La semana anterior, me referí a la desafortunada tendencia en donde bajo la disponibilidad de los insumos, así como con el conocimiento elemental para su fabricación, algunas organizaciones criminales complejas, comenzaron a usar de manera intensa y muy agresiva, artefactos explosivos hechizos. Para refrendar mi aseveración, tanto en la ciudad de Chilpancingo como en Tejupilco, Guerrero, se suscitaron sendos eventos, que aunque en sí mismos diferentes, comparten en su origen y objetivos, el inusitado y peligroso protagonismo de la criminalidad, en el arranque (informal y fuera de los parámetros jurídicos) de un intenso proceso electoral.
El debate se ha vuelto y con razón, a enfocarse sobre si lo que vivimos en México puede clasificarse como terrorismo y/o narcoterrorismo. Al mismo tiempo, no debe escapara de nuestro análisis un factor clave: que los sectores más retardatarios, conservadores, xenófobos y por tanto racistas, desde los Estados Unidos, el Congreso y algunos gobernadores (notablemente Texas y Florida), persisten en la misma ruta: calificar a lo que sucede en nuestro país, como una realidad azotada por la actividad criminal que desde su punto de vista, debe clasificarse a las organizaciones criminales como narcoterroristas y por lo tanto a sus acciones violentas, como narcoterrorismo.
Es este breve pero amable espacio de la Organización Editorial Mexicana y de El Sol de México, intentaré, de manera audaz, hacer algunas precisiones. Por lo que corresponde a los estudios sobre la naturaleza y causales del terrorismo, este tiene en general, cuatro causales: reivindicaciones étnicas/culturales; identidades religiosas; acciones independentistas o soberanistas y, desde luego, planteamientos radicales político/ideológicos respecto de su entorno. A lo largo de la historia, en las distintas organizaciones calificadas como terroristas, dos o varias de las causales suelen presentarse como los ejes que articulan sus objetivos.
Para presionar y alcanzar sus metas, es que recurren a medidas, procedimientos y acciones de violencia física, de aplicación indeterminada y abierta, adjudicándose la perpetración de las mismas. La espectacularidad que permiten los dispositivos móviles y su intensa e ilimitada difusión en las redes digitales, las permiten a esas organizaciones, generar miedo, zozobra pero sobre todo: terror. Así, la mezcla de política/violencia indiscriminada, por ejemplo, la aplicada por el Estado Islámico o Boko Haram, caben desde luego en la taxonomía del terrorismo contemporáneo.
Y no porque se trate de un asunto de exquisitez académica, sino porque en la contención o argumentos de lo que compone a un concepto, sobre todo en temas tan sensibles y difíciles, como son las expresiones de las violencias que vivimos en varias partes del mundo y de manera simultánea, sociedades, gobiernos y organismos multilaterales, deben hacerse de los recursos analíticos apropiados, pues de ellos derivan, aspectos cruciales como la confección y aplicación de leyes, el establecimiento de condiciones para la cooperación y colaboración internacional, por sólo mencionar las acciones más frecuentes. En México, estamos en una dinámica de violencia criminal, que aunque se parece a lo descrito arriba, es diferente y por tanto, requiere de un tratamiento específico.
@JOIPso