la más bochornosa de las imposiciones electorales” -que más que “justa electoral” tuvo tintes de “farsa o celada”, comenzando porque los diarios neoyorquinos habían dado el triunfo al candidato oficial “muchas horas antes de que cerrase la votación en México”, aún y cuando “ni las enormes sumas gastadas por el gobierno en propaganda y dádivas” habían podido revertir el rechazo popular a Ortiz Rubio, “creación de Calles”, y que de haberse registrado el cómputo se hubiera tenido que reconocer “el triunfo abrumador” de su partido-, que ha tenido que refugiarse en el puerto y que en su calidad de Presidente Electo saldrá del país pues está siendo perseguido por las fuerzas del gobierno espurio.

Convoca así a los ciudadanos a recuperar el mando del poder público, advirtiendo que serían castigados todos quienes dieran apoyo al gobierno traidor y que él rendiría “la protesta de ley ante el primer Ayuntamiento libremente nombrado”, a efecto de organizar al gobierno legítimo. Lamentablemente, esperaba demasiado de la ciudadanía. Ésta se debatía entre el estupor, el miedo y la falta de una organización contundente que pudiera encauzar la acción por la defensa del voto.

Por su parte, el círculo máximo defenderá su confiscación de las riendas de la Nación, costara lo que costara y derramara la sangre que debiera derramar, como en carne propia lo supo el vasconcelismo. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


1929 fue un año trascendental. A nivel internacional, se detonó en los Estados Unidos de América la Gran Depresión que provocaría la mayor crisis global que ha enfrentado hasta ahora el sistema capitalista. En México, su impacto en la economía fue brutal, máxime que los tiempos que se vivían eran particularmente convulsos, pues aunque la guerra cristera estaba en sus estertores era evidente que el clima electoral era álgido y más lo fue al estallar la huelga estudiantil en la Universidad Nacional de México. Huelga que sólo sería conjurada cuando el 29 de mayo el gobierno federal le otorgara su autonomía. Anhelo universitario cuyas raíces abrevaron de la participación estudiantil en diversos congresos; de la influencia de personajes como el peruano Víctor Haya de la Torre y el cubano Julio Antonio Mella (asesinado a principios de ese mismo año) y del ideario filosófico-político del ex director de la Escuela Nacional Preparatoria, ex primer Secretario de Educación Pública y ex rector, José Vasconcelos: el gran transformador, impulsor y férreo defensor a ultranza de la misión educativa, con quien los universitarios seguían conservando vivos e importantes vasos comunicantes.

En este escenario, las elecciones extraordinarias para elegir al nuevo presidente de la República para el periodo 1930-1936 se programaron para el 17 de noviembre de 1929. Tres fueron los candidatos en contienda: por el Partido Nacional Revolucionario el ingeniero Pascual Ortiz Rubio -al que nadie conocía pero que por órdenes de Calles fue introducido a través de su sempiterno operador Gonzalo N. Santos, desplazando a Aarón Sáenz-; por el Partido Nacional Antirreeleccionista, Vasconcelos y por el Partido Comunista Mexicano el general Pedro Rodríguez Triana -luego de ganarle la candidatura a Diego Rivera-. Partido este último -con apenas una década de existencia- gestado en noviembre de 1919 en el seno del Partido Socialista Mexicano por el bengalí Manabendra Nath Roy, el méxico-norteamericano José Allen y Mikhail Borodin, delegado de la Komintern, a la que se afilió el flamante partido.

Conforme pasaban los días y se aproximaba la jornada electoral, se tenía la percepción de que el futuro presidente sería el intelectual universitario: era notorio su avance en las preferencias, al grado que aún la noche anterior todo indicaba que él sería el ganador. Sin embargo, la sombra de las elecciones de Estado de 1909 volvió a aparecer, no sólo por lo desigual de la contienda sino también por la persecución contra los opositores al régimen. Vasconcelos ya había pulsado lo que significaba luchar contra la voluntad del poder cuando quiso ser gobernador de su natal Oaxaca -proceso en el que enfrentó varios atentados en su contra-, pero ahora escalaba a otro nivel de lucha, como lo comprobó el 29 de septiembre en la avenida Hidalgo durante una de las primeras represiones del régimen contra los vasconcelistas, cuyo saldo fue la muerte del estudiante Germán del Campo.

Al llegar el día y celebrarse los comicios, el cómputo electoral oficial habló por sí solo: Ortiz Rubio -al que nadie conocía y que patéticamente la historia recordaría como “el Nopalito”: “por baboso, más que por verde”- fue declarado ganador con 1,947,848 votos (93.55%), “reconociéndole” la mendaz cifra de 110,979 votos a Vasconcelos (5.33%) y de 23,279 votos a Rodríguez Triana (1.12%). Sí, de este proceso electoral se podrá decir cualquier eufemismo “políticamente correcto” pero a 95 años de distancia los hechos están allí: el fraude electoral fue demoledor.

A pesar de ello, el 10 de diciembre Vasconcelos emitirá un valeroso pronunciamiento: el Plan de Guaymas. En él anuncia, luego de haber atestiguado “la más bochornosa de las imposiciones electorales” -que más que “justa electoral” tuvo tintes de “farsa o celada”, comenzando porque los diarios neoyorquinos habían dado el triunfo al candidato oficial “muchas horas antes de que cerrase la votación en México”, aún y cuando “ni las enormes sumas gastadas por el gobierno en propaganda y dádivas” habían podido revertir el rechazo popular a Ortiz Rubio, “creación de Calles”, y que de haberse registrado el cómputo se hubiera tenido que reconocer “el triunfo abrumador” de su partido-, que ha tenido que refugiarse en el puerto y que en su calidad de Presidente Electo saldrá del país pues está siendo perseguido por las fuerzas del gobierno espurio.

Convoca así a los ciudadanos a recuperar el mando del poder público, advirtiendo que serían castigados todos quienes dieran apoyo al gobierno traidor y que él rendiría “la protesta de ley ante el primer Ayuntamiento libremente nombrado”, a efecto de organizar al gobierno legítimo. Lamentablemente, esperaba demasiado de la ciudadanía. Ésta se debatía entre el estupor, el miedo y la falta de una organización contundente que pudiera encauzar la acción por la defensa del voto.

Por su parte, el círculo máximo defenderá su confiscación de las riendas de la Nación, costara lo que costara y derramara la sangre que debiera derramar, como en carne propia lo supo el vasconcelismo. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

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