/ jueves 12 de septiembre de 2024

Una cuarta ola de la democracia 

En la década de los ochenta del siglo pasado, el politólogo Samuel Huntington, escribía que en el mundo se había consolidado lo que él llamó la tercera ola de la democracia. Este diagnóstico parecía confirmarse con la democratización de los países de Europa del Este tras la caída del muro de Berlín. Eran los días en que Francis Fukuyama hablaba del fin de la historia y el triunfo del liberalismo. Pero el siglo XXI reintrodujo la historia en la ecuación de la política doméstica e internacional: del ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington DC en 2001 a la invasión del Estado ruso a Ucrania en 2022.

América Latina - que había sido el ejemplo de transición a la democracia más citado por Huntington - comenzó a dar por válidos planteamientos anti-democráticos. Una nueva ideología política, aunque fundada en ideas viejas, impulsada por un hombre extraído de los grupos militares venezolanos, prometía lograr la justicia social al precio de liquidar las libertades políticas y económicas. Pronto el virus del bolivarismo se extendió a otras regiones. Pero fue en Venezuela donde este pudo desplegarse en su máxima expresión.

El resultado le ha dado toda la razón a sus críticos. La devastación de la economía ha sido total y ha creado una diáspora gigantesca de ciudadanos venezolanos que han huido en busca de asilo y esperanza a otros países. Al mismo tiempo, los venezolanos han perdido sus libertades políticas, como fue claro en el reciente fraude electoral perpetrado por el régimen encabezado por Maduro, al que se le ha otorgado el triunfo en las pasadas elecciones. En vez de admitir su derrota, el régimen dictatorial del país sudamericano amenazó con meter a la cárcel al candidato ganador, Edmundo González. Fue tal la persecución que González decidió exiliarse a España, donde el gobierno de ese país le ofreció asilo.

La lideresa del movimiento democratizador, María Corina Machado, ha dicho que el exilio de González en España no es una abdicación sino parte de una estrategia para combatir mejor al régimen dictatorial: ella tomaría las riendas al interior, mientras él cerraría la pinza desde el exterior.

Con pocos amigos en el mundo civilizado - aunque Rusia, China e Irán conforman un bloque poderoso - el gobierno de Maduro enfrenta su mayor crisis hasta ahora. Por ahora, la presión en su contra parece haberse disipado, pero su régimen carece ya de la mínima legitimidad. Lo más importante es que los ciudadanos venezolanos ya se han dado cuenta de su propio poder. De cualquier manera, esperemos que una cuarta ola de la democracia - para continuar con la metáfora de Huntington - inunde pronto a las sociedades latinoamericanas. Esto corresponderá a la propia ciudadanía y a sus líderes políticos que ahora deben repensar nuestras Repúblicas. A eso debemos abocarnos todos los amigos de la libertad en el Hemisferio Occidental.

En la década de los ochenta del siglo pasado, el politólogo Samuel Huntington, escribía que en el mundo se había consolidado lo que él llamó la tercera ola de la democracia. Este diagnóstico parecía confirmarse con la democratización de los países de Europa del Este tras la caída del muro de Berlín. Eran los días en que Francis Fukuyama hablaba del fin de la historia y el triunfo del liberalismo. Pero el siglo XXI reintrodujo la historia en la ecuación de la política doméstica e internacional: del ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington DC en 2001 a la invasión del Estado ruso a Ucrania en 2022.

América Latina - que había sido el ejemplo de transición a la democracia más citado por Huntington - comenzó a dar por válidos planteamientos anti-democráticos. Una nueva ideología política, aunque fundada en ideas viejas, impulsada por un hombre extraído de los grupos militares venezolanos, prometía lograr la justicia social al precio de liquidar las libertades políticas y económicas. Pronto el virus del bolivarismo se extendió a otras regiones. Pero fue en Venezuela donde este pudo desplegarse en su máxima expresión.

El resultado le ha dado toda la razón a sus críticos. La devastación de la economía ha sido total y ha creado una diáspora gigantesca de ciudadanos venezolanos que han huido en busca de asilo y esperanza a otros países. Al mismo tiempo, los venezolanos han perdido sus libertades políticas, como fue claro en el reciente fraude electoral perpetrado por el régimen encabezado por Maduro, al que se le ha otorgado el triunfo en las pasadas elecciones. En vez de admitir su derrota, el régimen dictatorial del país sudamericano amenazó con meter a la cárcel al candidato ganador, Edmundo González. Fue tal la persecución que González decidió exiliarse a España, donde el gobierno de ese país le ofreció asilo.

La lideresa del movimiento democratizador, María Corina Machado, ha dicho que el exilio de González en España no es una abdicación sino parte de una estrategia para combatir mejor al régimen dictatorial: ella tomaría las riendas al interior, mientras él cerraría la pinza desde el exterior.

Con pocos amigos en el mundo civilizado - aunque Rusia, China e Irán conforman un bloque poderoso - el gobierno de Maduro enfrenta su mayor crisis hasta ahora. Por ahora, la presión en su contra parece haberse disipado, pero su régimen carece ya de la mínima legitimidad. Lo más importante es que los ciudadanos venezolanos ya se han dado cuenta de su propio poder. De cualquier manera, esperemos que una cuarta ola de la democracia - para continuar con la metáfora de Huntington - inunde pronto a las sociedades latinoamericanas. Esto corresponderá a la propia ciudadanía y a sus líderes políticos que ahora deben repensar nuestras Repúblicas. A eso debemos abocarnos todos los amigos de la libertad en el Hemisferio Occidental.