/ sábado 25 de junio de 2022

Carlos Monsiváis y Salvador Novo: dos intelectuales en el clóset

Carlos Monsiváis y Salvador Novo, los mayores cronistas de la ciudad de México en su época, fueron, sin llegar a proponérselo, pioneros del activismo en favor de los derechos LGBT+ 

Quizá no haya cronistas más grandes de la Ciudad de México que Salvador Novo y Carlos Monsiváis. Cada uno en su hábitat fue conocedor de los bajos fondos de la urbe más grande de América Latina. Y eso se debe, en gran medida, a que los dos se movieron en los círculos homosexuales que lo transgredieron todo en el siglo XX.

De algún modo, ambos pensadores vivieron en el clóset de la homosexualidad, aunque sus armarios fueran de materiales muy distintos. El de Novo estaba hecho de un cristal fino y diáfano, como solía decir el escritor José Antonio Alcaraz. El de Monsiváis, en cambio, era de madera, con un candado impenetrable.

“Eran figuras opuestas en algún sentido. Mientras Salvador Novo vivió abiertamente fuera del clóset y tenía una actitud desafiante frente a las convenciones de la clase alta, Carlos Monsiváis prefirió el otro espectro social, el popular, pero siempre cubierto por un clóset estratégico: nunca aceptó públicamente su homosexualidad, aunque tampoco la negó”, dice en entrevista el escritor Guillermo Osorno, quien además es creador del podcast El futuro es nuestro, enfocado en la comunidad LGBT.

El autor de La estatua de sal, siempre fue un dandy enamorado de la sofisticación. Lo suyo era la socialité. Amigo de los poderosos, Salvador Novo pugnó por una apertura sexual en los exclusivos círculos donde la homosexualidad era practicada bajo la máscara del dinero y la clase. Poseedor de una mentalidad galopante, el gran cronista y adorador del buen comer era, también, de una glotonería sexual implacable: “Le encantaban los chacales”, dice el actor Gerardo González, quien interpreta al cronista en el monólogo Novo, un clóset de cristal cortado.

“Novo es un personaje muy importante no sólo para la comunidad LGBT, sino para la historia del país. Es una pena que su obra esté tan olvidada. Sin quererlo, al ser amigo de políticos tan poderosos, impulsó la liberación sexual en algunos de los sectores más conservadores”, afirma González. “Era un hombre que podía sacar una polvera enfrente de Díaz Ordaz en Palacio Nacional sin que nadie dijera absolutamente nada”, agrega el actor, que presentará el monólogo el 3 de julio en el Foro Dramático en el Barrio Antiguo de Monterrey.

Salvador Novo, Raúl Velasco y Carlos Monsiváis / Cortesía | Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis

El autor de Los paseos de la Ciudad de México solía convocar a los empresarios y políticos más prominentes de México en cenas de gala organizadas en el Teatro La Capilla, donde todos comían un menú gourmet diseñado por el propio Novo. “Imagínate, tenías a los varones poderosos que dirigían al país haciendo bromas y platicando con una enorme camaradería alrededor de un señor homosexual”, dijo en alguna ocasión el escritor Sergio González Rodríguez.

Carlos Monsiváis fue lo contrario. Aunque fue discípulo indirecto de Novo —siempre se declaró su alumno y admirador—, su campo de acción y pensamiento abarcó los espacios populares: la Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca, el Metro, el sonidero, la lucha libre, el tianguis…

“Aunque nunca salió del clóset, Monsiváis fue más activista que Salvador Novo y, en lo privado, siempre estuvo muy presente en el inicio del movimiento gay. Él estudiaba lo que pasaba en Estados Unidos e Inglaterra. Se reunía con intelectuales de la época para discutir qué estaba pasando en la comunidad. Y como también fue un hombre de poder, se convirtió en una persona que facilitó causas feministas y LGBT con las autoridades”, afirma Osorno, autor del libro Tengo que morir todas las noches: Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay (Debate, 2014), basado en el cual Paramount+ prepara una serie.

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Esta influencia política y popular de Monsiváis —él mismo se llegó a definir como “el ajonjolí de todos los moles”— permitió que la opinión pública se construyera una imagen asexuada alrededor del autor de Apocalipstick (2009).

“Creía que era mejor mantenerse así, discreto, porque si salía del clóset toda la discusión sobre él y sobre su obra iba a estar influenciada por su preferencia sexual y no por su pensamiento intelectual y político. Creía que la atención se iba a desviar a eso (a su sexualidad) en lugar de a sus críticas de la corrupción o el PRI, que era lo que le interesaba. Esa fue la razón por la que, estratégicamente, Monsiváis prefirió mantenerse alejado de estos temas, aunque en la vida personal fuera un gran aliado de la comunidad”, afirma Osorno.

Quizá no haya cronistas más grandes de la Ciudad de México que Salvador Novo y Carlos Monsiváis. Cada uno en su hábitat fue conocedor de los bajos fondos de la urbe más grande de América Latina. Y eso se debe, en gran medida, a que los dos se movieron en los círculos homosexuales que lo transgredieron todo en el siglo XX.

De algún modo, ambos pensadores vivieron en el clóset de la homosexualidad, aunque sus armarios fueran de materiales muy distintos. El de Novo estaba hecho de un cristal fino y diáfano, como solía decir el escritor José Antonio Alcaraz. El de Monsiváis, en cambio, era de madera, con un candado impenetrable.

“Eran figuras opuestas en algún sentido. Mientras Salvador Novo vivió abiertamente fuera del clóset y tenía una actitud desafiante frente a las convenciones de la clase alta, Carlos Monsiváis prefirió el otro espectro social, el popular, pero siempre cubierto por un clóset estratégico: nunca aceptó públicamente su homosexualidad, aunque tampoco la negó”, dice en entrevista el escritor Guillermo Osorno, quien además es creador del podcast El futuro es nuestro, enfocado en la comunidad LGBT.

El autor de La estatua de sal, siempre fue un dandy enamorado de la sofisticación. Lo suyo era la socialité. Amigo de los poderosos, Salvador Novo pugnó por una apertura sexual en los exclusivos círculos donde la homosexualidad era practicada bajo la máscara del dinero y la clase. Poseedor de una mentalidad galopante, el gran cronista y adorador del buen comer era, también, de una glotonería sexual implacable: “Le encantaban los chacales”, dice el actor Gerardo González, quien interpreta al cronista en el monólogo Novo, un clóset de cristal cortado.

“Novo es un personaje muy importante no sólo para la comunidad LGBT, sino para la historia del país. Es una pena que su obra esté tan olvidada. Sin quererlo, al ser amigo de políticos tan poderosos, impulsó la liberación sexual en algunos de los sectores más conservadores”, afirma González. “Era un hombre que podía sacar una polvera enfrente de Díaz Ordaz en Palacio Nacional sin que nadie dijera absolutamente nada”, agrega el actor, que presentará el monólogo el 3 de julio en el Foro Dramático en el Barrio Antiguo de Monterrey.

Salvador Novo, Raúl Velasco y Carlos Monsiváis / Cortesía | Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis

El autor de Los paseos de la Ciudad de México solía convocar a los empresarios y políticos más prominentes de México en cenas de gala organizadas en el Teatro La Capilla, donde todos comían un menú gourmet diseñado por el propio Novo. “Imagínate, tenías a los varones poderosos que dirigían al país haciendo bromas y platicando con una enorme camaradería alrededor de un señor homosexual”, dijo en alguna ocasión el escritor Sergio González Rodríguez.

Carlos Monsiváis fue lo contrario. Aunque fue discípulo indirecto de Novo —siempre se declaró su alumno y admirador—, su campo de acción y pensamiento abarcó los espacios populares: la Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca, el Metro, el sonidero, la lucha libre, el tianguis…

“Aunque nunca salió del clóset, Monsiváis fue más activista que Salvador Novo y, en lo privado, siempre estuvo muy presente en el inicio del movimiento gay. Él estudiaba lo que pasaba en Estados Unidos e Inglaterra. Se reunía con intelectuales de la época para discutir qué estaba pasando en la comunidad. Y como también fue un hombre de poder, se convirtió en una persona que facilitó causas feministas y LGBT con las autoridades”, afirma Osorno, autor del libro Tengo que morir todas las noches: Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay (Debate, 2014), basado en el cual Paramount+ prepara una serie.

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Esta influencia política y popular de Monsiváis —él mismo se llegó a definir como “el ajonjolí de todos los moles”— permitió que la opinión pública se construyera una imagen asexuada alrededor del autor de Apocalipstick (2009).

“Creía que era mejor mantenerse así, discreto, porque si salía del clóset toda la discusión sobre él y sobre su obra iba a estar influenciada por su preferencia sexual y no por su pensamiento intelectual y político. Creía que la atención se iba a desviar a eso (a su sexualidad) en lugar de a sus críticas de la corrupción o el PRI, que era lo que le interesaba. Esa fue la razón por la que, estratégicamente, Monsiváis prefirió mantenerse alejado de estos temas, aunque en la vida personal fuera un gran aliado de la comunidad”, afirma Osorno.

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