Berlín, Alemania.- El cine iraní levantó el Oso de Oro, esta vez con There is no Evil, un filme marcado por la ausencia forzosa de su director, Mohammad Rasoulof, en una Berlinale que sigue fiel al compromiso político, pero que empieza a marcar las pautas de su renovación.
La entrega del máximo premio a Rasoulof, entre frases de aliento al cineasta al que Teherán impidió viajar, recordaba inevitablemente a la edición de 2015, en que la sobrina de Jafar Panahi recogió el Oro por Taxi. Ambos filmes se rodaron burlando la inhabilitación para rodar dictada por las autoridades de su país.
La película -cuatro capítulos sobre otros tantos hombres que deben ejecutar condenas a muerte- no estaba entre las favoritas al Oro, en un festival que ha empezado a cambiar premisas para introducir más cine de autor.
Pero, por lo menos, el equipo de Jeremy Irons, presidente del jurado, trató de equilibrar el resto del palmarés con galardones compensados.
El Premio Especial del Jurado, Oso de Plata, se fue para el valiente alegato abortista de Never Rarely Sometimes Always, dirigido por Eliza Hittman, una película que impactó en el festival y cumplió las expectativas de apertura hacia el cine independiente de Estados Unidos.
El tercer premio en el escalafón fue para el surcoreano Hong Sangsoo, al que como es habitual en todo festival se esperaba con los brazos abiertos, y que ofreció una exquisita película de corte minimalista: The Woman who Ran.
Tampoco se olvidó el jurado de la única cinta que hizo reír de verdad al festival: Effacer l'Historique, una comedia de los belgas Benöït Delépine y Gustave Kervern, sobre seres enganchados al teléfono móvil, que ganó el Oso de Plata Especial creado para esta edición aniversario de la Berlinale, la número 70.
Los premios a la interpretación se repartieron también equilibradamente entre la alemana Paula Beer, protagonista del Undine de Christian Petzold -un reincidente en ese festival, siempre con mujeres enigmáticas- y el italiano Elio Germano, por su prodigiosa recreación del pintor Antonio Ligabue, en Volevo Nascondermi.
El Oso de Plata a la mejor contribución artística fue para la cámara de la rusa Dau/Natasha, una película que forma parte del proyecto cinematográfico de Ilya Khrzhanovsky y Jekaterina Oertel, fruto de tres años de rodaje en una réplica construida en Ucrania de una central soviética.
Sus duras escenas de sexo y tortura la convirtieron en piedra de escándalo en la Berlinale, mientras otros la celebraban como prodigio escénico.
Dos películas que sonaban para el Oro -la italiana Favolacce, de Fabio y Damiano D'Innocenzo, y la franco-camboyana Irradiés, de Rithy Panh- obtuvieron la Plata por el mejor guión y documental, respectivamente.
Quedaron fuera del palmarés otras películas que apuntaban a todo, como First Cow, de Kelly Reichardt, y Days, del taiwanés Tsai Ming-Liang. Ambas estaban en posiciones punteras en las quinielas oficiosas de la crítica que siguió el festival.
La Berlinale es de palmarés generoso. Pero obviamente no hay lugar para todos, especialmente en una edición en que la calidad de la competición fue más la más alta en años.