Braulio Álvarez (Ciudad de México, 9 de julio de 1990) es el primer extranjero en ocupar el puesto de bailarín solista en el Ballet de Tokio, ciudad japonesa a la que llegó hace tres años, y como artista siente el deber de expresar algo, en tanto que como mexicano pretende devolver a su país algo de lo mucho que le ha dado, en este caso, en orgullo y renombre.
Ser parte de una compañía de esa naturaleza es un logro enorme. Como bailarín, sembré en mi carrera todo mi esfuerzo y dedicación para cursar los estudios necesarios, y ahora ejercer profesionalmente en una agrupación como esa es similar a recoger un fruto fabuloso. Hay muchísimos bailarines de excelencia que, por alguna razón, aún no han alcanzado este nivel, sostiene.
Con cierta modestia, durante una entrevista con Notimex acredita su actual posición a todo lo experimentado a lo largo de su trayectoria. Habla de su carrera, que inició en la capital mexicana con entrenamiento en danza clásica, y de la perseverancia cotidiana para alcanzar sus metas a pesar de las limitaciones económicas, que casi nunca faltan.
En ocasiones, al estar en Europa la parte económica ya no es un problema, por lo que uno se debe centrar su energía y pensamiento en mejorar la parte técnica y ser cada día mejor artista.
¿Por qué llegué al Ballet de Tokio? Porque además de prepararme en México lo hice en Hamburgo, Alemania, donde nueve años formé parte del ballet local, el cual me brindó una experiencia muy importante porque trabajé con uno de los coreógrafos más importantes del mundo, porque bailé en uno de los escenarios más famosos del planeta como es la Ópera de París y porque hablo el idioma japonés.
Braulio Álvarez manifiesta un fuerte interés, personal y profesional, en conocer las diferentes culturas que hay en el mundo y aceptarlas; al respecto asegura que está alejado de la idea de que la suya, en la que fue criado, es la única cultura sobre la Tierra, la correcta o la mejor.
De todo y de todos se puede aprender. Lo sé desde que tengo memoria, cuando comencé a bailar en los salones donde mi mamá, la bailarina, coreógrafa y promotora cultural Claudia Irasema de la Parra Peniche, ahora presidente de la Sociedad Mexicana de Maestros de Danza, daba sus clases en esta ciudad.
Cuando tenía 11 años "decidí que quería ser bailarín profesional, así que exigí más clases y entrenamiento; a los 15 fui dos años a estudiar en una escuela de artes en California y de ahí a un concurso en Suiza donde tuve buenos resultados, lo que me granjeó una beca para el Ballet de Hamburgo.
Estudió dos años, tras los cuales lo contrataron como integrante del cuerpo de baile y así permaneció siete años más; "me observaron y contrataron en el Ballet de Tokio", relata casi sin tomar aliento.