Al paso de los días pero muy velozmente, desde el 1 de octubre ha sido notorio el avance de la Cuarta Transformación (4T). El más reciente logro ha sido la reforma al Poder Judicial. De modo que ha caído uno de los últimos reductos de resistencia del viejo régimen oligárquico.
Pero todavía están en pie otros bastiones del pripanismo. Éstos son, entre otros, los organismos autónomos. O, mejor dicho, algunos de ellos, como el de la falaz transparencia, que militan abiertamente contra la revolución en curso.
No todos los organismos autónomos se encuentran en esta tesitura. Son los casos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
A los organismos autónomos contrarrevolucionarios muy pronto les llegará su hora. En cosa de unas cuantas semanas, la revolución interrumpida en 1940 y reiniciada en 2018, se alzará con una nueva y enorme victoria.
Y luego vendrá el turno de otros nichos de la contrarrevolución. Es el caso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Aquí se han enquistado y pertrechado el neoliberalismo, el pripanismo y la oligarquía. Tres personas distintas y un solo dios verdadero: el poder del dinero.
Es un caso semejante al del Poder Judicial. Es clarísimo que la UNAM debe ser reformada con sentido popular y democrático. Pero es igualmente obvio que la cúpula dominante, encabezada por el rector Leonardo Lomelí Villegas, se resiste a su autorreforma. A renunciar a su enorme coto de poder académico y burocrático y a sus inmerecidos y desproporcionados privilegios económicos.
En su momento, el entonces máximo dirigente de la 4T, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, llamó a la UNAM a autorreformarse. Pero la alta burocracia universitaria se negó a hacerlo.
Y aunque la Presidenta Claudia Sheinbaum todavía no se ha pronunciado al respecto, es evidente que mantiene la misma línea de pensamiento de López Obrador: la necesidad de la autorreforma universitaria.
No hay hasta ahora visos de que la dorada burocracia de la UNAM quiera emprender su propia reforma, lo que deja el asunto en manos del resto de la comunidad: estudiantes, maestros y trabajadores.
No será fácil, pero no hay alternativa. O la UNAM se autorreforma pronto o continuará en su ya innegable proceso de deterioro y decadencia.
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