/ domingo 15 de octubre de 2023

Telarañas digitales | Entre el dolor y la esperanza: narrativas digitales en la web 2.0

La globalidad que hemos alcanzado con Internet nos ha colocado, más que en ningún otro momento de la historia, frente a la diversidad y a las diferentes realidades humanas alrededor del mundo, muchas distan 180° de lo que consideramos “normal” o “común”, y que no corresponden con nuestro horizonte cultural e incluso ético. Las noticias se han llenado estos días de tragedias y dolor, de los cuales no voy a hablar aquí, pero también llaman a la reflexión en torno a la responsabilidad que juegan las redes sociales en el encuentro entre los discursos oficiales y hegemónicos con la necesidad de escuchar la resistencia y la disidencia desde distintas perspectivas.

Las imágenes de la guerra y del conflicto son crudas y dolorosas, y tenemos momentos transgresores circulando en las redes gracias a que los dispositivos móviles reinan; podemos estar ahí presentes, al menos por algunos instantes dentro de un video o una fotografía, y la empatía se vuelve cada vez más fácil si una imagen, si un contenido multimedia nos trastoca y nos conmueve. Las redes sociales son mosaicos de la realidad, ventanas a mundos que nos parecen distantes geográficamente, pero simultáneos en el tiempo. Aquí, en este momento, mientras estoy leyendo esto, alguien indudablemente está del otro lado del mundo haciendo algo, viviendo algo, sufriendo algo.

La web 2.0 conecta las distancias, al menos simbólicamente. La Tierra sigue midiendo lo mismo, pero los susurros nos llegan en segundos de un polo a otro, las imágenes se amontonan en las páginas de inicio, las noticias se convierten en el scroll de nuestro presente y es imposible mirar a otra parte. En medio de la enorme cantidad de testimonios, que no requieren permiso de nadie, que no cumplen compromiso con nadie más que con ellos mismos, lo que vemos se vuelve difuso y a veces confuso, pero el silencio no es una opción. La era de la conectividad 2.0 es la era de la visibilidad, la de no guardar secretos, de mostrarlo todo.

A lo largo de la historia, eventos críticos han significado un antes y un después para la humanidad. La mayoría están marcados por la violencia, atravesados por la falta de entendimiento, por la intolerancia y la incapacidad de llegar a acuerdos de manera pacífica. Los que sufren, por supuesto, siempre son los que están al margen, los que viven su día a día sin pensar en el poder, los que fijan su mirada en su familia, en el entorno inmediato, en sus hijos y en sus padres, en sus parejas y sus amigos. Así que toman un smartphone y comparten con el resto del mundo lo que están viviendo.

A pesar del predominio de las redes sociales, la inclusión, la diversidad y la tolerancia distan de ser realidad. Sorprende que, incluso en medio de cantidades masivas de información, se pueda deformar la verdad, que se le pueda esconder en medio de lo masivo, de lo incontenible. Nuestro horizonte es el horizonte del conflicto, no hace falta una guerra para recordarlo. Las violencias cotidianas ejercen presiones dolorosas sobre la sociedad y por momentos el espacio de la virtualidad no es sino una extensión de esas desigualdades sistémicas motivadas por el enfrentamiento y que reproducen los discursos de odio que incentivan oleadas de incomprensión.

A veces, navegar en la red es encontrarse con el dolor y la violencia, con la sinrazón. La misoginia, la homofobia, el clasismo y el racismo, la discriminación de grupos oprimidos históricamente, que pertenecen a sectores de la población donde los derechos son vulnerados continuamente y para quienes no siempre hay justicia y mucho menos oportunidad de alzar la voz, tienen espacios propios y hasta seguidores. Estas telarañas están dedicadas a quienes toman un dispositivo para alzar la voz, para compartir, por pequeña que sea su historia, lo que debe ser escuchado. Para quienes contribuyen a mostrar lo que está oculto, y apuestan por la visibilidad para despertar el espíritu crítico. Si de algo sirven las redes sociales es para darnos la mano. Que la web 2.0 siga siendo esa mesa imaginaria donde nos sentamos a cenar y a narrarnos, para bien o para mal, cómo estuvo nuestro día.


La globalidad que hemos alcanzado con Internet nos ha colocado, más que en ningún otro momento de la historia, frente a la diversidad y a las diferentes realidades humanas alrededor del mundo, muchas distan 180° de lo que consideramos “normal” o “común”, y que no corresponden con nuestro horizonte cultural e incluso ético. Las noticias se han llenado estos días de tragedias y dolor, de los cuales no voy a hablar aquí, pero también llaman a la reflexión en torno a la responsabilidad que juegan las redes sociales en el encuentro entre los discursos oficiales y hegemónicos con la necesidad de escuchar la resistencia y la disidencia desde distintas perspectivas.

Las imágenes de la guerra y del conflicto son crudas y dolorosas, y tenemos momentos transgresores circulando en las redes gracias a que los dispositivos móviles reinan; podemos estar ahí presentes, al menos por algunos instantes dentro de un video o una fotografía, y la empatía se vuelve cada vez más fácil si una imagen, si un contenido multimedia nos trastoca y nos conmueve. Las redes sociales son mosaicos de la realidad, ventanas a mundos que nos parecen distantes geográficamente, pero simultáneos en el tiempo. Aquí, en este momento, mientras estoy leyendo esto, alguien indudablemente está del otro lado del mundo haciendo algo, viviendo algo, sufriendo algo.

La web 2.0 conecta las distancias, al menos simbólicamente. La Tierra sigue midiendo lo mismo, pero los susurros nos llegan en segundos de un polo a otro, las imágenes se amontonan en las páginas de inicio, las noticias se convierten en el scroll de nuestro presente y es imposible mirar a otra parte. En medio de la enorme cantidad de testimonios, que no requieren permiso de nadie, que no cumplen compromiso con nadie más que con ellos mismos, lo que vemos se vuelve difuso y a veces confuso, pero el silencio no es una opción. La era de la conectividad 2.0 es la era de la visibilidad, la de no guardar secretos, de mostrarlo todo.

A lo largo de la historia, eventos críticos han significado un antes y un después para la humanidad. La mayoría están marcados por la violencia, atravesados por la falta de entendimiento, por la intolerancia y la incapacidad de llegar a acuerdos de manera pacífica. Los que sufren, por supuesto, siempre son los que están al margen, los que viven su día a día sin pensar en el poder, los que fijan su mirada en su familia, en el entorno inmediato, en sus hijos y en sus padres, en sus parejas y sus amigos. Así que toman un smartphone y comparten con el resto del mundo lo que están viviendo.

A pesar del predominio de las redes sociales, la inclusión, la diversidad y la tolerancia distan de ser realidad. Sorprende que, incluso en medio de cantidades masivas de información, se pueda deformar la verdad, que se le pueda esconder en medio de lo masivo, de lo incontenible. Nuestro horizonte es el horizonte del conflicto, no hace falta una guerra para recordarlo. Las violencias cotidianas ejercen presiones dolorosas sobre la sociedad y por momentos el espacio de la virtualidad no es sino una extensión de esas desigualdades sistémicas motivadas por el enfrentamiento y que reproducen los discursos de odio que incentivan oleadas de incomprensión.

A veces, navegar en la red es encontrarse con el dolor y la violencia, con la sinrazón. La misoginia, la homofobia, el clasismo y el racismo, la discriminación de grupos oprimidos históricamente, que pertenecen a sectores de la población donde los derechos son vulnerados continuamente y para quienes no siempre hay justicia y mucho menos oportunidad de alzar la voz, tienen espacios propios y hasta seguidores. Estas telarañas están dedicadas a quienes toman un dispositivo para alzar la voz, para compartir, por pequeña que sea su historia, lo que debe ser escuchado. Para quienes contribuyen a mostrar lo que está oculto, y apuestan por la visibilidad para despertar el espíritu crítico. Si de algo sirven las redes sociales es para darnos la mano. Que la web 2.0 siga siendo esa mesa imaginaria donde nos sentamos a cenar y a narrarnos, para bien o para mal, cómo estuvo nuestro día.