“Y ese tesoro es la llave para vivir en paz, con verdad, tomar fuerzas para seguir plantándonos con vigor y defender lo nuestro sobre el planeta tierra”.
Habrá que poner los puntos sobre las íes y aseverar que cocinar en este momento histórico, sea esto para una, quinientas o mil personas, deberá constituir un acto más cercano al ritual que a la mera alimentación, más de cara a la ética que a la estética, más propio de la vida que hayamos soñado que de lo que los corporativos han querido que pensemos de ella.
Comer estando conscientes de ello. Un ritual personalísimo o colectivo, en que no estemos apresurados sino protegidos del caos en que nos sumerge el frenesí productivo. No de pie, incómodos, engullendo los alimentos sin disfrutarlos. Así el ritual, no sólo alimentaremos nuestro cuerpo sino también nuestro adentro, avivaremos el sentirnos en paz con nosotros mismos y los nuestros, fortificaremos nuestras defensas contra lo que no queremos que sea normalizado en nuestras vidas. A saber: que sólo vivimos para trabajar y descansar para volver a hacerlo, y no para sentirnos vivos, seres de sensaciones y necesitados de placeres profundos y hasta efímeros.
Cercano este comer a la ética porque sabemos que llevar alimentos a nuestra mesa es el final de un proceso cada vez más complejo; porque sabemos que cientos de manos, cientos de elementos tuvieron que conjugarse para que eso fuera posible y, congruente con el humanismo más radical, merece ser valorado, agradecido (al Dios que queramos, pero también a nosotros y a tantos humanos desconocidos), y sobre todo, nunca desperdiciado. Nunca tirado a la basura en este mundo en donde la mitad de su población tiene muy poco o casi nada que comer.
Atendido así un nuevo comer por todos, sin importar nuestra capacidad adquisitiva, nuestra clase social, nuestro nivel educativo, sabremos que para lograr una sensación de placidez y belleza por medio de la comida, rozar por decirlo de alguna manera eso que llamamos felicidad, se requiere algo que comer y, en el mejor de los casos, alguien con quien hacerlo. Que eso basta y no un gran emplatado, eso y no un alto artificio, para crear, entre todos los hombres de todos los países, un relato conjunto. Y ese tesoro es la llave para vivir en paz, tomar fuerzas para seguir plantándonos con vigor y defender lo nuestro sobre el planeta tierra.