Al pie de una ceiba, se oficiaron la primera misa y el primer cabildo en la villa de San Cristóbal de La Habana, hace 500 años. Pero las "fotos" de aquellos acontecimientos históricos llegaron tres siglos después, bajo el pincel de un francés que revolucionó las artes en Cuba.
Por estos días, la capital cubana avanza en las reformas de sus predios antiguos, incluido el Capitolio, con motivo de su cumpleaños número 500. También desarrolla su XII Bienal de Arte Contemporáneo hasta mediados de mayo, atrayendo a turistas y artistas de todo el mundo.
Y es recorrido obligado visitar los óleos de Jean Baptiste Vermay (1786-1833) de "La Primera Misa" y "El Primer Cabildo", ambos de 1826 y que se lucen dentro de una emblemática edificación conmemorativa conocida como El Templete.
Ambos cuadros constituyeron la primera interpretación de lo que historiadores consideran la fundación de La Habana, un 16 de noviembre de 1519.
"Toda la pintura que hay adentro (de El Templete) es un recuerdo maravilloso, es la fotografía que tenemos de aquello", explica Ramón Suárez Polcari, canciller e historiador de la Arquidiócesis de La Habana.
El Templete, edificación neoclásica con un pórtico de seis columnas, fue construido en 1827 en el mismo lugar donde se ofició la primera misa.
Para esa ocasión Vermay ya estaba en la isla y en 1828 pintó el cuadro de la inauguración de aquella construcción.
En el óleo pueden observarse entre la multitud a él mismo, a su esposa Louise Long de Percival y al obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, quien lo trajo a Cuba.
Bonapartista y masón, impregnado del neoclasisismo, Vermay llegó a La Habana en 1815 desde Estados Unidos, para restaurar frescos de la catedral y fomentar las artes y la cultura.
El restaurador
"La llegada de Vermay a Cuba ha sido motivo de mucha polémica y de mucha fabulación", dijo Dulce María López, curadora de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Se cuenta que el obispo Espada (1756-1832) le solicitó a su amigo Francisco de Goya un pintor para restaurar los frescos de la catedral, y Vermay fue recomendado.
"La realidad es que Vermay llega a finales de 1815 después de haber salido huyendo de Francia con la caída de Napoleón, que había sido su benefactor", asegura López.
"Se dice que era un espíritu inquieto, los reportes de su etapa de estudio con (Jacques-Louis) David (1748-1825) en Francia dicen que era muy indisciplinado", añade.
Vermay perteneció a la Logia del Gran Oriente de Francia, y a la orden Constructores Masónicos.
Los restos del pintor y su esposa Louise reposan actualmente en una urna de mármol en El Templete, bajo el busto del maestro, donde también los masones cubanos le rinden homenaje.
Revolucionó las artes
Vermay trabajó para Espada, un gran benefactor de La Habana durante 30 años, con una extensa obra social y cultural.
Con el apoyo de Espada y del intendente Alejandro Ramírez, Vermay fundó la Academia de Dibujo y Pintura, la segunda de Hispanoamérica.
Desde la muerte del intendente, se llama Academia de San Alejandro. También fundó Diorama, teatro que desapareció bajo la furia de un huracán.
Vermay se vuelve "un referente imprescindible para las artes plásticas cubanas" y a partir de 1818 el arte cubano "se puede escribir con los directores y graduados" de San Alejandro hasta la década de 1960, explica la curadora López.
En 201 años, en San Alejandro se formaron grandes pintores, pero por sus aulas también pasaron importantes figuras, como el héroe nacional José Martí (1853-95) o el comandante guerrillero Camilo Cienfuegos (1932-59), muy cercano a Fidel Castro, quien visitó la Academia en 2001.
"La grandeza de San Alejandro es tal que no cabe en estos muros, (...) indudablemente no es una arquitectura, (...) es un proyecto de nación desde la cultura", dice Lesmes Larroza, su actual director.
A partir de 1960 se abren otras escuelas de arte, que llevan a la formación de los 12 mil artistas plásticos que trabajan hoy en Cuba.
No hay bullicio juvenil en estos días en San Alejandro, porque sus aulas y pasillos están convertidas en una gran galería, una de las sedes de la bienal.
Entre cuadros y caballetes, invisible y alegre, circula el espíritu de Vermay.
"Vermay no contó con todo el apoyo, tuvo muchos detractores, pero tuvo la voluntad de hacerlo", dice Larroza.