Casi se salían de la pantalla Ben Hur –el bueno- y Mesala –el malo- en aquella emocionante carrera de cuadrigas en la película que dirigió William Wyler en 1959: “Ben-Hur”
Se sabe que la cinta fue rodada al natural, sin maquetas, en un decorado construido para la ocasión en los estudios Cinecittà, cerca de Roma, con la participación de 10 mil extras. Por aquellos años nada de pensar en la multiplicación de los ‘extras’ de forma digital. Todo se hacía como si las cosas fueran reales -aunque no lo fueran-. Para los espectadores aquello era la pura verdad y nada más que la verdad.
La filmación de esta escena que en la pantalla dura poco más de nueve minutos se tardó semanas hasta conseguir la trepidante y trágica carrera. Luego una edición excepcional le daría la longitud y la intensidad deseadas. La película fue una de las producciones más caras en su época: 15.5 millones de dolarucos. Fue un éxito comercial y es considerada una joya del cine mundial.
Era la etapa de las superproducciones. “Espartaco”; “Los diez mandamientos”; “Lo que el viento se llevó”; “Doctor Zhivago” y muchas más.
Era también la época de ir a los cines gigantes con multitudes que acudían a las salas cargados de bolsas de palomitas, refrescos, tortas y ‘lunetas’ de chocolate. Pero sobre todo cargadas de ganas de divertirse y disfrutar o sufrir... Luego la hora de los tacos y la plática ‘sobre la película’.
El cine casi siempre ha sido un éxito comercial desde que apareció en el mundo. Se hizo negocio. Se hizo empresa. Se hizo industria. Y aunque ha tenido sus altas y sus bajas, el cine es el cine, diría el filósofo de Güemes y uno va para sentirse parte de lo que se ve en la pantalla, pero también por la compañía con la que vamos y también porque el cine es distracción, alivio y belleza. Es una de las artes que el hombre ha creado... Es una ilusión.
Y ha tenido sus altas y sus bajas, depende. Durante de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la industria poderosísima como es la estadounidense o europea bajaron sus producciones a casi cero y momento en el que el cine mexicano cubrió esa necesidad de distracción y fue una etapa gloriosa; la famosa “Época de oro del cine mexicano”.
Y se hicieron películas a raudales. Muchas de ellas son parte del arte del cine mexicano: “Enamorada”; “María Candelaria”; “La Perla”; “Distinto amanecer”; “Aventurera”; “Campeón sin corona”; “Una familia de tantas”; “Nosotros los pobres”-“Ustedes los ricos” (con todo y lo demagógicas que son éstas, estelarizadas por el gran Pedro Infante); “¡Ay Jalisco, no te rajes!”... Y tantas más. Muchas.
Luego la cinematografía mundial retomó fuerzas y comenzaron las películas de guerra desde Hollywood, en las que los gringos siempre salen triunfantes frente a un enemigo terrible detrás de ‘la cortina de hierro’ como acusaban al comunismo; o las de vaqueros en donde John Wayne, por ejemplo, o Alan Ladd, o Joel McCrea, o Gary Cooper hacían de buenos y justicieros frente a maloras apaches o mexicanos... Era y es el cine de propaganda estadounidense que se metió en los cines mexicanos.
Todo pasa y todo queda, dice Antonio Machado. Así que, al término de la II Guerra Mundial se hacía cine-propaganda; pero también otro cine aparecía, aunque con paso lento. Ya cine de aspiraciones y reflexiones o cine comercial: “El cine es una empresa y es un negocio”, advertían los productores de grandes empresas. Otros buscaban decir y explicar cosas en sus esencias. Y había y hay el gusto para cada cosa.
El cine-arte seguía abriendo puertas, con ideas que tienen que ver con lo cotidiano y con el impulso humano. Sí. Es un cine con preocupaciones e intensidades individuales o sociales; un cine cuya temática se sale de la melcocha o del relajo. Así en todo el mundo. Así en México.
Como ese cine comercial mexicano de canciones, de bravatas, de mujeres bordadas a mano, de peleadores de karate, de justicieros callejeros, de ‘bellas de noche’, de fortachones sin escamas... Un cine sin preocupaciones de ninguna especia más que la distracción y recaudación en taquilla..
El cine archi-comercial ha convivido siempre con el cine arte. Distintos factores hacen que una película se quede en el limbo del gusto y de taquilla. O que sean un éxito.
Quien esto suscribe no desdeñó nunca las películas de “El Santo, el enmascarado de plata” y la saga inolvidable, como también las películas de rancheros enamorados que recorrían la campiña mexicana entonando bellas rancheras y buscando a las más guapas que en el pueblo han sido... Como también veo con emoción todo lo de Akira Kurosawa o Ingmar Bergman o John Houston.
La pregunta es: ¿A qué va uno al cine cuando se puede ir? Hay respuestas múltiples: A divertirse. A disfrutar. A distraerse. A pensar. A buscar el arte. A pasar el rato. A entenderse con la vida. A olvidarse de lo cotidiano. A imaginar mundos distintos y seres humanos distintos.
Durante un buen tiempo llegaban a México excelentes películas europeas. Ya se sabe que el cine de aquel continente en general tiene un tono más reflexivo y con aliento-arte. Que sus comedias suelen ser de humor fino y agradable. Pero ya no. O casi no.
El impulso y los intereses del cine americano coparon las salas mexicanas y decidieron lo que habría de gustarle a los mexicanos, o qué deberían ver los mexicanos. El cine europeo encontró refugio en las Salas de Arte, que proliferaron en México en los setenta. Se creó la Cineteca Nacional y ahí se pueden ver algunas muy buenas.
En la década de los ochenta llegó el sistema Beta, luego el VHS y en adelante. Presagiaban la caída de los cines porque la gente –se dijo- tendería a quedarse en casa para ver películas casi siempre rentadas. Y que había llegado el fin de las idas a los cines y de las palomitas de maíz.
Pronto el cine-salas de cine, se recuperó porque nada hay como ver cine en el cine; en salas cada vez más reducidas en tamaño, sin aquellas multitudes que colmaban los enormes Cine Internacional, Cine Alameda, Cine Tacubaya, Cine Mariscala, Cine Variedades, Cine Paseo, Cine Orfeón, Cine Politeama.
Lo dicho: Hoy los cines en México en su mayoría pertenecen a propietarios de cadenas de cines; y son ellos los que deciden la vida o muerte de una película; su exhibición o no; su proyección tantas horas, o días o semanas... Depende de lo que mande la taquilla y ellos estimulan que esa taquilla reviente de billetines así como la compra de “combos” con palomitas, refrescos, dulces.
Ya nada de aquellos “Chicles, chocolates, muéganos, pepitas...” que un vendedor con bata blanca y con charola cantaba durante la proyección de la película. Nada. Fuchi... (hasta ahí). Hoy se quiere negocio en taquilla y negocio en la dulcería. Es así.
El cine mexicano busca un lugar cerca del cielo de la exhibición y la comercialización, cosa difícil a saber.
Según “El Anuario Estadístico de Cine Mexicano 2018” Ese año se vendieron 320 millones de boletos. De estos sólo 30.3 millones fueron para el cine mexicano.
“El promedio de asistencia anual por habitante fue de 2.8 veces... Se produjeron 186 películas mexicanas ese 2018 y se estrenaron 115; de éstas, 79 fueron documentales; 47 fueron filmes dirigidos por mujeres. Los 320 millones de asistentes a salas de cine en México fueron 18 millones menos que en el 2017. La película más vista ese año y el siguiente fue “Roma”, con 32 mil boletos vendidos.
El impacto del cine estadounidense y el que las salas de exhibición le den prioridad de exhibición, hace que el cine mexicano esté en desventaja para su propia subsistencia; tanto para la de la industria mexicana, como para los actores y actrices, técnicos, guionistas y tantos que participan en su propio sueño, el de hacer el mejor cine del mundo, para todos los gustos y para todos los intereses y estados de ánimo.
Ya se supone que este año será una catástrofe. Pero es necesario el confinamiento y está bien en tanto salud.
Una vez que pase todo esto habremos de recuperar el tiempo para acudir al cine, para ver nuestras películas mexicanas primero, y para comer palomitas mientras arrobados vemos lo que pasa y lo que ocurre en la pantalla, que es parte de nosotros, de nuestras vidas y del sueño de otras vidas. El cine es el cine, ni más ni menos. Saludos filósofo de Güemes. “Ilusionarse es un don maravilloso”.
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