Nació en Argentina, vivió su infancia en México, se mudó a Chile, luego pasó una década en España estudiando sociología, regresó a Buenos Aires donde vivió por once años y actualmente, el director Sebastián Kohan radica en México, desde hace cuatro años.
Es un nómada, Kohan no se identifica con algún país determinado, para él lo importante es adoptar lo que más le gusta de las culturas de diferentes países y, con base en eso, crear su propio pensamiento y conducirse por la vida como a él más le interese.
Así lo comentó el director, quien por muchos años fue considerado como un extranjero en su propio país de nacimiento, luego de haber vivido el exilio latinoamericano en la década de los setentas.
“Para mí el problema en el mundo no es que haya migrantes sino son las sociedades de recepción de migrantes que tienen el chip de la nacionalidad metido hasta el rincón más recóndito de sus mentes. A nosotros nos enseñan a querer a nuestra bandera muy tempranamente, en cualquier parte del mundo. Yo no digo que esté mal, pero por ejemplo, mi hija que nació en México, comerá tortilla de maíz, el chile, el nopal y así la amo, a mi hija le gusta la bandera mexicana de una manera desmedida porque se la muestran con un cariño desmedido, mi hija aún no tiene herramientas para cuestionar lo que le enseñas. Todas las nacionalidades del mundo nos la enseñan antes de tiempo, cuando estamos frágiles”, afirmó Kohan en entrevista.
Considera que, si el término de nacionalidad no fuera tan relevante dentro de la cultura de un país, el problema migratorio podría ser menor, ya que no se estaría enjuiciando a una persona por su lugar de residencia.
“Los niños hijos de migrantes sufrirían menos porque no estaríamos obligados a mimetizarnos con la cultura de recepción, podríamos estar orgullosos de nuestra cultura, de mezclarlas, de inventar nuevas y hacer lo que queramos con nuestra identidad, sin estar mediados por el respeto a la patria. Hoy en el mundo hay movimientos sociales importantes en cuanto al feminismo, la ecología, en otros temas, pero al cuestionamiento de las patrias, no lo hay”, expresó.
Casi tres décadas después de haber vivido en tierras aztecas, el cineasta volvió a México; viajando por la Avenida Insurgentes, en la Ciudad de México se reencontró con la Villa Olímpica, lugar donde creció en sus primeros años y que le dieron grandes experiencias.
Fue ahí donde descubrió que quería hacer un documental con ese nombre, pero que su línea no se apegara a lo que vivieron sus conocidos durante el exilio, sino lo que pasó después, el cómo retomaron sus vidas.
“Busqué a gente que había vivido una etapa similar a la mía, que hubiera vivido esa situación de haber vuelto al sur y darse cuenta que era extranjero de nuevo. Me parecía que esa situación era muy llamativa, digna de contarse porque esa gente que ya no era de ahí, ¿de dónde era?.
“El primer día que empecé la investigación, lo que hice fue contactar a los exiliados más cercanos, les empecé a preguntar cosas y ellos me contactarían con otros hasta localizar a todos los exiliados. Primero hablé con mi mamá, ella se acordaba de los nombres. La primera sensación que tuve al teléfono al hablar es que todos tenían un acento raro, mitad argentino, mitad mexicano o mexicano con chileno, ya era gente que, por su forma de hablar era particular”, contó.
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Pero en ese proceso, una respuesta le cambió el rumbo de su documental: “el retorno de la generación de sus padres a sus países fue el exilio de su propia generación”.
Considera que el mensaje principal de su trabajo es cuestionar sobre la verdadera importancia de la nacionalidad en cada uno de los seres. “Para mí es una virtud mi condición (nómada), yo he sido extranjero todos los días de mi vida en cualquier situación y ya me parece una virtud porque creo que el que es forastero genera la capacidad de ver las cosas desde lejos, la distancia vale oro para entender las cosas, si uno está muy cerca uno no ve nada”, aseveró.
El documental Villa Olímpica se presentó el el Festival Internacional de Cine de Morelia.