Es una pasión transferencial inevitable que los políticos estudien a otros políticos. La política es una casa de espejos que a veces producen risa, decepción y otras terror. Lo cierto es que aparecen sus propias emociones y sentimientos. Este análisis está marcado por sus experiencias previas y las relaciones significativas que han vivido, ya sea admirando a aquellos que consideran modelos a seguir o rechazando a los que perciben como sus antítesis. En este proceso, sus percepciones y decisiones se ven moldeadas, a veces refinadas y otras veces limitadas, por estas proyecciones. Se dice que quienes se dedican a la política se “espejean” y quedan atrapados muchas veces en sus agotadores narcisismos insaciables.
La política y la cultura están profundamente entrelazadas, como lo demuestra la figura de Winston Churchill, quien, más allá de ser un estratega para la guerra, se convirtió en un símbolo cultural que definió la identidad de Inglaterra en tiempos de guerra. En su obra El Factor Churchill, Boris Johnson explora cómo el poder de Churchill no solo residía en sus decisiones políticas, sino en su capacidad para influir en la cultura política británica. A través de sus discursos, como el famoso “We shall fight on the beaches”, Churchill movilizó a su nación ante la amenaza nazi, al mismo cimentó un sentido de unidad y determinación nacional. Johnson, en su análisis, también presenta a Churchill como un hombre lleno de aciertos, pero también de inexactitudes, desafiando la imagen idealizada del líder, pero resaltando su habilidad para moldear la mentalidad colectiva y revestir al pueblo británico. El análisis de Johnson de muestra cómo la política puede transformar la cultura y cómo las y los estadistas dejan una huella que va más allá de sus logros militares o gubernamentales.
Johnson no es ciego ante las imperfecciones del personaje. A través de una mezcla de humor irónico y análisis histórico, el autor subraya que Churchill no fue un hombre exento de contradicciones. Su postura sobre el imperialismo, su relación con el colonialismo y sus puntos de vista raciales son aspectos que, aunque parte de su tiempo y contexto, contrastan con la imagen heroica que se ha forjado de él. En este sentido, la política y la cultura de Gran Bretaña, tal como se expresaron a través de Churchill, son un reflejo de un país que, a pesar de su lucha por la libertad y la democracia, mantenía estructuras de poder profundamente jerárquicas y coloniales.
Una de las características del poder británico, es su liga con la cultura como se puede ver desde la época victoriana y especialmente durante la época de Churchill, quien consolido una cultura de liderazgo en torno a la figura del Estado que reforzaba su monarquía. El imperio británico había establecido una hegemonía que no solo se sustentaba en el poder militar y económico, sino también en la capacidad de proyectar su cultura como modelo a seguir. Esta cultura política estaba basada en principios de autoridad, responsabilidad y la idea de un “destino manifiesto” que, aunque contestada por sectores de la sociedad, era ampliamente compartida.
La figura de Churchill y la cultura del poder en el Reino Unido están profundamente arraigadas en la mentalidad colectiva británica, simbolizando un país fuerte y resuelto frente a cualquier amenaza. Churchill no solo era un líder político, sino un emblema de resistencia moral que cohesionó a la nación en tiempos difíciles. Este fenómeno cultural contrasta con las dinámicas políticas de América Latina, que han sido más vigorosas, marcadas casi siempre por luchas internas y externas, fragmentación social y una constante búsqueda de identidad. La Gran Bretaña consolidó su poder a través de siglos de imperialismo, América Latina ha luchado por su autonomía, enfrentando intervenciones ajenas, especialmente de Estados Unidos. La identidad política y cultural en América Latina ha sido forjada en un contexto de resistencia y rebeldía, con figuras como Bolívar, Martí, Juárez, Morelos y el Che Guevara representando la política y la lucha contra las imposiciones externas. América Latina ha sido más contestataria y fracturada, con los líderes convirtiéndose en símbolos de revolución y cambio más que de estabilidad.
En tiempos de tensión global y crisis internacionales, la figura del líder se convierte en un vínculo clave para transmitir visiones, valores y soluciones. Recientemente, líderes y lideresas como la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, se han destacado por proponer una alternativa a las narrativas bélicas tradicionales. A través de discursos que llaman a la paz, a la cooperación internacional y a la construcción de un futuro más justo, estos líderes sugieren que la guerra no se combate con más guerra, sino con un profundo cambio en la cultura global. Esta visión se centra en el fomento de una cultura de paz y en el reconocimiento de que las soluciones a los grandes conflictos internacionales deben nacer de una empatía genuina, el cuidado de los recursos naturales y la promoción de valores fundamentales como la equidad, la justicia y el respeto por la vida humana.
El "Nuevo Escuadrón 201" podría verse como una metáfora moderna de lo que debe ser la lucha por un mundo más pacífico y justo. En la Segunda Guerra Mundial, el Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Mexicana más allá de sus logros bélicos represento los valores de los mexicanos en la lucha contra las fuerzas del Eje, defendiendo los valores de la libertad y la justicia. Hoy, un "nuevo escuadrón" que actúe desde las ideas y propuestas puedes ser igualmente heroico, pero no en la creación de consensos que respondan a las verdaderas necesidades de las comunidades, basadas en principios de equidad, justicia social y respeto al medio ambiente. Este nuevo escuadrón debe ser un contingente de líderes y lideresas activistas y ciudadanos comprometidos en la lucha por un mundo más inclusivo, donde el respeto por los derechos humanos, el cuidado del agua, el medio ambiente, el sentido de identidad cultural y la dignidad humana sean los pilares fundamentales de la acción política. Este "escuadrón de paz" debe ser activo y decisivo, proponiendo políticas públicas que garanticen acceso a la educación, la salud, la justicia social y el respeto a los derechos fundamentales de cada individuo. Su lucha, lejos de ser armada, es un compromiso con la construcción de estructuras sociales equitativas y sostenibles, donde cada decisión política y económica esté impregnada por la ética de la paz y la cooperación internacional.
Para entender la relevancia de estos nuevos enfoques, es crucial analizar el contexto geopolítico actual, particularmente a través de la figura de Winston Churchill y su legado durante la Segunda Guerra Mundial, en contraste con la figura de Vladimir Putin en el escenario contemporáneo.
Churchill, en su época, supo proyectar una imagen de firmeza y resistencia ante la amenaza nazi, utilizando la retórica del poder militar como una herramienta para movilizar a su nación y a sus aliados hacia la victoria.
El mundo actual está marcado por nuevas amenazas y desafíos. La guerra nuclear, aunque siempre latente, ha evolucionado en su significado, y la manera en que los líderes como Putin movilizan sus naciones está más vinculada a las amenazas estratégicas y a la lucha por el poder global que a la confrontación directa como en tiempos de Churchill. El reciente giro de Putin hacia una doctrina nuclear más agresiva —que establece que un ataque convencional contra Rusia respaldado por una potencia nuclear será considerado un ataque conjunto contra su país— es un claro ejemplo de cómo los líderes actuales continúan utilizando la retórica del poder y el miedo para consolidar su influencia y reforzar su narrativa geopolítica. Esta postura no solo refleja la peligrosidad de la situación internacional, sino también el enfoque hegemónico de la política rusa, que busca un liderazgo en un mundo marcado por la polarización y la competencia entre bloques de poder.
El análisis de Churchill y Putin nos muestra que, aunque las circunstancias y las tecnologías han cambiado, los líderes siguen utilizando sus biografías y discursos como una forma de construcción del poder. Mientras Churchill apelaba al coraje y al sacrificio en tiempos de guerra, Putin se apoya en la retórica de la defensa nacional y la seguridad nuclear para consolidar su posición. A pesar de las diferencias, ambos líderes entienden el poder como una construcción cultural que debe ser capaz de movilizar a las masas y proyectar una imagen de fortaleza ante el mundo. Y Trump se suma al entramado desde el pragmatismo para imponer su figura en este circulo de percepciones y amenazas para una guerra con intereses muy precisos que poco aportarían al destino de nuestro mundo.
En este contexto, la propuesta de líderes como Claudia Sheinbaum se distancia radicalmente de la narrativa de poder basada en la guerra. En lugar de ver los conflictos como un terreno donde la fuerza militar y económica es la solución, el llamado a la paz promueve la construcción de una cultura distinta, que evidentemente algunos tachan de una lectura ingenua, pero por el contrario pone en el centro la cooperación internacional, la justicia social y el cuidado del medio ambiente. La presidenta de México, ha enfatizado la importancia de erradicar las causas profundas de los conflictos: la pobreza, la desigualdad, la violencia estructural, el cambio climático, y la falta de acceso a recursos básicos como el agua. Este enfoque busca crear una nueva forma de liderazgo global que se base no en la acumulación de poder, sino en la promoción de un bienestar colectivo compartido.
La cultura del poder, como lo demuestra la historia, es siempre moldeada por los contextos históricos y sus actores principales, pero también puede ser redibujada. En un mundo que sigue siendo vulnerable a las tensiones nucleares, a las amenazas de conflictos bélicos y a la hegemonía de grandes potencias, es fundamental que surjan líderes y lideresas que debatan las narrativas tradicionales de guerra y poder y propongan una visión más humana y sostenible. Este "Nuevo Escuadrón" no lucharía con armas, sino con propuestas que transformen el mundo a través del diálogo, la cooperación y el compromiso con la justicia social. El desafío global de hoy no es simplemente contener la guerra, sino crear un sistema internacional que valore la paz como el camino hacia un futuro verdaderamente prospero para todos.
El contexto actual es muy diferente al de la era de Churchill, ya que las relaciones internacionales son más complejas y están marcadas por una "aldea global" donde países como Estados Unidos, China y la Unión Europea tienen enfoques prominentes. Aunque la amenaza nuclear sigue siendo latente, no tiene el mismo impacto ni la estructura de confrontación directa de tiempos pasados. Tanto Churchill como Putin utilizan la cultura del poder para proyectar fortaleza y consolidar su influencia, cada uno en su respectivo contexto. El poder es una construcción cultural, y los líderes se sirven de su biografía para reforzarlo en tiempos de crisis. Mientras Churchill representaba la fortaleza frente a amenazas externas, los líderes actuales enfrentan un mundo interconectado con múltiples polos de poder, adaptándose a nuevos desafíos globales. La famosa frase “Keep Calm and Carry On” refleja el enfoque de mantener la calma y continuar ante las adversidades. Detrás de los espejos esta la paz.