/ jueves 4 de febrero de 2021

Tecnología y el futuro de las políticas públicas

“No es una fe en la tecnología. Es fe en la gente.” – Steve Jobs


Los cambios sociales de mayor alcance en la actualidad están impulsados en parte o en su totalidad por la disrupción tecnológica y se manifiestan de diferentes formas: el impacto de la inteligencia artificial (IA) y la automatización en el futuro del trabajo; el uso de macrodatos sobre la protección de los datos personales; las redes sociales sobre el diálogo democrático y elecciones; el Internet de las cosas sobre ciberseguridad; los modelos comerciales tradicionales sobre la economía digital; y las criptomonedas en la arquitectura financiera global.

Estas tendencias, que usualmente son entendidas bajo el concepto de la 4ª Revolución Industrial, son asuntos de relevancia internacional que evolucionan con una velocidad sin precedentes, trascienden fronteras, transforman casi todos los sectores de la sociedad e impactan no solo en las economías nacionales, sino también en el equilibrio global del poder.

En buena medida es mediante la inversión en investigación y desarrollo (I+D) que se impulsa la innovación tecnológica. Según datos del Instituto de Estadística de la UNESCO, el gasto mundial en este rubro asciende a 1.7 billones de dólares, del cual solo 10 países representan el 80% del gasto. Sin embargo, en buena medida son las grandes empresas de tecnología las que invierten en innovación. Para ponerlo en perspectiva, en países como Corea del Sur o Estados Unidos, más del 70% del gasto en investigación y desarrollo proviene del sector empresarial.

Es por ello que las empresas se vuelven cada vez más influyentes, especialmente en la medida en que su poder económico y político se asemeja o incluso supera al de los estados nacionales. Consecuentemente, mantenerse actualizados al ritmo con el que evolucionan las nuevas tecnologías es un reto creciente para los gobiernos, particularmente para los tomadores de decisiones, legisladores y responsables de las políticas públicas en todos los niveles.

La esencia transformadora de la innovación tecnológica combinada con el surgimiento de nuevas necesidades sociales –muchas de las cuales se han acentuado con la pandemia–, están dando forma a las políticas públicas de distintas formas. A modo de ejemplo, la IA es un tema central sobre el futuro del trabajo, la seguridad cibernética es una prioridad en la agenda de seguridad internacional y el desarrollo de las redes 5G se ha convertido en un tema de carácter geopolítico. Todas son cuestiones que demandan mucha atención, por lo que deben analizarse puntualmente y desde la perspectiva de política pública.

En este sentido, conviene reflexionar también sobre el lugar que ocupan los formuladores de políticas públicas y los tecnólogos. Se trata del viejo dilema entre ciencias y humanidades identificado por el científico británico C.P. Snow en su ensayo de 1959 titulado “Las dos culturas”. Snow refiere que esta división es un obstáculo importante para resolver los problemas del mundo. No obstante, 62 años después, esto poco ha cambiado.

La realidad de hoy demanda una comprensión profunda tanto de las herramientas de política pública disponibles para la sociedad moderna como del funcionamiento y potencial de las nuevas tecnologías en las distintas áreas del conocimiento y la economía. Además, el cambiante entorno digital requiere de una política tecnológica eficaz y adaptable para lo cual se requiere capital humano con un nivel específico y sofisticado de capacidades y conocimientos.

Ciertamente, el desconocimiento de la tecnología debe considerarse como un área de oportunidad de cara al futuro. En pleno siglo XXI es indispensable entender cómo funciona el Internet, el aprendizaje automático, la inteligencia de datos y la cadena de bloques o cualquier otra tecnología central.

Solo así las nuevas generaciones de tomadores de decisión, legisladores y formuladores de políticas públicas serán capaces de emplear la innovación tecnológica como un instrumento social que permita transformar la calidad de vida de las personas. Se trata de poner a la persona y el bien colectivo en el centro de las transformaciones tecnológicas. De esa manera lograremos avanzar hacia una “Sociedad 5.0”, un modelo de sociedad propuesto por Japón donde la tecnología se utiliza para resolver los problemas actuales y eficientar el desarrollo y bienestar social.


Asociado Joven COMEXI

@jorgeoarmijo

“No es una fe en la tecnología. Es fe en la gente.” – Steve Jobs


Los cambios sociales de mayor alcance en la actualidad están impulsados en parte o en su totalidad por la disrupción tecnológica y se manifiestan de diferentes formas: el impacto de la inteligencia artificial (IA) y la automatización en el futuro del trabajo; el uso de macrodatos sobre la protección de los datos personales; las redes sociales sobre el diálogo democrático y elecciones; el Internet de las cosas sobre ciberseguridad; los modelos comerciales tradicionales sobre la economía digital; y las criptomonedas en la arquitectura financiera global.

Estas tendencias, que usualmente son entendidas bajo el concepto de la 4ª Revolución Industrial, son asuntos de relevancia internacional que evolucionan con una velocidad sin precedentes, trascienden fronteras, transforman casi todos los sectores de la sociedad e impactan no solo en las economías nacionales, sino también en el equilibrio global del poder.

En buena medida es mediante la inversión en investigación y desarrollo (I+D) que se impulsa la innovación tecnológica. Según datos del Instituto de Estadística de la UNESCO, el gasto mundial en este rubro asciende a 1.7 billones de dólares, del cual solo 10 países representan el 80% del gasto. Sin embargo, en buena medida son las grandes empresas de tecnología las que invierten en innovación. Para ponerlo en perspectiva, en países como Corea del Sur o Estados Unidos, más del 70% del gasto en investigación y desarrollo proviene del sector empresarial.

Es por ello que las empresas se vuelven cada vez más influyentes, especialmente en la medida en que su poder económico y político se asemeja o incluso supera al de los estados nacionales. Consecuentemente, mantenerse actualizados al ritmo con el que evolucionan las nuevas tecnologías es un reto creciente para los gobiernos, particularmente para los tomadores de decisiones, legisladores y responsables de las políticas públicas en todos los niveles.

La esencia transformadora de la innovación tecnológica combinada con el surgimiento de nuevas necesidades sociales –muchas de las cuales se han acentuado con la pandemia–, están dando forma a las políticas públicas de distintas formas. A modo de ejemplo, la IA es un tema central sobre el futuro del trabajo, la seguridad cibernética es una prioridad en la agenda de seguridad internacional y el desarrollo de las redes 5G se ha convertido en un tema de carácter geopolítico. Todas son cuestiones que demandan mucha atención, por lo que deben analizarse puntualmente y desde la perspectiva de política pública.

En este sentido, conviene reflexionar también sobre el lugar que ocupan los formuladores de políticas públicas y los tecnólogos. Se trata del viejo dilema entre ciencias y humanidades identificado por el científico británico C.P. Snow en su ensayo de 1959 titulado “Las dos culturas”. Snow refiere que esta división es un obstáculo importante para resolver los problemas del mundo. No obstante, 62 años después, esto poco ha cambiado.

La realidad de hoy demanda una comprensión profunda tanto de las herramientas de política pública disponibles para la sociedad moderna como del funcionamiento y potencial de las nuevas tecnologías en las distintas áreas del conocimiento y la economía. Además, el cambiante entorno digital requiere de una política tecnológica eficaz y adaptable para lo cual se requiere capital humano con un nivel específico y sofisticado de capacidades y conocimientos.

Ciertamente, el desconocimiento de la tecnología debe considerarse como un área de oportunidad de cara al futuro. En pleno siglo XXI es indispensable entender cómo funciona el Internet, el aprendizaje automático, la inteligencia de datos y la cadena de bloques o cualquier otra tecnología central.

Solo así las nuevas generaciones de tomadores de decisión, legisladores y formuladores de políticas públicas serán capaces de emplear la innovación tecnológica como un instrumento social que permita transformar la calidad de vida de las personas. Se trata de poner a la persona y el bien colectivo en el centro de las transformaciones tecnológicas. De esa manera lograremos avanzar hacia una “Sociedad 5.0”, un modelo de sociedad propuesto por Japón donde la tecnología se utiliza para resolver los problemas actuales y eficientar el desarrollo y bienestar social.


Asociado Joven COMEXI

@jorgeoarmijo