Por Adolfo Arreola García*
Tanto el desarrollo tecnológico en lo general como el de las tecnologías emergentes en lo particular son temas de interés no solamente para las grandes empresas tecnológicas, sino también para las fuerzas armadas de todo el mundo.
Hoy se reconoce que las tecnologías emergentes, como la impresión 3D, la Inteligencia Artificial o sistemas de armas autónomos, tienen la capacidad para cambiar las reglas del juego; el cual puede ser relativo al poder militar, al pensamiento estratégico de los líderes mundiales o al poder tecnológico-económico de las grandes compañías. Por ello, las tecnologías emergentes empleadas para garantizar la seguridad internacional, buscar la cooperación y el desarrollo o para lidiar las batallas del siglo XXI traen consigo implicaciones, incertidumbre y cuestionamientos serios sobre su maduración en armas letales, precursores del desarrollo o instrumentos de presión político-económica.
Estas implicaciones son importantes porque modifican el medio ambiente en donde las fuerzas armadas y otros actores operan, dando oportunidad a que una tecnología emergente modifique el equilibrio internacional de poder, favorezca a actores maliciosos o de pie a nuevas fuentes de inseguridad. Invariablemente, las tecnologías emergentes cambian la doctrina militar y la forma de realizar los combates, remarcando la importancia de la ciencia aplicada.
Ejemplo de lo anterior es lo que ocurre en el conflicto entre Rusia y Ucrania con el uso intensivo y diferenciado de vehículos no tripulados para brindar nuevas capacidades de combate y volver obsoletos a los sistemas de defensa convencionales. Estos cambios no previstos y adoptados con suma rapidez dejan ver la importancia de la relación entre factores institucionales y el sistema de adquisiciones o el sector productivo.
En ese contexto, se enfatiza la importancia cada vez mayor del sector privado en el desarrollo de estas tecnologías emergentes y se minimiza el papel del sector de la defensa como generador de innovaciones tecnológicas. En el presente, es perceptible que muchas fuerzas armadas han dejado de ser líderes del desarrollo para convertirse en seguidores/consumidores de productos tecnológicos vanguardistas surgidos de la actividad científica, tecnológica e innovadora de los civiles, pequeñas empresas y universidades. Lo anterior perturba el equilibrio entre el sector público y el privado, dando mayor participación, con los riesgos que esto conlleva, a entes civiles en decisiones de carácter estratégico-militar. Ejemplo de lo antes mencionado, sería el empleo por diversos actores de las capacidades globales de la empresa Starlink para obtener inteligencia, ampliar el mando, control y comunicaciones o controlar sistemas de armas autónomos.
En resumen, el valor estratégico de las tecnologías emergentes radica en su capacidad para cambiar las reglas del juego, fortalecer los sistemas de defensa, amplificar las capacidades ofensivas, modificar el equilibrio de poder y establecer un nuevo sistema de relaciones internacionales en cuestiones de seguridad. Por lo tanto, pensar estratégicamente requiere del desarrollo de ciencia y tecnología para sobrevivir en un entorno altamente automatizado.
* Profesor investigador de la Universidad Anáhuac México