TENANGO DE DORIA, Hgo.- Fidela Valerio José, Esperanza José Simón y Margarita Patricio Dolores son tres historias paralelas de mujeres artesanas, cada una con el don de hacer arte mediante hilos y agujas para ofrecer una vida digna a sus familias, pero que les costó la visión.
Elvia Candelaria Valerio, también artesana de la comunidad de San Nicolás, en Tenango de Doria, detalla que debido a la cantidad de horas que dedican a la labor del bordado y a la técnica que requiere este tipo de trabajo, los ojos se deterioran hasta el grado de no poder realizar más esta actividad.
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Cuenta que su madre, Fidela Valerio José, bordadora y dibujante, dedicó toda su vida a crear piezas artesanales y ahora tiene discapacidad visual desde hace cinco años.
El desgaste, detalla, se originó porque ella no paraba de bordar, aun cuando no había energía eléctrica en su comunidad, se alumbraba con una lámpara de petróleo o veladoras, el objetivo era terminar sus piezas para tener algo que vender.
“En sus tiempos, ella cosía a máquina, hacía punto de cruz, dibujaba y bordaba. Hacía de todo, pero desafortunadamente fue perdiendo su vista”, lamenta.
Por su parte, Eustolia José Simón recuerda que su hermana Esperanza quedó viuda a los 23 años y su único medio para subsistir y mantener a sus dos hijos fue a través del bordado. Hace siete años esta labor le cobró factura y perdió la visión de manera irreversible.
Destaca que la cantidad de horas que dedican a esta actividad y las condiciones de espacio termina por afectar además sus articulaciones, la espalda e incluso la movilidad del brazo.
Óscar Modesto Patricio, hijo de una de las más reconocidas artesanas de la Cuna del Bordado, Margarita Patricio Dolores, comenta que su madre fue una maestra de este textil reconocido a nivel nacional y mundial.
A pesar de que en los últimos tres años de su vida, ya no creó diseños por su discapacidad visual, asegura que ella siempre se imaginaba bordando y dibujando.
Añade que en San Nicolás las mujeres principalmente aprenden a bordar desde los primeros años de vida, es parte de su cotidianidad, un reflejo de la cultura y su modo de sobrevivir, pero en la mayoría de las ocasiones sus ingresos no son suficientes para una verdadera transformación en sus condiciones de vida.
El dibujante afirma que los ingresos que obtienen de su trabajo no compensan las horas de esfuerzo físico que realizan, además de que no gozan del reconocimiento que merecen las y los artesanos de su natal pueblo.
Los creadores de los Jä’tzi (bordado en Otomí), coinciden que cada persona que se dedica a esta actividad invierte tiempo y esfuerzo para originar diseños multicolores únicos, pero siempre hay “coyotes” que se aprovechan de su labor, por su situación económica y ante la falta de un lugar para que los comercialicen.
Pese a que las artesanas encontraron en el bordado su principal fuente de empleo, una tradición de generación y un símbolo de identidad cultural, algunas de ellas no han dejado atrás la pobreza en la que viven.
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Por eso aseguran que no regatear y no comprar para revender es dignificar una labor de la que sobreviven muchas mujeres y hombres de la comunidad.