El politólogo Antonio Elorza continúa: “A veces, me da por pensar que este terrorismo puede ser más cruel, para el que lo padece, que el de los suicidas. A fin de cuentas, el suicidio es cuestión de segundos, en tanto que la resignación puede prolongarse durante una vida entera”.
Es evidente que el terrorista suicida mata quizá a mucha gente. Pero no es menos verdad que, si en este mundo hubiera menos resignación sumisa y más libertad para no soportar las injusticias, es seguro que este mundo sería distinto, seguramente mucho mejor de lo que imaginamos”.
Decididamente, una de las cosas que más nos urgen a todos es afrontar en serio el problema de la religión. No para acabar con ella. Ni para pretender ingenuamente marginarla de la vida de los individuos o de la sociedad. Me parece que eso nadie lo va a conseguir”.
El problema no está en eliminar la religión, sino en persuadirnos de que se puede vivir de otra forma. No pretendo inventar nada. Porque, al menos desde el punto de vista de mi tradición religiosa (la cristiana), hace ya casi veinte siglos que la cosa se inventó”.
Lo que pasa es que, en estos veinte siglos, hemos sido muchos los cristianos traidores que hemos traicionado el invento. Me refiero al invento que consiste en este solo proyecto: “jamás se puede anteponer una idea (ni religiosa ni política) al bien y a la felicidad de un ser humano, sea quien sea”.
Un Dios o una religión que le amargan la vida a los humanos, que les meten miedo, que los someten mediante terrores, quizá tan sutiles que ni nos damos cuenta de ellos, ese Dios y esa religión no sólo son mentiras y patrañas, sino que sobre todo son un peligro público de consecuencias imprevisibles”.
Ya está bien de utilizar a Dios y a la religión para matar personas, marginar a colectivos enteros, por ejemplo, a las mujeres, o para humillar a seres que no tienen la culpa de ser como son, los homosexuales, pongo por caso. Todo esto, se haga como se haga o por más que se justifique con los más sutiles argumentos teológicos, en realidad, no es sino terrorismo religioso”.
¿Por dónde empezar? El terrorismo se encuentra ligado al periodo histórico y al contexto en que tienen lugar, y también a los fundamentos doctrinales de las organizaciones que lo practican. Lo primero se entiende, y concierne tanto a los recursos humanos y materiales disponibles como a la inserción de la práctica terrorista en la vida social y política. Lo segundo, o sea, la base doctrinal, proporciona la dimensión de la estrategia en que se inserta el terrorismo, legitima su existencia, traza sus límites y proporciona a los individuos la buena conciencia necesaria para que asuman una forma de actuación violenta.
En contra de todo lo mencionado, Ahmed Aabul Gheit, Secretario General de la Liga Árabe dice que “El terrorismo no tiene religión ni secta alguna”. En una entrevista concedida al periódico El País, Aabul Gheit, como máximo responsable de la organización panárabe critica el intervencionismo de Occidente (Estados Unidos) en Siria o Libia y alerta del riesgo para Europa de una crisis mayor en Argelia.
Hoy, y con todo lo complejo que pueda resultar el fenómeno y el enredo que pueda ocasionar a muchos las más de cien definiciones de terrorismo que existen, lo cierto es que el grupo organizado denominado ISIS ha vuelto a vincular “terrorismo y Estado” en su búsqueda de concretar su proyecto de un “Estado Islámico”. Hay quienes llamarán a esto “terrorismo religioso”, otros discutirán tal caracterización. Lo que queda claro es que lo que el Estado Islámico o ISIS busca es alcanzar fines políticos más que religiosos.
Las palabras de Benjamín Franklin, digno constructor de la Unión Americana, quedan en el aire para quien quiera recogerlas: “Nunca ha habido una buena guerra, ni una mala paz”.
Que sirvan para advertir – como lo advertía Einstein – que los contendientes de la Cuarta Guerra Mundial tendrán que librarla a base de pedradas.
¿Por dónde empezar?
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