/ sábado 3 de agosto de 2024

Viejas glorias olímpicas de México (II)

Competir para ir a buscar una medalla a Londres, a Inglaterra, a los Juegos Olímpicos que la Segunda Guerra Mundial interrumpió, excitaba a los gimnastas que tres veces por semana entrenaban, ya de noche martes y jueves, ya a pleno sol, en el Parque Deportivo “Venustiano Carranza”, de la avenida Francisco Morazán. Desde las primeras horas de los domingos había curiosidad de muchos. “Vamos a la Guay, invitó, decidió mi padre. “Seguro que mi compadre Mosqueira les va a dar “una clasecita a los de la Mutualista de Monterrey. Vamos.”

Y de su mano fui. La “Guay” de 1948 estaba –me pareció— inmensa, ubicada en un todavía más grande edificio gris de la esquina de avenida Morelos y Balderas. Cconstrucción que exhibía fracturas y grietas y oquedales causadas por bombardeos ocurridos en febrero de 1913. La Decena Trágica. La ambición, la conspiración, la traición y la muerte de Francisco I. Madero con José Maria Pino Suárez . Sobre ellos los perfiles del embajador estadounidense Wilson y la desagradable - despreciable- del chacal Victoriano Huerta. En contra esquina una cantina, El Negresco.

Práctica dura, ruda, forzuda la de la gimnasia de aparatos: Barra fija. Barras paralelas. Caballo con arzones. Gimnasia a “manos libres”. Arabescas. Rueda de carro. Y los anillos. Par de círculos de metal que retaban al equilibrio, la concentración, la coordinación y la fuerza. Nezahualcóyotl Ávila ejecutaba un “Cristo”, que retenía el aliento. Neza, como le decían sus amigos, construía –a pura fibra--, un perfecto ángulo recto. Metido en los anillos, majestuoso, prolongaba su cuerpo. Impecable escuadra. A noventa grados. Nezahualcóyotl Ávila. Un instante después de la admiración, Nezahualcóyotl intentaba una “parada de manos”. Su cuerpo, una línea de cabeza a pies, eternizaba el tiempo. ¡Bravo, Neza!

Pero nadie se comparaba con Ismael Mosqueira Castelán. Todos lo reverenciaban. “Buenos días, campeón. ¿Cómo le va, campeón? ¿Que vamos a practicar hoy, campeón? ¿Cómo ejecutó ese movimiento de “ soporte a soporte “ en la barra, campeón?”

Así. Todos así. Y él, el campeón ágil, sonriente, eternamente fuerte, sonreía. Ponía al sol sus notorios músculos. Espalda recta, fuerte. Cintura estrecha. Tórax ancho, rotundo, ventilado. Adecuadamente delgado. Piernas muy fuertes; firmes. Exhibía ligereza, fuerza bien calculada. Destreza que venía de lejos…

“ Fui a la Olimpiada de Los Ángeles…”- comenzaba a contar.

Relato que se extendía a Europa Central. Y llegaba a competencias gimnásticas en Barranquilla, Colombia. Y la gimnasia lo llevó a la Alemania de Adolfo Hitler. Y ya estaba listo para ganar su lugar en el equipo de gimnasia de México que iría a Londres.

Ismael Mosqueira, padrino de algunos de mis hermanos, era –en la vida diaria-- un buen sastre cortador de la COVE. La cooperativa de Vestuario y Equipo del Gobierno de México. Quedaba por Observatorio, por los rumbos de Tacubaya. Empresa en constante quiebra. Generales iban y venían y la COVE en ruina permanente. Cooperativa frustrada.

“Vino mi general Tirso Hernández con la Reina de las Fiestas de la Primavera, Rosita Arenas, a los talleres de la fábrica y llegó hasta donde estaba yo y le dijo: “Rosita, le presento al campeón…

“Y ya me levanté y la saludé. Ella me decía: “Mucho gusto, campeón . Y así hicimos el recorrido por toda la COVE. Y el general, y Rosita y todos saludándome y aplaudiéndome. Felicidades, campeón “.

Mosqueira, el campeón, vivía en la colonia Álamos. En la calle Aragón. Casona impresionante con sala-comedor y vistosa pianola, que compartía con su hermana Lilia. Solterones ambos. Amos en la bien amueblada casona permitían que al fondo del patio, en una pobre construcción de madera, viviera su hermano con mujer e hijos. Virgilio era policía. Traía una patrulla, alegaban los pequeñuelos sobrinos de Mosqueira, el campeón. Evidente la calidad de vida –tan diferente-- la del campeón y la de sus hermanos.

El campeón Ismael Mosqueira Castelán embelesaba con sus ágiles giros y vistosos cambios. Su rostro no reflejaba la intensidad de su esfuerzo. De aparato en aparato, con el asidero a los aparatos que le permitía la magnesia, palpaba, reconocía prestancia de barras paralelas, de arzones, de anillos.

Ismael Mosqueira Castelán jamás observó a un jovencito que tras dedicarle fugaces, rápidas, vigorosas miradas, transformaba el tiempo en trazos sin fin. Ojo y sensibilidad de Alberto Isaac. Cada lunes publicaba en la contraportada de El Gráfico una página que bautizó: “La Semana Deportiva a través de mi lápiz”. Ahí brillaba la fuerza, el arte y la inteligencia de Ismael Mosqueira Castelán, el campeón.


Tal en 1948. En vísperas de los Juegos Olímpicos de Londres.

Competir para ir a buscar una medalla a Londres, a Inglaterra, a los Juegos Olímpicos que la Segunda Guerra Mundial interrumpió, excitaba a los gimnastas que tres veces por semana entrenaban, ya de noche martes y jueves, ya a pleno sol, en el Parque Deportivo “Venustiano Carranza”, de la avenida Francisco Morazán. Desde las primeras horas de los domingos había curiosidad de muchos. “Vamos a la Guay, invitó, decidió mi padre. “Seguro que mi compadre Mosqueira les va a dar “una clasecita a los de la Mutualista de Monterrey. Vamos.”

Y de su mano fui. La “Guay” de 1948 estaba –me pareció— inmensa, ubicada en un todavía más grande edificio gris de la esquina de avenida Morelos y Balderas. Cconstrucción que exhibía fracturas y grietas y oquedales causadas por bombardeos ocurridos en febrero de 1913. La Decena Trágica. La ambición, la conspiración, la traición y la muerte de Francisco I. Madero con José Maria Pino Suárez . Sobre ellos los perfiles del embajador estadounidense Wilson y la desagradable - despreciable- del chacal Victoriano Huerta. En contra esquina una cantina, El Negresco.

Práctica dura, ruda, forzuda la de la gimnasia de aparatos: Barra fija. Barras paralelas. Caballo con arzones. Gimnasia a “manos libres”. Arabescas. Rueda de carro. Y los anillos. Par de círculos de metal que retaban al equilibrio, la concentración, la coordinación y la fuerza. Nezahualcóyotl Ávila ejecutaba un “Cristo”, que retenía el aliento. Neza, como le decían sus amigos, construía –a pura fibra--, un perfecto ángulo recto. Metido en los anillos, majestuoso, prolongaba su cuerpo. Impecable escuadra. A noventa grados. Nezahualcóyotl Ávila. Un instante después de la admiración, Nezahualcóyotl intentaba una “parada de manos”. Su cuerpo, una línea de cabeza a pies, eternizaba el tiempo. ¡Bravo, Neza!

Pero nadie se comparaba con Ismael Mosqueira Castelán. Todos lo reverenciaban. “Buenos días, campeón. ¿Cómo le va, campeón? ¿Que vamos a practicar hoy, campeón? ¿Cómo ejecutó ese movimiento de “ soporte a soporte “ en la barra, campeón?”

Así. Todos así. Y él, el campeón ágil, sonriente, eternamente fuerte, sonreía. Ponía al sol sus notorios músculos. Espalda recta, fuerte. Cintura estrecha. Tórax ancho, rotundo, ventilado. Adecuadamente delgado. Piernas muy fuertes; firmes. Exhibía ligereza, fuerza bien calculada. Destreza que venía de lejos…

“ Fui a la Olimpiada de Los Ángeles…”- comenzaba a contar.

Relato que se extendía a Europa Central. Y llegaba a competencias gimnásticas en Barranquilla, Colombia. Y la gimnasia lo llevó a la Alemania de Adolfo Hitler. Y ya estaba listo para ganar su lugar en el equipo de gimnasia de México que iría a Londres.

Ismael Mosqueira, padrino de algunos de mis hermanos, era –en la vida diaria-- un buen sastre cortador de la COVE. La cooperativa de Vestuario y Equipo del Gobierno de México. Quedaba por Observatorio, por los rumbos de Tacubaya. Empresa en constante quiebra. Generales iban y venían y la COVE en ruina permanente. Cooperativa frustrada.

“Vino mi general Tirso Hernández con la Reina de las Fiestas de la Primavera, Rosita Arenas, a los talleres de la fábrica y llegó hasta donde estaba yo y le dijo: “Rosita, le presento al campeón…

“Y ya me levanté y la saludé. Ella me decía: “Mucho gusto, campeón . Y así hicimos el recorrido por toda la COVE. Y el general, y Rosita y todos saludándome y aplaudiéndome. Felicidades, campeón “.

Mosqueira, el campeón, vivía en la colonia Álamos. En la calle Aragón. Casona impresionante con sala-comedor y vistosa pianola, que compartía con su hermana Lilia. Solterones ambos. Amos en la bien amueblada casona permitían que al fondo del patio, en una pobre construcción de madera, viviera su hermano con mujer e hijos. Virgilio era policía. Traía una patrulla, alegaban los pequeñuelos sobrinos de Mosqueira, el campeón. Evidente la calidad de vida –tan diferente-- la del campeón y la de sus hermanos.

El campeón Ismael Mosqueira Castelán embelesaba con sus ágiles giros y vistosos cambios. Su rostro no reflejaba la intensidad de su esfuerzo. De aparato en aparato, con el asidero a los aparatos que le permitía la magnesia, palpaba, reconocía prestancia de barras paralelas, de arzones, de anillos.

Ismael Mosqueira Castelán jamás observó a un jovencito que tras dedicarle fugaces, rápidas, vigorosas miradas, transformaba el tiempo en trazos sin fin. Ojo y sensibilidad de Alberto Isaac. Cada lunes publicaba en la contraportada de El Gráfico una página que bautizó: “La Semana Deportiva a través de mi lápiz”. Ahí brillaba la fuerza, el arte y la inteligencia de Ismael Mosqueira Castelán, el campeón.


Tal en 1948. En vísperas de los Juegos Olímpicos de Londres.