/ viernes 29 de marzo de 2024

Cristo crucificado, el que nunca muere y vive en la cruz

Te presentamos 5 célebres Cristos Crucificados, de distintas corrientes artísticas

La figura de Cristo en la cruz para el cristiano es el símbolo del amor por excelencia, la encarnación de su misión de fe y vida. La representación de Jesús crucificado ha sido uno de los temas más recurrentes en el arte, tanto en pintura como en escultura. Y es que en su capacidad para hacer más cercana al espectador la imagen de la divinidad es un buen ejemplo la imagen del Cristo Crucificado. Para esta Semana Santa presentamos cinco célebres Cristos crucificados, que más que muertos viven en la cruz.

El sufrimiento y la muerte de Jesucristo representan los aspectos centrales de la teología cristiana, incluyendo las doctrinas de la salvación y expiación que conlleva. Jesús de Nazaret fue ejecutado, crucificado, en Judea entre los años 30 y 33 d. C., hecho que se describe tanto en los evangelios como en textos no cristianos de la época.

La mayoría de los historiadores y especialistas en el Nuevo Testamento reconocen la crucifixión de Jesús como un hecho histórico atestiguado por fuentes y autores no cristianas de los siglos I y II d. C. En lo que no existe consenso entre historiadores es en los detalles. Según el Nuevo Testamento, Jesús fue arrestado, juzgado por el sanedrín de Jerusalén y condenado por el prefecto Poncio Pilato a ser flagelado y, finalmente, crucificado. Estos acontecimientos son conocidos como la Pasión de Cristo.

Para la mayoría de los estudiosos de la biblia, la presencia de una inscripción de condena del Nazareno, presente de forma unánime en los cuatro evangelios canónicos, constituye uno de los datos más sólidos del carácter histórico de la pasión.

En la Historia del Arte occidental, el ciclo de la Pasión de Cristo tiene un lugar privilegiado y una riqueza asombrosa. A finales de la Edad Media, se convirtió en el tema principal que luego resurgió con fuerza a partir con el Barroco.

La liturgia y el dogma justifican la preferencia de este tema. Por una parte, el sacrificio de Cristo en la cruz (redimiendo el pecado Original e implantando el reino de la Gracia) y la Resurrección son los dogmas esenciales del cristianismo.

Cristo crucificado de Velázquez

"Cristo Crucificado" de Diego Velázquez, 1630. Museo Nacional del Prado. Foto: Javier Lizón/ EFE

A comienzos de 1630, poco después del regreso de Velázquez de su viaje a Italia pinta a La Crucifixión, una verdadera obra maestra de la imaginería religiosa que sigue la fórmula de Pacheco.

La perfección apolínea de la anatomía y su palidez clara recuerda a Guido Reni, pero Velázquez le da a la figura una belleza divina y sublime, de acuerdo con la creencia de ser Cristo, el más bello de los hombres, “el más hermoso de los hijos de los hombres” como lo describe uno de los salmos de la Vulgata, 44/4.

La pintura sería encargada por Felipe IV para el convento de San Plácido de Madrid, que él mismo había fundado. Cristo está clavado a la cruz con cuatro clavos, siguiendo la fórmula de Pacheco, su maestro y su suegro, quien sostuvo con una batería de argumentos históricos y religiosos, como el tratadista de la pintura que fue. Además el titulus fijado arriba de la cabeza del Cristo, en lugar del tradicional INRI, aparece Nazaraenvus, en vez de Nazarenvus con el mismo error de Pacheco.

La presencia de la herida, sin sangre en el costado, indica que ha muerto; pero permanece elegantemente derecho sobre la cruz, como sumido en dulce sueño, antes que muerto por muerte dolorosa.

Es el desnudo de un cuerpo joven de proporciones perfectas, en el que la ausencia de sangre elimina la sensación de dramatismo típica del barroco. Los músculos en reposo, la cabeza caída sobre el pecho, el rostro parcialmente oculto por la melena negra y los ojos cerrados dotan a la obra una sensación de profunda paz porque más que un Cristo muerto, por su serena presencia parece descansa, que medita, que está en paz.

La belleza de esta pintura, la pureza que irradia su luminosa y serena anatomía, ha inspirado a poetas y escritores como la imagen perfecta del Cristo Crucificado. Miguel de Unamuno le dedicó un extenso poema:

Blanca luna como el cuerpo del Hombre en cruz. Espejo del sol de vida, del que nunca muerePoema El cristo de Velázquez de Miguel de Unamuno.



Cristo en la cruz de Bernini

"Cristo en la cruz" del escultor italiano Gian Lorenzo Bernini, hacia 1654-1657. Galería de las Colecciones Reales. Foto: Amalia González Manjavacas/ EFE.

El Cristo en la cruz de Bernini está realizado a tamaño casi natural o también denominado "académico", solo el cuerpo en bronce mide 140 cm. En la obra, Cristo está sujeto con tres clavos, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho y con diminuta corona de espinas con expresión plácida, delicada.

La pequeña corona de espinas está sobre una hermosa cabeza que se ladea suavemente, presenta una cabellera y barba labradas con virtuosismo como es habitual en Bernini.

Fue encargado por el rey Felipe IV a través de su embajador en Roma a Bernini, el más famoso escultor italiano, hacia 1654-1657. El Cristo en la cruz es la única obra que Bernini realizó por un encargo extranjero, y lo hizo para España. El destino de la escultura fue presidir el sepulcro del rey en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

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Presenta la expresión del rostro sereno, y en ese modelo de evitar los síntomas del dolor del martirio se borran las huellas de toda brutalidad. Cristo tiene la boca entreabierta y los ojos semicerrados, con un gesto también de estar en paz, ya en otro mundo, con el cuerpo suavemente modelado.

Tiene el paño de pureza (perizonium) o anudado en el centro con ese vuelo y gracia barroca. Nuevamente, la idea de un Jesús crucificado que nunca muere, por eso en su desnudez aparece la piel tersa y tensos los músculos, porque Jesús vive en la cruz.

Cristo en la Cruz, de Goya

"Cristo en la Cruz" de Francisco de Goya y Lucientes, 1780. Foto: Catálogo guía del Museo del Prado.

El Cristo de Goya continúa la piadosa tradición de la pintura barroca española pero también reelaborada aquí, según el concepto de belleza ideal y armonía difundido en España por Rafael Mengs y Francisco Bayeu.

Como Veláquez y Bernini, Goya destierra el tono sangriento y dramático. Frente al dolor del martirio resalta la belleza del sorprendente cuerpo relajado desnudo. Solo la mirada hacia el cielo pidiendo clemencia y la boca entreabierta recuerda que es humano.

Con esa delicada obra, Goya obtuvo el grado académico de mérito de Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando en 1780 y fue enviada a iglesia del convento de San Francisco el Grande de Madrid.

El Cristo de San Juan de la Cruz, de Dalí

"El Cristo", una de las pinturas más icónicas de Dalí. Óleo sobre lienzo, 1951. Museo Dalí en Figueres, Girona. Foto: David Borrat/ EFE.

Una noche, mientras se encontraba en oración, San Juan tuvo una experiencia mística. Lo que ve le impacta tanto, inmediatamente se pone a dibujar lo que en la aparición le fue revelado. Se trataba de la imagen de Cristo crucificado.

Siglos después, cuando Salvador Dalí atravesaba su etapa mística se topó con ese dibujo, quedó tan impactado que tuvo también su propio éxtasis. Su visión recoge a Cristo sin los atributos de la crucifixión, sin heridas, sin clavos, sin dolor. En aquella imagen onírica, sólo apareció la belleza metafísica del Cristo-Salvador.

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Es así como Dalí en 1951 aborda su propia versión de Cristo Crucificado. En ella, sobre un fondo negro, aparece Jesús sin los atributos de la pasión, sin corona, sin llaga, ni sangre. Sin duda, lo que más impacta es el espectacular punto de vista, de arriba abajo.

La imponente verticalidad en el escorzo de la cruz refuerza la proximidad de la figura que parece casi salirse del lienzo en la parte superior. La cabeza inclinada hacia abajo, ocultando el rostro y prescindiendo de la melena del nazareno.

En la parte inferior del cuadro se aprecia un paisaje de su querida Port Lligat, con dos pescadores y una barca. Está iluminado por la luz que irradia la cruz y que atraviesa el cielo oscuro separando a Cristo del paisaje terrenal.

Dalí utiliza la técnica de la fotografía hecha a mano, o fotorealismo. Con una pincelada tan fina que apenas resulta visible, lo que permite reproducir los detalles más pequeños. Su intención es expresar la belleza de Cristo más que su sufrimiento.


Crucifixión Corpus Hypercubicus de Dalí

"Crucifixión Corpus Hypercubicus", de Dalí, 1904-1989. Museo de Arte de Filadelfia. Foto: Tom Mihalek/ EFE

Dalí hizo otro Cristo en la cruz tras regresar de Nueva York en 1953,. Lo anunció como solía hacer él, a bombo y platillo. Su obra fue un Cristo explosivo, nuclear e hipercúbico. La obra Crucifixión Cuerpo hipercúbico, que se encuentra en la Galería Nacional de Arte de Washington, fue definida por el artista como “cubismo trascendental metafísico”.

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La Crucifixión es una obra asombrosa que combina el misticismo nuclear, en el que Dalí se interesó en ese momento con su herencia católica. En ella representa una crucifixión en la era de la ciencia moderna que completa su tema iniciado en el cuadro Cristo de San Juan de la Cruz.

La figura de Cristo crucificado es asombrosamente atlética y no tiene clavos en las palmas ni en los pies. Dalí presenta su perfecta expiación. La propia cruz, un cubo octaédrico, es un posible reflejo teórico de un mundo de cuatro dimensiones separado. La pasión de Dalí por las matemáticas está asociada con su regreso a la fe católica demostrando que pueden coexistir dos mundos de fe y ciencia aparentemente opuestos.

La figura de Cristo en la cruz para el cristiano es el símbolo del amor por excelencia, la encarnación de su misión de fe y vida. La representación de Jesús crucificado ha sido uno de los temas más recurrentes en el arte, tanto en pintura como en escultura. Y es que en su capacidad para hacer más cercana al espectador la imagen de la divinidad es un buen ejemplo la imagen del Cristo Crucificado. Para esta Semana Santa presentamos cinco célebres Cristos crucificados, que más que muertos viven en la cruz.

El sufrimiento y la muerte de Jesucristo representan los aspectos centrales de la teología cristiana, incluyendo las doctrinas de la salvación y expiación que conlleva. Jesús de Nazaret fue ejecutado, crucificado, en Judea entre los años 30 y 33 d. C., hecho que se describe tanto en los evangelios como en textos no cristianos de la época.

La mayoría de los historiadores y especialistas en el Nuevo Testamento reconocen la crucifixión de Jesús como un hecho histórico atestiguado por fuentes y autores no cristianas de los siglos I y II d. C. En lo que no existe consenso entre historiadores es en los detalles. Según el Nuevo Testamento, Jesús fue arrestado, juzgado por el sanedrín de Jerusalén y condenado por el prefecto Poncio Pilato a ser flagelado y, finalmente, crucificado. Estos acontecimientos son conocidos como la Pasión de Cristo.

Para la mayoría de los estudiosos de la biblia, la presencia de una inscripción de condena del Nazareno, presente de forma unánime en los cuatro evangelios canónicos, constituye uno de los datos más sólidos del carácter histórico de la pasión.

En la Historia del Arte occidental, el ciclo de la Pasión de Cristo tiene un lugar privilegiado y una riqueza asombrosa. A finales de la Edad Media, se convirtió en el tema principal que luego resurgió con fuerza a partir con el Barroco.

La liturgia y el dogma justifican la preferencia de este tema. Por una parte, el sacrificio de Cristo en la cruz (redimiendo el pecado Original e implantando el reino de la Gracia) y la Resurrección son los dogmas esenciales del cristianismo.

Cristo crucificado de Velázquez

"Cristo Crucificado" de Diego Velázquez, 1630. Museo Nacional del Prado. Foto: Javier Lizón/ EFE

A comienzos de 1630, poco después del regreso de Velázquez de su viaje a Italia pinta a La Crucifixión, una verdadera obra maestra de la imaginería religiosa que sigue la fórmula de Pacheco.

La perfección apolínea de la anatomía y su palidez clara recuerda a Guido Reni, pero Velázquez le da a la figura una belleza divina y sublime, de acuerdo con la creencia de ser Cristo, el más bello de los hombres, “el más hermoso de los hijos de los hombres” como lo describe uno de los salmos de la Vulgata, 44/4.

La pintura sería encargada por Felipe IV para el convento de San Plácido de Madrid, que él mismo había fundado. Cristo está clavado a la cruz con cuatro clavos, siguiendo la fórmula de Pacheco, su maestro y su suegro, quien sostuvo con una batería de argumentos históricos y religiosos, como el tratadista de la pintura que fue. Además el titulus fijado arriba de la cabeza del Cristo, en lugar del tradicional INRI, aparece Nazaraenvus, en vez de Nazarenvus con el mismo error de Pacheco.

La presencia de la herida, sin sangre en el costado, indica que ha muerto; pero permanece elegantemente derecho sobre la cruz, como sumido en dulce sueño, antes que muerto por muerte dolorosa.

Es el desnudo de un cuerpo joven de proporciones perfectas, en el que la ausencia de sangre elimina la sensación de dramatismo típica del barroco. Los músculos en reposo, la cabeza caída sobre el pecho, el rostro parcialmente oculto por la melena negra y los ojos cerrados dotan a la obra una sensación de profunda paz porque más que un Cristo muerto, por su serena presencia parece descansa, que medita, que está en paz.

La belleza de esta pintura, la pureza que irradia su luminosa y serena anatomía, ha inspirado a poetas y escritores como la imagen perfecta del Cristo Crucificado. Miguel de Unamuno le dedicó un extenso poema:

Blanca luna como el cuerpo del Hombre en cruz. Espejo del sol de vida, del que nunca muerePoema El cristo de Velázquez de Miguel de Unamuno.



Cristo en la cruz de Bernini

"Cristo en la cruz" del escultor italiano Gian Lorenzo Bernini, hacia 1654-1657. Galería de las Colecciones Reales. Foto: Amalia González Manjavacas/ EFE.

El Cristo en la cruz de Bernini está realizado a tamaño casi natural o también denominado "académico", solo el cuerpo en bronce mide 140 cm. En la obra, Cristo está sujeto con tres clavos, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho y con diminuta corona de espinas con expresión plácida, delicada.

La pequeña corona de espinas está sobre una hermosa cabeza que se ladea suavemente, presenta una cabellera y barba labradas con virtuosismo como es habitual en Bernini.

Fue encargado por el rey Felipe IV a través de su embajador en Roma a Bernini, el más famoso escultor italiano, hacia 1654-1657. El Cristo en la cruz es la única obra que Bernini realizó por un encargo extranjero, y lo hizo para España. El destino de la escultura fue presidir el sepulcro del rey en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

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Presenta la expresión del rostro sereno, y en ese modelo de evitar los síntomas del dolor del martirio se borran las huellas de toda brutalidad. Cristo tiene la boca entreabierta y los ojos semicerrados, con un gesto también de estar en paz, ya en otro mundo, con el cuerpo suavemente modelado.

Tiene el paño de pureza (perizonium) o anudado en el centro con ese vuelo y gracia barroca. Nuevamente, la idea de un Jesús crucificado que nunca muere, por eso en su desnudez aparece la piel tersa y tensos los músculos, porque Jesús vive en la cruz.

Cristo en la Cruz, de Goya

"Cristo en la Cruz" de Francisco de Goya y Lucientes, 1780. Foto: Catálogo guía del Museo del Prado.

El Cristo de Goya continúa la piadosa tradición de la pintura barroca española pero también reelaborada aquí, según el concepto de belleza ideal y armonía difundido en España por Rafael Mengs y Francisco Bayeu.

Como Veláquez y Bernini, Goya destierra el tono sangriento y dramático. Frente al dolor del martirio resalta la belleza del sorprendente cuerpo relajado desnudo. Solo la mirada hacia el cielo pidiendo clemencia y la boca entreabierta recuerda que es humano.

Con esa delicada obra, Goya obtuvo el grado académico de mérito de Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando en 1780 y fue enviada a iglesia del convento de San Francisco el Grande de Madrid.

El Cristo de San Juan de la Cruz, de Dalí

"El Cristo", una de las pinturas más icónicas de Dalí. Óleo sobre lienzo, 1951. Museo Dalí en Figueres, Girona. Foto: David Borrat/ EFE.

Una noche, mientras se encontraba en oración, San Juan tuvo una experiencia mística. Lo que ve le impacta tanto, inmediatamente se pone a dibujar lo que en la aparición le fue revelado. Se trataba de la imagen de Cristo crucificado.

Siglos después, cuando Salvador Dalí atravesaba su etapa mística se topó con ese dibujo, quedó tan impactado que tuvo también su propio éxtasis. Su visión recoge a Cristo sin los atributos de la crucifixión, sin heridas, sin clavos, sin dolor. En aquella imagen onírica, sólo apareció la belleza metafísica del Cristo-Salvador.

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Es así como Dalí en 1951 aborda su propia versión de Cristo Crucificado. En ella, sobre un fondo negro, aparece Jesús sin los atributos de la pasión, sin corona, sin llaga, ni sangre. Sin duda, lo que más impacta es el espectacular punto de vista, de arriba abajo.

La imponente verticalidad en el escorzo de la cruz refuerza la proximidad de la figura que parece casi salirse del lienzo en la parte superior. La cabeza inclinada hacia abajo, ocultando el rostro y prescindiendo de la melena del nazareno.

En la parte inferior del cuadro se aprecia un paisaje de su querida Port Lligat, con dos pescadores y una barca. Está iluminado por la luz que irradia la cruz y que atraviesa el cielo oscuro separando a Cristo del paisaje terrenal.

Dalí utiliza la técnica de la fotografía hecha a mano, o fotorealismo. Con una pincelada tan fina que apenas resulta visible, lo que permite reproducir los detalles más pequeños. Su intención es expresar la belleza de Cristo más que su sufrimiento.


Crucifixión Corpus Hypercubicus de Dalí

"Crucifixión Corpus Hypercubicus", de Dalí, 1904-1989. Museo de Arte de Filadelfia. Foto: Tom Mihalek/ EFE

Dalí hizo otro Cristo en la cruz tras regresar de Nueva York en 1953,. Lo anunció como solía hacer él, a bombo y platillo. Su obra fue un Cristo explosivo, nuclear e hipercúbico. La obra Crucifixión Cuerpo hipercúbico, que se encuentra en la Galería Nacional de Arte de Washington, fue definida por el artista como “cubismo trascendental metafísico”.

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La Crucifixión es una obra asombrosa que combina el misticismo nuclear, en el que Dalí se interesó en ese momento con su herencia católica. En ella representa una crucifixión en la era de la ciencia moderna que completa su tema iniciado en el cuadro Cristo de San Juan de la Cruz.

La figura de Cristo crucificado es asombrosamente atlética y no tiene clavos en las palmas ni en los pies. Dalí presenta su perfecta expiación. La propia cruz, un cubo octaédrico, es un posible reflejo teórico de un mundo de cuatro dimensiones separado. La pasión de Dalí por las matemáticas está asociada con su regreso a la fe católica demostrando que pueden coexistir dos mundos de fe y ciencia aparentemente opuestos.

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