Desde el antiguo Egipto, pasando por Platón, Arquímedes, Filóstrato, Alcifrón, Epicuro, Cicerón, Séneca, Horacio, Ovidio, Plinio el Joven, Ausonio, los apóstoles Santiago, Judas, Pedro, Juan y Pablo, los padres de la Iglesia ortodoxa como san Basilio, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno y san Gregorio de Nisa, Abelardo y Eloísa, hasta Petrarca, Erasmo de Rotterdam, Garcilaso de la Vega, Hernán Cortés, Santa Teresa de Jesús, Francisco de Quevedo, sor Juana Inés de la Cruz, Françoise de Graffigny, el barón de Montesquieu, Leandro Fernández de Moratin, Francisco Cabarrús, Félix Amat, José María Blanco White, Gustavo Adolfo Bécquer, Benito Pérez Galdós, Juan Valera, Fiodor Dostoyevski, Franz Kafka, Antonio Machado y Max Aub, por citar sólo a unos cuantos de entre tantos y tantos otros escritores que han cultivado -en palabras de Cicerón- la “conversación en ausencia de los amigos… por no ruborizarse”: el género literario de la epístola -en sus diversas modalidades (diario, memorias, monólogo, confesiones, autobiografía)- es una de las puertas de entrada más sublimes y directas a la esencia misma de sus cultores: hombres y mujeres que, a lo largo de las diversas épocas de la historia humana, se han permitido retirar el velo que ocultaba, consciente e inconscientemente, su propia intimidad, al momento de quedar desnudos en toda su grandeza y en toda su vulnerabilidad.
\u0009Uno de estos hombres que a través de la epístola abrió su corazón y cuyo nombre da sello a uno de los más grandes capítulos de la historia del arte de todos los tiempos, fue Vincent van Gogh, el artista que aún antes que pintar con el pincel, lo hizo con la palabra. Qué mejor ejemplo que el siguiente fragmento tomado de la carta que escribe a su amado hermano Theo:
\u0009“Te escribo desde Saintes-Maries, en la orilla del Mediterráneo al fin. El Mediterráneo tiene un color como la caballa, es decir, cambia, no siempre se sabe si es verde o morado, no siempre se sabe si es azul, porque al egundo el reflejo cambiante ha tomado una tonalidad rosa o gris… He paseado una noche en la orilla del mar, en la playa desierta. No era alegre, pero tampoco triste, era bello. El cielo de un azul profundo estaba salpicado de nubes de un azul más profundo que el azul primario de un cobalto intenso, y otras nubes eran de un azul más claro, como la blancura azul de la vía láctea. En el fondo azul las estrellas brillaban claras, verdes, amarillas, blancas, rosadas, más claras, diamantina como las piedras preciosas nuestras o de París, es por lo tanto como decir: ópalos, esmeraldas, lapislázuli, rubíes, zafiros. El mar me ha parecido de un ultramarino muy profundo, la playa de un tono violáceo y rojo pálido, con arbustos sobre la duna, de cinco metros de alto, y algunos arbustos color azul de Prusia…”. Sí, van Gogh no necesitaba haber pintado para hacer pintura con su escritura.
Palabra a palabra el autor va dando pinceladas que poco a poco conforman imágenes en las que la realidad se sublima a través de la palabra hasta lograr crear verdaderas imágenes virtuales en las que la pintura cobra vida en nuestra mente, siendo siendo el elemento predominante el color en todo su esplendor. Tan sólo en el fragmento que me he permito transcribir, es posible advertir cómo el escritor-pintor dibuja cual si fuera una ola, en un movimiento sinuoso y envolvente que termina siendo circular, el recorrido de su mirada de artista desde el pueblo costero hacia el mar, en medio de la noche, para ascender hacia el cielo y sus estrellas y proceder luego al descenso hasta la playa para dar por concluida su vista en los arbustos que divisa en la playa.
Movimiento incesante al que acompaña con los incesantes cambios de matiz que se producen en las diferentes horas y momentos de observación teniendo al Mediterráneo, el cielo y la playa como sus tres principales centros de atención. Sin embargo, llegados a este punto es posible advertir que todos los elementos giran en torno a un epicentro: el color, y el azul en especial. Azul que junto al verde, rosa, gris y violeta da vida al cambiante Mar Mediterráneo. Azul profundo, más profundo, fundamental, cobalto intenso, más claro, azul blanquecino, ultramarino más profundo que cobra vida en el cielo. Azul profundo que sirve de fondo al brillo claro, verdoso, amarillo, blanco, rosáceo, polícromo, de las estrellas diamantinas que engalanan como piedras preciosas el firmamento, mientras en la playa de un rojo violáceo y pálido se erigen los arbustos con otro azul: el de Prusia.
En pocas palabras: todo un efluvio cromático es lo que nos ofrece en unas cuantas líneas este artista del color. El hombre que quiso ser un místico a través de la religión pero que terminó siéndolo a través de la exaltación de la naturaleza por medio del arte, lo mismo plástico que, como podemos constatar, literario.
Pero eso lo sabía el propio van Gogh. Por algo él mismo había dicho: “las pinturas tienen una vida propia que se deriva del alma del pintor”. La misma alma que se asomó a través de su literatura.
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@BettyZanolli