Londres - "¡Mira m’hija!', exclamó la mujer a mi lado. ¡Ahí está! La Reina Isabel te está mirando!”
Aún demasiado pequeña para entender cómo este personaje tan importante podía ver mi gorro de lana, tejido con cariño por mi abuelita (bautizada Emilia Elizabeth) con los colores británicos -rojo, blanco y azul- desde su carruaje tirado por caballos (quienes en mi memoria también llevaron plumas de los mismos colores para celebrar el aniversario 25 desde que la Princesa ‘Lilibet' fue coronada y se convirtió en Su Majestad La Reina Elizabeth), yo simplemente compartí con mi mamá el esplendor y lo mágico del momento.
Para mí fue una aventura salir al centro del capital con mi mamá, quien fue desde niña (como hija de la antes mencionada abuela), una aficionada de la familia real.
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De hecho, aunque no compartieron el nombre, mi mamá nunca se quejó, pero sí lamentó que fue la única mujer en cuatro generaciones en no llevar el nombre de Elizabeth (o Isabel en español). Sí compartieron mucho: las privaciones de la guerra (aunque creo que no fueron duras ni tan tristes para la princesa), y los mismos retos que cada chica enfrenta al ser teenager.
A pesar de que mi mamá creció en una casa sin baño privado -hasta que salió para convertirse en maestra vivió con su familia en dos habitaciones y tuvo que utilizar un baño en el patio, el cual también utilizaron sus vecinos-, ella se identificó con la joven majestad como símbolo.
Ella era, como su madre y su abuela (Elizavetta), y muchas mujeres británicas que sobrevivieron a la guerra, patriota. La princesa, quien trabajó durante la última parte de la segunda guerra mundial como mecánica, fue un mujer ejemplar.
Pero mientras que la princesa se quedó en la capital, a mi mamá se le envió, como muchos niños en aquella época, fuera de Londres para escapar de las bombas. La madre de la Princesa Elizabeth insistió que sus hijas se quedaran en la capital. Sé que muchos niños vivieron un trauma terrible.
Saber que esa guerra no fue la última vez que niños tuvieron que vivir separados de sus papás le dio mucha pena a mi mamá, quien también vivió la separación de sus propios padres y la muerte de una hermana de 4 años por falta de atención de salud.
Nunca sabré la verdad del impacto de esos años tan difíciles sobre mi madre, pero ahora entiendo lo que significa la palabra sacrificio. Décadas después, cuando mi mamá no tenía ni un centavo extra para comprar un periódico, solía caminar a la biblioteca conmigo para leer las noticias. En aquel acervo empezó mi formación.
En la escuela me enseñaron matemáticas, ciencias y hasta cómo coser una bolsa para mi flauta de madera - materias que mi mamá reconoció que no le gustaron y en las que tampoco tuvo éxito. Ella fue amante de la historia, libros y literatura y a través de ella - y los libros de texto que conseguimos y su copia de las obras completas de William Shakespeare-, crecí con una vida interior de batallas reales, de reinas y reyes y de un sistema donde nadie preguntó por qué unas pocas familias siempre mantuvieron control de las joyas, del oro y de la mayoría de la gente.
Pasaron décadas como sujeta leal de la reina incluso hasta cuando llegué a estudiar en México, país que convirtió en mi tierra adoptiva. Durante mis primeros meses cuando dedicaba cada momento a entender la locura de un país con tantos retos, tantas familiares poderosas y tanta corrupción. Casi nunca me occurió cuestionar ¿por qué? Me pareció chistoso cuando mis más queridas colegas en la ONG donde colaboraba me pusieron el apodo ‘Queen.’ Pero poco a poco me quitaba las lentes rosadas. México me educó - no solo acerca la desigualdad latinoamericana sino en mi tierra natal.
Así es. Aunque siempre admiraba a la Reina Isabel por su compromiso con ‘su' gente no solo en el Reino Unido sino en el Commonwealth, me di cuenta que las personas no pueden ser ‘subjects’.
Si vivimos en una democracia - y es otra debate para otro momento - pues tenemos que elegir nuestros líderes. Aunque la verdad es que los y las mandatos no han servido su electrocute - sobre todo las mujeres o quienes identifican como mujeres - en los últimos años.
Entonces cuando salgo hoy para despedir a mi tocaya, seré - junto con un sinfín de mis compatriotas - pensando en nuestras propias reinas, las madres, las abuelas, las tías y las amigas y sobre todo aquellas-como mi mamá- que ya no están con nosotras. Como miles de otras , no podía estar al lado de mi mamá en sus últimos momentos, como le prometí.
El Covid nos robó la de despedida. No la podía acariciar rodeada por sus amigas de siempre y por si fuera poco, la mejor amiga de mi mamá, mi tí , y mi última conección más cercana con ella, también murió el día después de la reina.
Algunos dicen que la Reina Isabel fue la abuela de la nación. Algunos que fue nuestra conciencia. Otros que ella fue una señora ya grande y muy rica y que llegó a su posición por suerte.
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Creo que todo es verdad. Cuando salgo hoy con mi propio hijo - nombrado por su abuelo, no por el nuevo Rey - para despedir a mi tocaya y a mi mamá y a mi tía, si me pregunta si en algún día podremos escoger nuestro propio jefe del estado, le contestaré: “Sí, Carlos".