Ha sido una inauguración atípica del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), una tarde oscura desde las 6:00 pm, una calle céntrica sin artistas, sin alfombra roja, con muy pocos periodistas, algo de desorganización y nada de fanáticos arremolinados para sacar el autógrafo o la selfie con alguna celebridad.
En un miércoles donde los muertos por Covid-19 se acercan a la cifra de 90 mil en todo el territorio mexicano, Cuauhtémoc Cárdenas Batel, vicepresidente del FICM, se encuentra de pronto con Sergio Mayer, presidente de la Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados, pero ninguno sabe bien por dónde deben de ingresar para ver la película que inaugura el encuentro: Amores Perros, en una versión remasterizada. “¿Por dónde es?”, pregunta el ex Garibaldi al nieto del General, pero éste no tiene idea y solo levanta los hombros y sonríe de forma nerviosa.
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En la terraza del teatro José Rubén Romero, donde cada año decenas de personas se amontonan para seguir a la gente famosa de la alfombra roja, hay media decena de policías estatales que impiden todo tipo de reunión. Tampoco es que tengan que batallar mucho, pues en Morelia se sabe que este FICM será distinto y habrá que conformarse con mirarlo desde una computadora, como casi todo en esta nueva normalidad.
Si el año pasado por esta misma calle pasaron figuras como José María Yazpik, Arturo Rípstein, Silvia Pasquel, Guillermo Arriaga, Luc Dardenne, Willem Dafoe, Robert Redford y hasta el premio Nobel J. M. Coetzee, ahora no pasa nadie famoso, aunque los escasos fotógrafos no se despegan de la zona a la espera de que algo extraordinario suceda.
El Jardín de las Rosas tampoco tiene ese matiz de años anteriores. A eso de las 18:30 horas hay mesas disponibles en cada uno de sus cuatro establecimientos y no se aprecian turistas con gafete del festival que pidan un par de cervezas. Tampoco hay quién especule dónde será la fiesta de inauguración y cómo hará para poder entrar, pues por razones más que lógicas, en esta ocasión no habrá cocteles, verbena, ni reuniones tumultuosas con alcohol gratis para todos.
Al interior del Cinépolis Centro, el periodista Oscar Uriel funge como maestro de ceremonias para la inauguración formal, donde acude el gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles Conejo, que así toma un respiro en medio de la disputa que, con otros mandatarios, sostiene contra el gobierno federal. “Es una edición de la resistencia, qué bueno que no cedimos ante las dificultades y pudimos lograrlo”, afirma, y saluda al morenista Sergio Mayer.
El festejado, Alejandro González Iñárritu, sí llegó a Morelia. Unas horas antes de la inauguración formal sostuvo un encuentro a distancia con sus cómplices de Amores Perros: ahí estuvo Gael García Bernal, Vanessa Bauche, Álvaro Guerrero y Fernando Llanos, además de productores y realizadores de una cinta que fue aplaudida en la Semana de la Crítica de Cannes, hace ya 20 años.
Ahora, esta cinta ha sido remasterizada para celebrar sus dos décadas, para que el público compruebe si ha envejecido con dignidad.
Ya en el estrado, Alejandro González Iñárritu hace un pronunciamiento sobre la desaparición de los fideicomisos que hasta este año ayudaron a producir cine mexicano. “Es importante que los olvidados sean los que reciban más apoyos, ese es el guion con el que todos estuvimos de acuerdo”, dice, pero ataja: “No podemos desinflar a la industria, lo que tengamos que corregir, que se corrija. Sé que está bien por los resultados, pero si algo hay que corregir, que se haga”.
Añade que el guion de Los Olvidados (de Buñuel) raya en la perfección, pero que todo guion tiene que estar bien ejecutado, “porque si tiene un mal director, es una mala película”. Insiste en que el concepto de pobreza se tiene que replantear a otras áreas, “porque existe la pobreza intelectual, la pobreza espiritual y esas son las que causan la pobreza económica”.
Para despedirse, lanza una frase lapidaria: “Un país sin cine es un país ciego”.
Y así transcurre la inauguración del FICM 2020: sin alfombras, sin fans, sin color y sin fideicomisos para el futuro.
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