/ miércoles 22 de febrero de 2023

Una nueva Alemania bajo el sol

Por Luis Alfonso Gómez Arciniega

Durante un discurso en la Dieta Imperial en 1897, Bernhard von Bülow, secretario de Estado de Asuntos Exteriores del Imperio alemán, decretó el fin de la era en que su país “dejaba la tierra a uno de sus vecinos, el mar a otro y se reservaba para ella el cielo, donde reina la filosofía pura” y formuló la política colonial alemana: “No queremos poner a nadie en la sombra, pero exigimos nuestro lugar al sol”. El gobierno del káiser Guillermo II se encaminaba así hacia las masacres en Pekín durante las revueltas de los bóxer (1900), el genocidio de las comunidades herero y namaqua en la actual Namibia (1904-1907) o la represión de la revuelta Maji Maji en la actual Tanzanía (1907).

A finales del año pasado, la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, perfiló una diplomacia contrapuesta a la de Von Bülow, cuando, al frente de una delegación, devolvió una parte de los “bronces de Benín” al gobierno nigeriano: una serie de esculturas y piezas metálicas que los británicos expoliaron cuando atacaron el Reino de Benín en 1897. En un eufórico discurso, Baerbock destacó desde Abuya la importancia del arte para la identidad nacional. A renglón seguido, la política de Los Verdes se preguntó qué pasaría si los alemanes ya no pudieran admirar la Biblia de Gutenberg en Maguncia o el escritorio de Goethe en Weimar. “Estamos aquí para rectificar un error”, sentenció la también autora del superventas Ahora. Cómo renovaremos nuestro país. “Es un día histórico en el que devolvemos lo que nunca nos perteneció”, añadió más tarde la ministra de Cultura y Medios de Comunicación, Claudia Roth. La misión de buena voluntad está en consonancia con la política interna, que se ha empecinado en borrar las referencias al Imperio alemán en las calles del barrio africano de Berlín, quitando a Guillermo II del nombre oficial de la Universidad de Münster o rebautizando la sala Bismarck del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las motivaciones para llevar a cabo estas correcciones del pasado comprenden acusaciones de colonialismo, antisemitismo, militarismo o racismo y están alineadas con la pasión justiciera en Occidente, que ha encendido una fervorosa y compulsiva ira iconoclasta traducida en una serie de actos reivindicativos, tanto radicales como irreflexivos.

Es curioso que gobiernos preocupados por diseñar paraísos multiculturales en Alemania defiendan con tanta insistencia la identidad cultural en la galería internacional. Es todavía más extraño que nigerianos y alemanes asuman que el Estado nigeriano sea heredero natural del Reino de Benín, lo que perpetua el discurso colonial de Estados-nación. Para ser congruentes, los alemanes tendrían que pedir disculpas por apropiarse del escritorio de Goethe, perteneciente, en todo caso, al ducado de Sajonia-Weimar. Habría que preguntarse también, por cierto, si el gobierno alemán devolverá también la Nefertiti, la Puerta de Istar o el Altar de Pérgamo a sus “lugares de origen”. O a lo mejor se piensa que no es lo mismo Pérgamo o el Antiguo Egipto que el Reino de Benín. Pero más vale no hacer conjeturas. En estos ejercicios expiatorios, se desliza, eso sí, la tentación de suponer que los “colonialistas” deberían haber razonado bajo la sensibilidad del siglo XXI. Tampoco hay espacio para matices: Guillermo II, Otto von Bismarck y Paul von Hindenburg, por militaristas, colonialistas o antisemitas, son poco más que antecedentes de Hitler; la política colonial de Leopoldo II es la misma que la de Guillermo II, y los botánicos que acompañaron las misiones coloniales son equiparables a los matarifes de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. En este amasijo de contradicciones y simplificaciones subyace, no obstante, la superioridad moral de los revolucionarios franceses, que quisieron suprimir el pasado para recomenzar la historia a partir de 1789: idéntica voluntad por perfeccionar al ser humano, análoga tentación por fundar el paraíso terrenal. El problema es que muchas tragedias comienzan con gestos de buena voluntad, con el anhelo de construir utopías bajo el sol.


Por Luis Alfonso Gómez Arciniega

Durante un discurso en la Dieta Imperial en 1897, Bernhard von Bülow, secretario de Estado de Asuntos Exteriores del Imperio alemán, decretó el fin de la era en que su país “dejaba la tierra a uno de sus vecinos, el mar a otro y se reservaba para ella el cielo, donde reina la filosofía pura” y formuló la política colonial alemana: “No queremos poner a nadie en la sombra, pero exigimos nuestro lugar al sol”. El gobierno del káiser Guillermo II se encaminaba así hacia las masacres en Pekín durante las revueltas de los bóxer (1900), el genocidio de las comunidades herero y namaqua en la actual Namibia (1904-1907) o la represión de la revuelta Maji Maji en la actual Tanzanía (1907).

A finales del año pasado, la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, perfiló una diplomacia contrapuesta a la de Von Bülow, cuando, al frente de una delegación, devolvió una parte de los “bronces de Benín” al gobierno nigeriano: una serie de esculturas y piezas metálicas que los británicos expoliaron cuando atacaron el Reino de Benín en 1897. En un eufórico discurso, Baerbock destacó desde Abuya la importancia del arte para la identidad nacional. A renglón seguido, la política de Los Verdes se preguntó qué pasaría si los alemanes ya no pudieran admirar la Biblia de Gutenberg en Maguncia o el escritorio de Goethe en Weimar. “Estamos aquí para rectificar un error”, sentenció la también autora del superventas Ahora. Cómo renovaremos nuestro país. “Es un día histórico en el que devolvemos lo que nunca nos perteneció”, añadió más tarde la ministra de Cultura y Medios de Comunicación, Claudia Roth. La misión de buena voluntad está en consonancia con la política interna, que se ha empecinado en borrar las referencias al Imperio alemán en las calles del barrio africano de Berlín, quitando a Guillermo II del nombre oficial de la Universidad de Münster o rebautizando la sala Bismarck del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las motivaciones para llevar a cabo estas correcciones del pasado comprenden acusaciones de colonialismo, antisemitismo, militarismo o racismo y están alineadas con la pasión justiciera en Occidente, que ha encendido una fervorosa y compulsiva ira iconoclasta traducida en una serie de actos reivindicativos, tanto radicales como irreflexivos.

Es curioso que gobiernos preocupados por diseñar paraísos multiculturales en Alemania defiendan con tanta insistencia la identidad cultural en la galería internacional. Es todavía más extraño que nigerianos y alemanes asuman que el Estado nigeriano sea heredero natural del Reino de Benín, lo que perpetua el discurso colonial de Estados-nación. Para ser congruentes, los alemanes tendrían que pedir disculpas por apropiarse del escritorio de Goethe, perteneciente, en todo caso, al ducado de Sajonia-Weimar. Habría que preguntarse también, por cierto, si el gobierno alemán devolverá también la Nefertiti, la Puerta de Istar o el Altar de Pérgamo a sus “lugares de origen”. O a lo mejor se piensa que no es lo mismo Pérgamo o el Antiguo Egipto que el Reino de Benín. Pero más vale no hacer conjeturas. En estos ejercicios expiatorios, se desliza, eso sí, la tentación de suponer que los “colonialistas” deberían haber razonado bajo la sensibilidad del siglo XXI. Tampoco hay espacio para matices: Guillermo II, Otto von Bismarck y Paul von Hindenburg, por militaristas, colonialistas o antisemitas, son poco más que antecedentes de Hitler; la política colonial de Leopoldo II es la misma que la de Guillermo II, y los botánicos que acompañaron las misiones coloniales son equiparables a los matarifes de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. En este amasijo de contradicciones y simplificaciones subyace, no obstante, la superioridad moral de los revolucionarios franceses, que quisieron suprimir el pasado para recomenzar la historia a partir de 1789: idéntica voluntad por perfeccionar al ser humano, análoga tentación por fundar el paraíso terrenal. El problema es que muchas tragedias comienzan con gestos de buena voluntad, con el anhelo de construir utopías bajo el sol.