/ domingo 11 de agosto de 2024

“Sufragio efectivo. No reelección” (X)

Luego del golpe brutal que significó la tragedia de Topilejo, ni José Vasconcelos ni el vasconcelismo pudieron ya recuperarse. Se cerraba así un ciclo sangriento de lucha intestina en el que los principales protagonistas que habían luchado por alcanzar el poder terminaron ejecutados a manos del propio poder. No fue éste el caso de Vasconcelos quien, luego de la matanza de sus seguidores, comprendió que no tendría una base social lo suficientemente fuerte para encabezar la defensa del voto y, ante tal panorama, era inútil enfrentarse al Goliat del poder que -advertía- habría de seguir dominando en lo futuro el destino de la sociedad mexicana.

Su decisión por tanto fue abstenerse de continuar adelante en su contienda por evidenciar el fraude electoral que le arrebatara, no sólo a él sino a México en pleno, la oportunidad de haber podido conducir a la Nación por el sendero en el que se habría podido fortalecer ésta aún más en lo intelectual, cultural y moral, así como en su propia identidad. Sí, a Vasconcelos el poder no lo asesinó materialmente, pero al quedar apartado de la vida política, terminó por morir su figura política. Sin embargo, a pesar de las deleznables intrigas, poderosas envidias y desmedidas ambiciones, hubo un saldo positivo para la posteridad: su legado filosófico que, de otra forma, difícilmente hubiera podido él desarrollar. ¿Habría sido mejor que le hubieran dejado llegar a la presidencia? Nunca lo sabremos, pero a veces la esperanza de lo que pudo ser termina siendo mejor que la propia realidad.

El propio Vasconcelos sabía que, ante la tragedia: “Los ‘más honestos’ fingirían ‘no enterarse’”. Más aún, años después, declarará: “todavía hay muchos que no han querido ‘enterarse’ de los sucesos de Topilejo”. Al grado que si hoy, a 95 años de distancia, preguntamos de qué se trataron dichos sucesos, muy pocos sabrán y querrán responder. Por lo que respecta a Vasconcelos, el dolor y la frustración nunca lo abandonaron. El fraude electoral y la matanza de Topilejo fueron esa nube obscura que ya nunca lo abandonó y que opacó cada día del resto de su vida. Profundo dolor y frustración que quedarán plasmados en las páginas de sus libros, como “El proconsulado” (1939). Él sabía que no era lo mismo “una derrota leal que una derrota injusta”, y algo aún más grave: que quien transige con el fraude, volverá a ser defraudado. Por eso él no buscaba un recuento de votos, tenía que luchar aún con las armas. Sabía que su mayoría era más que patente y anunciaba: “si no sabes respetar tu voto, en el periodo electoral próximo la imposición será todavía más descarada… ya no habrá quien encarne la oposición”, o ésta será una simple farsa. México se jugaba con la defensa vasconcelista su destino como nación independiente, pero al final, de nada valieron ni siquiera los muertos de Topilejo. Tanto que 20 años después, en 1959, reconocerá lapidario, en una entrevista concedida a Emmanuel Carballo: “México es un pueblo formado por una inmensa mayoría de cobardes…”.

Se cerraba así el primer capítulo de poco más de medio siglo de duración de la todavía larga historia contemporánea del sufragio efectivo y la no reelección en México. ¿Por qué concluirlo en 1930 con Vasconcelos? Por dos razones fundamentales. La primera de ellas, porque si bien Porfirio Díaz fue pionero al introducir como fundamentos ideológicos de su lucha los principios de sufragio efectivo y no reelección treinta y cinco años atrás de cuando Francisco I. Madero los incorporó como lema toral en su Plan de San Luis, fue el propio Vasconcelos quien -como él mismo declara- se los sugirió a Madero. De ahí que la mayor paradoja histórica haya sido que tanto “el mártir de la democracia” en 1910 como Vasconcelos en 1929: los dos más relevantes adalides del ideal democrático, hayan terminado siendo paradigmáticas víctimas propiciatorias del atropello oficial al sufragio electoral en su propio detrimento y en su propia carne.

La segunda razón es obvia: al haberle sido arrebatado el poder a Vasconcelos, dio inicio formalmente el primer “maximato” de los tiempos del presidencialismo mexicano del siglo XX, encarnado éste en la figura de Plutarco Elías Calles, quien sería el poder “tras el trono” hasta 1935 cuando, un año depúes de tomar el poder Lázaro Cárdenas -el cuarto candidato del Maximato-, éste no aceptó someterse a Calles y decidió acabar con esta “contrainstitución”, cuando menos durante su mandato.

Lo lamentable es que los “maximatos” no son privativos de ciertos dirigentes. Nuestra historia así lo atestigua. “Maximatos” continuaron existiendo, unos más evidentes otros menos, en los años y sexenios venideros. No vayamos tan lejos, en la actualidad hay dos sombras latentes que nos retrotraen -de nueva cuenta-justo a un siglo atrás: la del caudillo -como la llamó Martín Luis Guzmán- y la del maximato.

Un siguiente capítulo de la saga “sufragio efectivo y no reelección”, debería abarcar de 1930 al año 2000. El último lo estamos apenas escribiendo, aunque de una forma trágica y deplorable que Vasconcelos repudiaría… Por fortuna él ya está en la eternidad.


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


Luego del golpe brutal que significó la tragedia de Topilejo, ni José Vasconcelos ni el vasconcelismo pudieron ya recuperarse. Se cerraba así un ciclo sangriento de lucha intestina en el que los principales protagonistas que habían luchado por alcanzar el poder terminaron ejecutados a manos del propio poder. No fue éste el caso de Vasconcelos quien, luego de la matanza de sus seguidores, comprendió que no tendría una base social lo suficientemente fuerte para encabezar la defensa del voto y, ante tal panorama, era inútil enfrentarse al Goliat del poder que -advertía- habría de seguir dominando en lo futuro el destino de la sociedad mexicana.

Su decisión por tanto fue abstenerse de continuar adelante en su contienda por evidenciar el fraude electoral que le arrebatara, no sólo a él sino a México en pleno, la oportunidad de haber podido conducir a la Nación por el sendero en el que se habría podido fortalecer ésta aún más en lo intelectual, cultural y moral, así como en su propia identidad. Sí, a Vasconcelos el poder no lo asesinó materialmente, pero al quedar apartado de la vida política, terminó por morir su figura política. Sin embargo, a pesar de las deleznables intrigas, poderosas envidias y desmedidas ambiciones, hubo un saldo positivo para la posteridad: su legado filosófico que, de otra forma, difícilmente hubiera podido él desarrollar. ¿Habría sido mejor que le hubieran dejado llegar a la presidencia? Nunca lo sabremos, pero a veces la esperanza de lo que pudo ser termina siendo mejor que la propia realidad.

El propio Vasconcelos sabía que, ante la tragedia: “Los ‘más honestos’ fingirían ‘no enterarse’”. Más aún, años después, declarará: “todavía hay muchos que no han querido ‘enterarse’ de los sucesos de Topilejo”. Al grado que si hoy, a 95 años de distancia, preguntamos de qué se trataron dichos sucesos, muy pocos sabrán y querrán responder. Por lo que respecta a Vasconcelos, el dolor y la frustración nunca lo abandonaron. El fraude electoral y la matanza de Topilejo fueron esa nube obscura que ya nunca lo abandonó y que opacó cada día del resto de su vida. Profundo dolor y frustración que quedarán plasmados en las páginas de sus libros, como “El proconsulado” (1939). Él sabía que no era lo mismo “una derrota leal que una derrota injusta”, y algo aún más grave: que quien transige con el fraude, volverá a ser defraudado. Por eso él no buscaba un recuento de votos, tenía que luchar aún con las armas. Sabía que su mayoría era más que patente y anunciaba: “si no sabes respetar tu voto, en el periodo electoral próximo la imposición será todavía más descarada… ya no habrá quien encarne la oposición”, o ésta será una simple farsa. México se jugaba con la defensa vasconcelista su destino como nación independiente, pero al final, de nada valieron ni siquiera los muertos de Topilejo. Tanto que 20 años después, en 1959, reconocerá lapidario, en una entrevista concedida a Emmanuel Carballo: “México es un pueblo formado por una inmensa mayoría de cobardes…”.

Se cerraba así el primer capítulo de poco más de medio siglo de duración de la todavía larga historia contemporánea del sufragio efectivo y la no reelección en México. ¿Por qué concluirlo en 1930 con Vasconcelos? Por dos razones fundamentales. La primera de ellas, porque si bien Porfirio Díaz fue pionero al introducir como fundamentos ideológicos de su lucha los principios de sufragio efectivo y no reelección treinta y cinco años atrás de cuando Francisco I. Madero los incorporó como lema toral en su Plan de San Luis, fue el propio Vasconcelos quien -como él mismo declara- se los sugirió a Madero. De ahí que la mayor paradoja histórica haya sido que tanto “el mártir de la democracia” en 1910 como Vasconcelos en 1929: los dos más relevantes adalides del ideal democrático, hayan terminado siendo paradigmáticas víctimas propiciatorias del atropello oficial al sufragio electoral en su propio detrimento y en su propia carne.

La segunda razón es obvia: al haberle sido arrebatado el poder a Vasconcelos, dio inicio formalmente el primer “maximato” de los tiempos del presidencialismo mexicano del siglo XX, encarnado éste en la figura de Plutarco Elías Calles, quien sería el poder “tras el trono” hasta 1935 cuando, un año depúes de tomar el poder Lázaro Cárdenas -el cuarto candidato del Maximato-, éste no aceptó someterse a Calles y decidió acabar con esta “contrainstitución”, cuando menos durante su mandato.

Lo lamentable es que los “maximatos” no son privativos de ciertos dirigentes. Nuestra historia así lo atestigua. “Maximatos” continuaron existiendo, unos más evidentes otros menos, en los años y sexenios venideros. No vayamos tan lejos, en la actualidad hay dos sombras latentes que nos retrotraen -de nueva cuenta-justo a un siglo atrás: la del caudillo -como la llamó Martín Luis Guzmán- y la del maximato.

Un siguiente capítulo de la saga “sufragio efectivo y no reelección”, debería abarcar de 1930 al año 2000. El último lo estamos apenas escribiendo, aunque de una forma trágica y deplorable que Vasconcelos repudiaría… Por fortuna él ya está en la eternidad.


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli