/ domingo 21 de julio de 2024

Telarañas digitales / Las redes, The Boys y la hipocresía conservadora

La ficción supera la realidad, a veces. Lo grave es que otras tantas, la ficción está basada en la realidad y hasta se queda corta en las representaciones de actos aberrantes y pensamientos antiderechos. La serie The Boys ha sido popular desde su lanzamiento por sus escenas subidas de tono y de violencia, sus personajes deleznables y caricaturescos, y la dificultad para que el espectador pueda discernir si hay algún bando al que se pueda considerar el de los héroes o el de los villanos. Es, con sus tintes absurdos, un reflejo de la condición humana de la vida real.

Más popular se ha vuelto todavía en el contexto de las elecciones presidenciales estadounidenses, siendo tachada de “progre” y absurda. En redes sociales, la serie es un pretexto para el debate y el enfrentamiento de los grupos más conservadores con los liberales, quedando claro, hoy más que nunca, que las críticas que la serie propina a los grupos conservadores son agudas y que, a pesar del poco entendimiento de algunos, siempre ha estado llena de narrativas anticonservadoras.

Los temas que toca son bastante sagaces y por eso ha molestado a los sectores conservadores en medio del periodo electoral, quienes insisten en que la serie representa los problemas de manera “confusa” y “manipuladora” sobre todo para los sectores más jóvenes de la población. Lo cierto, sin embargo, es que algunos de estos temas están basados en la vida real y los acontecimientos reflejados superan cualquier clase de confusión. En una escena reciente, un personaje femenino admite públicamente haber tenido relaciones sexuales con un menor de edad y asegura que Dios la ha perdonado por tal crimen, ante lo que recibe la ovación de sus seguidores, desatando indignación en el espectador.

Lo grave es que esta escena está basada en un hecho real, la historia de un pastor evangélico de nombre Andy Savage que en 2018 confesó un crimen análogo para defenderse de las acusaciones de su víctima y “pidiendo perdón a Dios”, ante lo que recibió una ovación y el apoyo de los feligreses de su congregación. Este hecho es impactante, puesto que, en la serie, las mismas personas que apoyan la violación condenan un aborto como un crimen imperdonable, atacan a las personas de la comunidad LGBTIQ+, y se indignan ante las afrentas contra la familia tradicional. En fin, la actitud clásica conservadora que asume que los pecados propios siempre son perdonados por un Dios amoroso, mientras que los ajenos pueden utilizarse para justificar la violencia.

Los memes de redes sociales han encontrado divertidísimos paralelismos entre los personajes de la serie y personas reales, en especial políticos, líderes religiosos, empresarios y otros representantes de los sectores conservadores. Molesta ha resultado también la burla hacia el nacionalismo blanco rampante, la falsa inclusión de las minorías y el racismo normalizado, la misoginia y la importancia que se concede en la sociedad a la vida sexual de las mujeres como medida de su valor, el trato a las personas con discapacidad, la incongruencia entre las narrativas de los conservadores en público y los actos privados que llegan a ser asquerosos y aberrantes, incluyendo drogadicción y parafilias.

Si algo funciona en estas representaciones, es que muestran el problema primario de los sectores conservadores no sólo de Estados Unidos, sino prácticamente de todo el mundo: la necesidad de legitimarse en narrativas compartidas que justifiquen los actos y propuestas desde el poder hegemónico. Porque sí, los grupos conservadores siguen representando a los mismos sectores de siempre, son la voz del hombre blanco, heterosexual, que detenta el poder político y económico, que promueve la familia tradicional basada en el pacto patriarcal, que exhibe creencias religiosas estrechas y por lo general obtiene de ellas un esquema de valores específico.

El problema de estas narrativas es que han sido desarticuladas por la posmodernidad y se sostienen solamente entre los sectores que las necesitan, han perdido su legitimidad y, si bien siguen siendo hegemónicas por imposición, no gozan de la misma credibilidad. Las narrativas conservadoras han estallado frente al pensamiento crítico, las luchas por los derechos raciales, los feminismos, el avance en la protección de los derechos humanos, las luchas de los grupos de la diversidad sexual, y por supuesto, la incapacidad del sistema económico de asegurar un reparto equitativo de la riqueza y el descontento de los excluidos que han buscado alternativas dentro y fuera del sistema. En México, el ala conservadora cayó por la vía democrática, está por verse lo que pasará en Estados Unidos.

La ficción supera la realidad, a veces. Lo grave es que otras tantas, la ficción está basada en la realidad y hasta se queda corta en las representaciones de actos aberrantes y pensamientos antiderechos. La serie The Boys ha sido popular desde su lanzamiento por sus escenas subidas de tono y de violencia, sus personajes deleznables y caricaturescos, y la dificultad para que el espectador pueda discernir si hay algún bando al que se pueda considerar el de los héroes o el de los villanos. Es, con sus tintes absurdos, un reflejo de la condición humana de la vida real.

Más popular se ha vuelto todavía en el contexto de las elecciones presidenciales estadounidenses, siendo tachada de “progre” y absurda. En redes sociales, la serie es un pretexto para el debate y el enfrentamiento de los grupos más conservadores con los liberales, quedando claro, hoy más que nunca, que las críticas que la serie propina a los grupos conservadores son agudas y que, a pesar del poco entendimiento de algunos, siempre ha estado llena de narrativas anticonservadoras.

Los temas que toca son bastante sagaces y por eso ha molestado a los sectores conservadores en medio del periodo electoral, quienes insisten en que la serie representa los problemas de manera “confusa” y “manipuladora” sobre todo para los sectores más jóvenes de la población. Lo cierto, sin embargo, es que algunos de estos temas están basados en la vida real y los acontecimientos reflejados superan cualquier clase de confusión. En una escena reciente, un personaje femenino admite públicamente haber tenido relaciones sexuales con un menor de edad y asegura que Dios la ha perdonado por tal crimen, ante lo que recibe la ovación de sus seguidores, desatando indignación en el espectador.

Lo grave es que esta escena está basada en un hecho real, la historia de un pastor evangélico de nombre Andy Savage que en 2018 confesó un crimen análogo para defenderse de las acusaciones de su víctima y “pidiendo perdón a Dios”, ante lo que recibió una ovación y el apoyo de los feligreses de su congregación. Este hecho es impactante, puesto que, en la serie, las mismas personas que apoyan la violación condenan un aborto como un crimen imperdonable, atacan a las personas de la comunidad LGBTIQ+, y se indignan ante las afrentas contra la familia tradicional. En fin, la actitud clásica conservadora que asume que los pecados propios siempre son perdonados por un Dios amoroso, mientras que los ajenos pueden utilizarse para justificar la violencia.

Los memes de redes sociales han encontrado divertidísimos paralelismos entre los personajes de la serie y personas reales, en especial políticos, líderes religiosos, empresarios y otros representantes de los sectores conservadores. Molesta ha resultado también la burla hacia el nacionalismo blanco rampante, la falsa inclusión de las minorías y el racismo normalizado, la misoginia y la importancia que se concede en la sociedad a la vida sexual de las mujeres como medida de su valor, el trato a las personas con discapacidad, la incongruencia entre las narrativas de los conservadores en público y los actos privados que llegan a ser asquerosos y aberrantes, incluyendo drogadicción y parafilias.

Si algo funciona en estas representaciones, es que muestran el problema primario de los sectores conservadores no sólo de Estados Unidos, sino prácticamente de todo el mundo: la necesidad de legitimarse en narrativas compartidas que justifiquen los actos y propuestas desde el poder hegemónico. Porque sí, los grupos conservadores siguen representando a los mismos sectores de siempre, son la voz del hombre blanco, heterosexual, que detenta el poder político y económico, que promueve la familia tradicional basada en el pacto patriarcal, que exhibe creencias religiosas estrechas y por lo general obtiene de ellas un esquema de valores específico.

El problema de estas narrativas es que han sido desarticuladas por la posmodernidad y se sostienen solamente entre los sectores que las necesitan, han perdido su legitimidad y, si bien siguen siendo hegemónicas por imposición, no gozan de la misma credibilidad. Las narrativas conservadoras han estallado frente al pensamiento crítico, las luchas por los derechos raciales, los feminismos, el avance en la protección de los derechos humanos, las luchas de los grupos de la diversidad sexual, y por supuesto, la incapacidad del sistema económico de asegurar un reparto equitativo de la riqueza y el descontento de los excluidos que han buscado alternativas dentro y fuera del sistema. En México, el ala conservadora cayó por la vía democrática, está por verse lo que pasará en Estados Unidos.