/ viernes 10 de noviembre de 2017

¿Y México, apá?

Querámoslo o no y generalmente para nuestro pesar, todo cuanto acontece en Estados Unidos nos afecta. Las elecciones que se acaban de celebrar en el país vecino y que dieron el triunfo a los candidatos demócratas con una votación que superó la alcanzada en la presidencial que puso a Trump en la Casa Blanca.

Los índices de popularidad del Capitán Cheetos van en picada y no es para menos, cada vez que abre la boca pone al mundo a temblar o a reír. Por ejemplo, hace unos días, un individuo perturbado asesinó a sangre fría a más de 27 personas en un templo de una pequeña comunidad rural de Texas. Trump declaró que la matanza se debió a un problema de salud mental. No, pos sí.

Por allá -como por todas partes- hay mucho loco suelto, pero si Devin Kelley no hubiese podido adquirir un rifle de asalto, esos 27 civiles inocentes estarían vivos. Sin embargo, los asesinatos masivos (recordemos el ocurrido hace poco en Las Vegas) suceden porque la Asociación Nacional del Rifle -que respaldó e hizo contribuciones multimillonarias a la campaña de Trump- impone sus multimillonarios intereses.

Las armas son para usarlas. Tal vez, sí, en legítima defensa, pero también en un momento de locura temporal por personas que normalmente no son violentas. Por lo tanto hasta el arma de menor calibre está diseñada para matar.

Por muchos problemas mentales que tenga un individuo, si no dispone de un arma no podrá cometer asesinatos masivos. El sentido común es lapidario, mister Trump.

Pero volvamos al tema principal de esta colaboración. Los republicanos están preocupados. Y con sobrados motivos. Recordemos que el actual presidente no ganó por el voto popular y que solamente gobierna para darle gusto a su base. Hay una enorme polarización social y si el partido republicano quiere conservar su mayoría tanto en la cámara baja como la alta, debe hacer algo que realmente cambie la inclinación de la balanza.

La gran apuesta está ahora en la reforma fiscal. En la actualidad, la tasa impositiva para las empresas es de 35% y la quieren bajar al 20. Eso sería maravilloso para ellos y terrible para México. Habría, sin duda, una repatriación histórica de capitales y las compañías optarían por instalar más fábricas de toda clase de bienes en territorio estadounidense.

El gobierno mexicano parece estar ahora mucho más pendiente en la guerra sucesoria que en tomar precauciones ante la posibilidad de que se apruebe la reforma fiscal en el país vecino.

Invertir en México es un viacrucis. Hay un exceso de regulación, una tramitología infernal que favorece la corrupción y leyes laborales que encarecen en un porcentaje cercano al 30% la creación de empleos. El trabajador recibe un salario bajo, pero el empleador paga caro por tenerlo contratado. Y esto sin contar con la intromisión de los sindicatos que son otra complicación  que se ven obligados a padecer muchas empresas y que, finalmente, no resultan en beneficios para los trabajadores, sino en el engrosamiento de las carteras de los líderes.

Esperemos que, muy pronto, tanto la Secretaría de Hacienda como la de Economía informen qué tienen pensado hacer para paliar los efectos negativos de una reforma fiscal en Estados Unidos, en lugar de seguir enfrascados en la grilla electoral.

Los gringos tienen su agenda, una que casi siempre nos golpea, por eso, ¿y México, apá?

 

andreacatano@gmail.com

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