A primera vista, las danzas de los pueblos uitotos, boras, ocainas y mirañas, que se asientan en La Chorrera, una ciudad perdida en la espesura de la selva amazónica, en la frontera con Brasil y Perú, son monótonas.
Sin embargo, al adentrarse en su verdadero significado la realidad es otra, porque encierra la cosmovisión de estos pueblos que va desde su forma de pensar y concebir el mundo hasta su relación con la naturaleza y la madre Tierra.
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La directora general del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas Sinchi, Luz Marina Mantilla, dice que en el camino de revivir las danzas ya fue aprobada la postulación que ese organismo y la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de la Chorrera (Azicatch) hicieron ante el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC).
Mantilla confía en que más adelante los bailes van a hacer parte del patrimonio cultural inmaterial del país y destaca que uno de los aspectos más valiosos es que las danzas y los cantos son un punto de encuentro entre todas las comunidades que, además, ayuda a eso que en Colombia llamamos resolución de conflictos.
Estas actividades culturales son también espacios para la transmisión de conocimientos, pues desde su etapa de preparación se narran y cantan los mitos de origen de los pueblos y se enseñan la importancia de trabajar mancomunadamente, así como las dietas alimentarias y el comportamiento personal.
Volver al origen
Los hombres, con el torso pintado de negro, penachos de plumas llamativas y en sus tobillos cascabeles que suenan a cada golpe de pie en la tierra, recuerdan que ellos son tan antiguos como "la gente del mundo" y, por eso, "nos resistimos a desaparecer", dice Salvador Vitomas, que hace parte de las directivas de Azicatch.
Esas danzas son para traer abundancia, inaugurar una maloca -centro de reunión construido con troncos y palmas y que en La Chorrera es de unos 10 metros de altura-, entregar el mando, prevenir y curar enfermedades, hacer alianzas o finalizar conflictos con otros pueblos, entre otros motivos, explica.
"Son fundamentales (las danzas) para la pervivencia de los pueblos, son fundamentales para el cuidado de la vida, de la humanidad y el medioambiente y también por tener relación con la divinidad", que para ellos es la boa, una de las serpientes más grandes de Suramérica, explica.
También abarcan aspectos que tienen que ver con su arte expresado en la cerámica, así como los tejidos y el conocimiento de las plantas medicinales y ciclos de siembras y de caza.
"Mediante las danzas nos encomendamos (a los dioses), nos sanamos de las enfermedades", apunta el indígena que también considera que los pueblos de la región han sufrido una aculturación "que nos obligó a seguir una cultura ajena a nosotros".
La desgracia del caucho
Otro indígena, Salvador Remui, recuerda que los pueblos de La Chorrera y sus alrededores casi fueron exterminados por la codicia desatada durante la época del caucho.
A principios del siglo XX La Chorrera fue sede de la Casa Arana, una empresa del comerciante peruano Julio César Arana dedicada a la explotación del caucho, que sometió a tratos crueles a los indígenas de la zona que eran forzados a trabajar en régimen de esclavitud.
La historia de la Casa Arana es contada en la novela El sueño del celta, del nobel peruano Mario Vargas Llosa, a través de las acciones de sir Roger Casement, un irlandés que estuvo al servicio diplomático del Gobierno inglés.
"Las danzas y los bailes son importantes para nosotros porque con esa armonía nos conectamos con la naturaleza. En los cantos se nombran los peces, los ríos, los árboles y los animales. Cada baile y canto se hace en ocasiones especiales, como ceremonias de bienvenida, rezos, uniones (matrimonios) y en épocas de cosechas y siembras y para espantar los males que nos pueden afectar", detalla.
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También hacen referencia al papel de la mujer en sus comunidades pues ellas "son las que manejan las chagras (pequeñas granjas) que son fundamentales para la alimentación de la familia en la que las labores de caza y pesca las hacen los hombres".
"Nosotros como hijos de la yuca dulce (base de su alimentación), el tabaco -con el que elaboran el ambil, una pasta negra que se come- y la coca -utilizada para masticar- queremos recuperar nuestras costumbres y tradiciones y, por eso, bailamos como forma de seguir viviendo", destaca Remui.
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