Diez meses después de la batalla del 5 de mayo de 1862 celebrada en Puebla que sirvió para frenar al Ejército francés en su primer intento por apoderarse de México, y que representó un episodio glorioso para la historia nacional, los militares leales a Napoleón III atacaron de nuevo, en contingentes más números y poderosos que en el pasado, para cobrar revancha, invadir la Angelópolis y partir después a la Ciudad de México para establecer un imperio.
El retorno de los franceses a Puebla que derivó en el sitio de la ciudad y la entrega de la misma, comenzó el 16 de marzo de 1863 y terminó el 17 de mayo de ese año. El suceso es poco comentado y poco explorado, quizá por ser contrario a los deseos de exaltación del nacionalismo que alientan los canales institucionales del sistema político mexicano, pero para Puebla y el país fue trascendente porque dejó una herencia hoy visible en la capital de ese estado y sentó las bases para el desarrollo de la sociedad.
El Sitio de Puebla y la invasión de la ciudad, que terminó en la instauración de un imperio con Maximiliano de Habsburgo, no fue bueno por su naturaleza, pero despertó la conciencia de los mexicanos, quienes por primera vez pelearon unidos por una causa y lograron la autonomía real, que no consiguieron con la guerra de independencia.
La consecuencia más palpable del Sitio de Puebla fue el cambio de fisonomía que por más de tres siglos le había dado personalidad a la Angelópolis. La destrucción de la mitad de la ciudad promovió la renovación de las construcciones dañadas con un tipo de arquitectura afrancesada.
“El impacto que tuvo la destrucción del sitio provocó que más de la mitad de edificaciones del lado poniente de la ciudad tuvieran que renovarse para resarcir los daños. Conventos, casas y edificios públicos se tuvieron que reconstruir y muchos de ellos se vieron influenciados por el estilo de los invasores, porque los que se encargaron de dirigir y realizar los proyectos fueron arquitectos o alarifes franceses y belgas”, expone David Ramírez Huitrón, investigador y especialista en historia de Puebla.
Edificios como el Hospicio para Pobres, que durante el sitio fungió como cuartel y fue defendido por Porfirio Díaz, se modernizaron y reconstruyeron, incluso agregando una planta a los mismos.
“La destrucción de la ciudad obligó a cambiar la fisonomía de muchos edificios y dio paso a la edificación de horizontes verticales, porque muchos se empezaron a reconstruir en más de tres pisos, y antes los edificios eran solo de dos. Sobre la avenida Reforma no quedan edificaciones coloniales por la destrucción que hubo, los edificios más antiguos son de finales del siglo XIX o de la década de los 40 del siglo XX. Es la huella más significativa que se puede apreciar actualmente en la arquitectura de la ciudad”, destaca.
Conventos, casas y edificios públicos se tuvieron que reconstruir y muchos de ellos se vieron influenciados por el estilo de los invasores
David Ramírez Huitrón, investigador y especialista en historia de Puebla.
Los conventos se comenzaron a reconstruir y a las monjas, que habían sido expulsadas violentamente cuando se decretó la Ley de desamortización de los bienes eclesiásticos, se les permitió regresar.
“Su regreso les permitió reorganizarse y resistir después a las fuerzas juaristas, cuando se comenzó a restaurar la República hacia 1867. Además, fueron cobijadas por la población. Como ejemplo está el caso de las religiosas del convento de Santa Mónica, que permaneció oculto hasta los años 30 del siglo XX”, añade Ramírez Huitrón.
Mezcla de galos y herencia culinaria
A partir de que los franceses tomaron la ciudad el 17 de mayo de 1863, se alojaron en las mejores casas de los vecinos poblanos; incluso se nombró una comisión para regularizar el gravamen de alojamiento que los galos tenían que pagar. Aunque muchas veces el tributo no fue pagado, este tipo de convivencia promovió que los soldados se mezclaran con doncellas mexicanas y echaran raíces.
“Algunos soldados renunciaron al Ejército y se quedaron a vivir en Puebla o en comunidades de Veracruz, pero la mayoría se fue cuando el imperio cayó (1867). No fueron una multitud como para haber influido en la genética de mucha gente y tampoco permeó en el idioma”, subraya.
“Pero la presencia de los franceses en Puebla influyó en la introducción de algunos estilos de cocina, como el de la pasta de hojaldre. En México solamente se conocía el pan salado. Con los franceses surge toda la bizcochería, como bollos y croissants, que salían de los famosos hornos de Analco para su venta”, agrega.
Algunos soldados renunciaron al Ejército y se quedaron a vivir en Puebla o en comunidades de Veracruz
David Ramírez Huitrón, investigador y especialista en historia de Puebla.
Estilo y entretenimiento de la Elite
La presencia de Maximiliano de Habsburgo, emperador de México (1863-1867), y su esposa, la emperatriz Carlota, marcó a la sociedad poblana, principalmente porque Puebla fue la primera ciudad que los recibió al llegar al país. La pareja creó pronto una conexión con la élite social.
Un año después del sitio, la influencia francesa se comenzó a percibir en los espacios de socialización y entretenimiento de las clases altas, cuando se comenzaron a realizar grandes bailes y banquetes amenizados con música de vals y los teatros presentaron grandes compañías operísticas. Era muy común que en las casas de las personas de condición económica acomodada se realizaran tertulias en las que las señoritas cantaban arias de ópera.
“En cuanto a la música, en México lo que predominaba eran las polcas y las coplas, y con la presencia de los franceses se empezaron a escuchar valses y música culta”, comenta el investigador.
La influencia francesa se comenzó a percibir en los espacios de socialización y entretenimiento de las clases altas
David Ramírez Huitrón, investigador y especialista en historia de Puebla.
También se introdujeron estilos de ropa como el corsé y la crinolina, en el caso de las mujeres, y como un antecedente del traje de charro se puede considerar la vestimenta que Maximiliano de Habsburgo utilizaba habitualmente, que era una mezcla del traje de chinaco mexicano con la vestimenta de músico europeo.
El papel de la mujer
La forma de vida de los hombres y de las mujeres de la Angelópolis se había modificado previa y posteriormente al Sitio de Puebla. Muchos hombres dejaron sus hogares para enlistarse al ejército y las mujeres tuvieron que cambiar su vida doméstica o conventual para sumarse a la batalla y a la vida diaria de la ciudad.
Hasta antes de 1863 las mujeres tenían un lugar humillante en la sociedadEmma García Palacios, historiadora, cronista, escritora e integrante de la AMPEP
Muchos de los hombres que se incorporaron al ejército murieron y otros se dedicaron a diferentes actividades cuando el sitio finalizó. En el caso de muchas mujeres, su vida cambió para bien.
Emma García Palacios, historiadora, cronista, escritora e integrante de la Asociación de Mujeres Periodistas de Puebla (AMPEP), explica que hasta antes de 1863 las mujeres tenían un lugar humillante en la sociedad, principalmente las que no se casaban, porque debían convertirse en monjas aunque no tuvieran vocación.
Al cerrar los conventos –debido a las Leyes de Reforma—, todas las que vivían en estos inmuebles fueron a dar a la calle, y en el caso de las religiosas, algunas fueron acogidas en casa de señoras de élite, subraya.
Cuando se invitó a la población a participar en la fortificación de la ciudad, muchas mujeres participaron cavando zanjas, haciendo barricadas y participaron en otras actividades para ayudar en la defensa; durante y después del sitio se convirtieron en enfermeras cuidando a los enfermos y a los heridos.
“La mujer estaba humillada y solo se dedicaba a las labores del hogar, no podía salir. Durante el asedio francés se fueron de enfermeras; otras se dedicaron a cuidar a los niños que quedaron huérfanos y también se dedicaron a alfabetizarlos, porque se crearon las escuelas ‘Amiga’; ya para tiempos de la Revolución había varias de estas escuelas, donde las mujeres le enseñaban a leer y escribir a los niños”, narra.
Esto sentó las bases para el desarrollo de la mujer fuera de las labores del ámbito familiar.
Repercusiones
A decir de García Palacios, las leyes, normas y decretos, incluso la Constitución misma derivó del Sitio de Puebla.
“Lo que se defendió en este acontecimiento fue la autodeterminación de los pueblos y la soberanía. Si eso se hubiera hecho años antes, se hubiera evitado la pérdida de casi la mitad del territorio mexicano. El que no conoce su historia, la vuelve a repetir, y gracias a la experiencia del sitio se lograron muchos avances en el siglo XX”, sentencia.
Después del Sitio de Puebla, de ahí para adelante, se vino el desarrollo del país como consecuencia del aprendizaje de no repetir los errores
Emma García Palacios, historiadora, cronista, escritora e integrante de la AMPEP
La historiadora resalta la existencia de tres decretos emitidos en 1863 por el gobierno federal, cuyas consecuencias se reflejaron en el país durante el siglo XX al ser la antesala para la creación de instituciones que han servido para regir la vida de México.
Estos fueron la extinción de las comunidades religiosas en toda la República, la prohibición para ocultar víveres y forrajes y las propias Leyes de Reforma, que se incluyeron en la Constitución de 1957 a partir de tres artículos: el tercero, que mandata la educación laica; el 27, acerca de la propiedad de las tierras y de las aguas, que corresponden a la Nación, y el 123, que salvaguarda las garantías de los trabajadores.
“Después del Sitio de Puebla, de ahí para adelante, se vino el desarrollo del país como consecuencia del aprendizaje de no repetir los errores. Sin embargo, vamos a encontrar contradicciones por los propios héroes que participaron en el asedio francés, como Porfirio Díaz, quien participó primero en la batalla y luego en el sitio, en ambos episodios históricos para defender la ciudad, y al final recuperó Puebla en 1867. Pero cuando tuvo el poder se lo quedó 30 años, después de que estuvo en contra de la reelección de Juárez”, lamenta.
Para concluir, expone que este suceso histórico tuvo una relevancia mayor a la que se le ha dado por parte de fuentes oficiales e historiadores en general. La defensa fue un hecho sobresaliente, porque con ella se resaltaron en la política internacional los derechos de la autodeterminación y la soberanía. En el libro “62 días del Sitio de Puebla de 1863, edición conmemorativa del 150 aniversario, se explica todo a detalle.
Antecedentes
El 5 de enero de 1862, Puebla fue declarada en estado de sitio por su condición de baluarte para la Ciudad de México y como resultado de la inestabilidad económica que vivía el país derivada de la Guerra de Reforma. El decreto fue emitido por el presidente Benito Juárez, seis meses después de declarar que no pagaría la deuda externa.
Como consecuencia del anuncio presidencial, el Ejército Francés intentó tomar Puebla en mayo del mismo año, pero fue derrotado por el Ejército de Oriente. Los franceses se replegaron humillados a Veracruz y al año siguiente regresaron fortalecidos para sitiar la ciudad durante 62 días.
Por desunión y apatía se había perdido la mitad del territorio con los norteamericanos, en 1847. Ese cargo de conciencia pesó tanto que cuando los mexicanos vieron el peligro de perder la otra mitad del territorio contra los franceses dejaron sus rencillasArturo Córdova Durana, historiador analista del Archivo General Municipal de Puebla
En 1863 Puebla fue defendida por un número importante de soldados y de población civil que también participó en las operaciones militares previas, pero el asedio francés fue tan prolongado que, a falta de municiones y pertrechos, pero principalmente a causa de la hambruna, la ciudad se rindió en mayo de ese año.
El triunfo de la batalla del 5 de mayo de 1862 fue una chispa que borró la apatía y despertó la conciencia de los mexicanos, que llevaban años en conflictos bélicos, lo que significó crisis políticas, sociales y económicas, además de la pérdida de gran parte del territorio.
“Por desunión y apatía se había perdido la mitad del territorio con los norteamericanos, en 1847. Ese cargo de conciencia pesó tanto que cuando los mexicanos vieron el peligro de perder la otra mitad del territorio contra los franceses dejaron sus rencillas para defender el suelo patrio. La mayoría era guardia nacional, gente del pueblo”, subraya Arturo Córdova Durana, historiador analista del Archivo General Municipal de Puebla (AGMP) y miembro del Consejo de la Crónica del Estado.
Agrega que Ignacio Zaragoza supo arengar a todos sus generales, quienes alguna vez pelearon entre ellos. “Ellos (los franceses) son los mejores soldados del mundo, pero ustedes son hijos de la patria, y la patria es primero”, les habría dicho el jefe de todo el ejército.
De esta forma, generales como Felipe Berriozábal, Porfirio Díaz, Miguel Negrete, Jesús González Ortega, Antonio Álvarez y Francisco Lamadrid se unieron a Zaragoza para defender la soberanía del país, primero en la batalla del 5 de mayo y después, ante el retorno de los franceses, durante el Sitio de Puebla.
Muerte de Zaragoza y operaciones previas
El 8 de septiembre de 1862 Ignacio Zaragoza cayó enfermo y falleció de tifoidea. Tres días después, mediante un decreto emitido en Palacio Nacional, el 11 de septiembre, el presidente Juárez ordenó poner a la Angelópolis el nombre de “Puebla de Zaragoza”. Para el día 20 declaró al general como “Benemérito de la Patria en grado heroico”.
Todo varón que se encontraba en el estado de Puebla, de entre 16 y 60 años, tenía la obligación de defender la patriaArturo Córdova Durana, historiador analista del Archivo General Municipal de Puebla
Cuando Juárez decretó el estado de sitio en Puebla, el ejército asumió el mando político, civil y militar del país. Entonces el pueblo fue convocado a tomar las armas y no desertar hasta el final.
“Todo varón que se encontraba en el estado de Puebla, de entre 16 y 60 años, tenía la obligación de defender la patria y también participar en la fortificación de la ciudad, pero había mujeres que también se ofrecían a hacerlo. Las poblaciones más lejanas, incluso de otros estados vecinos, como Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca, mandaban víveres para que Puebla se provisionara y se preparara para la lucha: granos, totopos, carne de chito (carne seca de chivo) y forraje para los animales”, detalla Córdova Durana.
Fortificación de la ciudad
El ingeniero militar Joaquín Colombres fue quien dirigió la fortificación de la ciudad, que fue planeada en un círculo defensivo con construcciones sólidas que ya estaban establecidas y que fueron adecuadas como fuertes.
Por su ubicación se eligieron el antiguo Colegio de San Javier, en el Paseo Bravo (fuerte Iturbide, en clave militar para la ocasión); el barrio del Parral (fuerte Morelos); el convento del Carmen (fuerte Hidalgo); el rancho El Mirador (fuerte Ingenieros); el barrio Los Remedios (fuerte Zaragoza); la iglesia la Misericordia (fuerte Independencia); el barrio de Santa Anita (fuerte Demócrata), los fuertes de Loreto y Guadalupe, donde se libró la Batalla del 5 de mayo, así como el convento de Santa Inés y las iglesias de San Marcos y La Soledad.
En el Paseo Bravo se talaron los árboles para que el enemigo no se atrincherara, y se cavaron trincheras.
La solidaridad de los mexicanos se mostró cuando llegaron diferentes contingentes militares para sumarse al ejército, ahora comandado por el general Jesús González Ortega, que, para los primeros meses de 1863, quedó integrado con la representación militar de 18 entidades del país, diez más que el año anterior: Aguascalientes, Ciudad de México, Chiapas, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Estado de México, Nuevo León, Oaxaca, Querétaro, San Luis Potosí, Tlaxcala, Veracruz, Zacatecas y Puebla.
El contingente poblano se había formado con la participación de trece comunidades adicionales a la única que había peleado el 5 de mayo: Acatlán, Atlixco, Huauchinango, Libres, Matamoros, Pahuatlán, Palmatlán, Tepeaca, Tepeji, Tetela, Texmelucan, Teziutlán, Tlatauiquitepec y Zacatlán.
En un año, el Ejército de Oriente pasó de tener menos de cinco mil hombres a contar con más de 24 mil.
Puebla se declaró en estado de emergencia en febrero de 1863, cuando el gobernador José María González pidió a la población civil, aquella que no tenía tareas imprescindibles en la ciudad, que se fuera, ya que una vez iniciado el asedio francés nadie podría entrar o salir.
Arribo de las fuerzas francesas
El Ejército Francés se había fortalecido con 20 mil “zuavos” (así denominados los soldados de esa nación) que llegaron a Veracruz en dos contingentes, que se sumaron a los que ya estaban en el país. En total eran más de 30 mil. Los combatientes avanzaron desde el Puerto de Veracruz hacia Orizaba y Jalapa, un grupo al mando de Elías Forey y los otros bajo las órdenes de Aquiles Bazaine.
“La brigada del Ejército Francés al mando del general Forey apareció en el horizonte poblano el 16 de marzo de 1863. Le habían dado la vuelta por el norte a la ciudad para entrar por San Felipe Hueyotlipan y tomar el cerro de San Juan (colonia La Paz). Sabían que era el punto débil de Puebla porque González Ortega no lo había tomado en cuenta para la defensa. Al llegar cortaron el hilo de la caseta del telégrafo que estaba ahí en el cerro y establecieron su cuartel general”, explica el investigador David Ramírez Huitrón.
El contingente francés, que venía de Orizaba al mando del mariscal Bazaine, entró a la ciudad por el sur, tomó el pueblo de San Baltazar, cruzó el río San Francisco y se siguió hasta el barrio de Santiago para subir al cerro de San Juan. Al igual que la brigada de Forey, los militares europeos dejaron destacamentos en cada lugar para que la ciudad quedara cercada por completo.
Inicia el ataque en el fuerte Iturbide
A las 11:30 de la mañana del 29 de marzo se escuchó el primer cañonazo. Así comenzó el ataque al antiguo Colegio de San Javier o fuerte Iturbide, cuyo edificio quedó casi en su totalidad destruido al utilizar alrededor de 60 piezas de artillería que colocaron en las trincheras.
Alrededor de 500 soldados del Ejército de Oriente se enfrentaron a bayoneta calada con los más de dos mil zuavos que habían entrado al fuerte por la parte de atrás.
Así empezó el asedio que duró 62 días. La mayor parte del tiempo el ejército mexicano combatió en medio de una ciudad en ruinas y montones de muertos en las calles, cuya pestilencia era insoportable. Después empezó la hambruna y esto trajo como consecuencia enfermedades como la tifoidea y la disentería, que se propagaron entre los residentes, y los hospitales volvieron a ser escenarios de enfermedades.
Entrega de la ciudad
“El Ejército de Oriente tenía la esperanza de recibir la ayuda de Ignacio Comonfort en ese momento decisivo para la batalla, pero la ayuda nunca llegó”, detalla el investigador.
El plan de fortificación del Ejército Mexicano había dado sus frutos pese a toda la destrucción y muerte que ya había dejado el asedio francés, porque los franceses no habían podido llegar al corazón de la ciudad para tomar el Palacio Municipal. La situación era desesperada por ambos bandos, que ya no tenían municiones y mucho menos alimentos salubres.
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Después de saber que no habría más ayuda, los generales mexicanos decidieron entregar la ciudad. El asedio francés, que había iniciado el 16 de marzo, se extendió hasta el 17 de mayo de 1863, cuando el general Jesús González Ortega le entregó la ciudad de Puebla a Elías Forey.