“Hoy, como ayer, los desheredados, aquellos a los que se les prometía la igualdad en el Cielo, se preguntan: ¿y por qué no conseguir la igualdad ahora, ya, en la tierra?”. Éric Vuillard, incluye tan sugerente párrafo en La Guerra de los Pobres, Tusquets, 2020.
El padre de Thomas Müntzer fue decapitado o tal vez ahorcado. Esa historia persiguió toda su vida, su corta vida, al teólogo de lo radical. Nació en un pequeño pueblo de la Sajonia, estudió en las Universidades de Leipzig y Frankfurt, se graduó en teología y artes. Experto en la Biblia, dominaba el latín, griego y hebreo.
Vive en la Europa de los reformadores y conoce a Lutero, son los primeros días de la ruptura con la Iglesia católica. Desde antaño, en los pueblos y montañas de lo que hoy son Alemania, Suiza y Austria, resuenan las voces de pastores y teólogos que reclaman una relación directa con Dios y el cambio del sistema económico.
El sistema feudal no es de caballeros, justas y damas, como la historia romántica ha difundido. Más bien, como lo relatan los marxistas, fueron tiempos de explotación extrema. Señores y monarcas actuaban sin límites para lograr su objetivo: la máxima ganancia.
La vida lo llevó a predicar a un caserío llamado Zwickau. En ese lugar, se alimenta y crece la rebeldía natural del teólogo. La Biblia lo confronta con el bautismo no voluntario, la jerarquía de la iglesia, la misa en latín, pero sobre todo, con la explotación de los pobres.
A Müntzer lo echan de Zwickau en 1522 y huye a Praga, donde busca la protección de los seguidores de Juan de Hus. Como en otras ocasiones, no pierde el tiempo y predica por todas partes. Es un revolucionario, un provocador que arremete contra príncipes y aristócratas, contra católicos y luteranos puros.
En Praga lanza un manifiesto con el nombre de la ciudad. Un año después pasa a predicar en un pequeño pueblo de Turingia donde escribe el famoso “Sermón ante los príncipes”, en el cual reta a los ricos opresores. Años después, se suma a la “Revuelta Campesina”, es capturado y ejecutado junto a sus seguidores.
El Diccionario Soviético de Filosofía nos dice: “Su programa político era muy afín, al comunismo utópico nivelador. Los ideales… rebasaban en mucho los límites de los intereses propios de la masa campesina y plebeya, según palabras de Engels, fueron un anuncio de las “condiciones de liberación de los elementos proletarios… que entonces apenas comenzaban a desarrollarse”.
El mártir dijo: “Dios quiere que luchemos contra los tiranos, que levantemos nuestras cabezas y aclaremos nuestras conciencias” y “Dios prometió que no abandonará a sus fieles, y en este tiempo vendrá su justicia como un río inagotable”. Desde entonces la falsa disyuntiva: ¿el Reino es en esencia escatológico o su concreción se debe dar en la tierra?