¿Qué es el Infierno? ¿Un lugar mitológico a donde van las almas de los pecadores para pagar sus faltas? ¿Un trabajo que absorbe los sueños de los obreros? ¿La vida de una mujer junto a un hombre abusador que cada noche llega borracho a golpearla? ¿O una palabra como cualquier otra?
A lo largo de la historia, las sociedades, y principalmente las de vocación católica, han tenido al Infierno como el principal castigo por violar las normas morales impuestas por la religión.
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Desde la Biblia católica viene esta advertencia. En su evangelio, Mateo es claro: Cuando sea la segunda venida del Señor, él dividirá a las Naciones en dos: quienes estén a su derecha les depara el Paraíso, y a quienes mande a la izquierda su destino es el Infierno.
“Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles’”, dice Mateo en su evangelio.
No es la única mención en las Sagradas Escrituras católicas, y de ahí se extendió a la cultura de occidente.
El Infierno de Dante, un parteaguas
A comienzos del Siglo XIV, en Italia surge una de las obras más influyentes no sólo de la literatura, sino en la cultura del Medievo: La Divina Comedia, de Dante Alighieri .
Ramsés Sánchez, académico de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad La Salle, explica que con La Divina Comedia, Dante Alighieri hace algo sin precedentes hasta entonces, acerca al pueblo conceptos religiosos complejos.
A diferencia de autores clásicos como Horacio, Homero o Anaxágoras, Dante ya no usa a los dioses en su obra, sino que es por medio de la palabra para explicar a sus oyentes temas divinos, empezando por el Infierno.
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“Ya no plantea la visita de los dioses a partir de una naturalización de los dioses, sino que utiliza lo que podríamos llamar como un fenómeno primordial, que podría subsistir a la vida y la muerte, que sería la palabra para poder visitar el más allá. En el paseo de Virgilio, que es el poeta que viene a ser el guía, es a partir de la palabra con lo que pueden describir el más allá. Es el poeta el que nos acerca a estos sufrimientos”.
Es decir, hace que conceptos como castigo y salvación queden al alcance de los fieles más humildes dentro del cristianismo. Ya no son palabras elevadas profesadas desde el púlpito, son palabras para el pueblo.
Sánchez recuerda que Dante escribe su obra en plena Edad Media, donde la Biblia es una lectura infalible e incuestionable, al tiempo que en las calles hay pobreza, hambre y enfermedad.
“Lo que logra Dante es describir desde la multiplicidad, es lo que buscaba el cristianismo, pero lo hace no a partir de los principios bíblicos, sino señalando hacia dónde conduce la acción una vez que ha perdido contacto total con Dios”.
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Una parte importante de La Divina Comedia, prosigue el académico de La Salle, es que logra la transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, del Dios castigador al Dios amoroso y misericordioso.
Esto se traduce en la esperanza de la salvación, aunque con la advertencia de que existe un lugar donde hay castigo, el Infierno.
Posiblemente, con su obra Dante deja los cimientos de la idea de Infierno que tenemos en la actualidad, una concepción que ha evolucionado en los siete siglos que han pasado desde la publicación de su obra.
Del colectivo al individual
Rámses Sánchez dice que una de las características del Infierno de Dante es que cada persona es castigada de acuerdo a sus pecados. Son los círculos del Infierno por los cuales Virgilio va conduciendo al lector.
Ya han pasado siete siglos desde esa primera inmersión al inframundo, y si el poeta volviera a conducirnos por ese lugar lo más seguro es que el panorama sería distinto.
“Hoy en día, nuestro concepto de infierno es mucho más individual que aquel concepto de Infierno donde había grupos y tienen su lugar en el Infierno a partir de lo que han hecho”, dice el académico.
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Una de las diferencias fundamentales entre el siglo XIV y el XXI es que hoy vemos el sufrimiento de manera distinta. Sabemos que existe en el mundo y no puede separarse de nuestra realidad. Muestra de ello, dice Sánchez, es la pandemia por la que estamos pasando, y que cada quien la enfrenta de manera distinta.
“Hoy en día, en el siglo XXI, cada uno de nosotros individualmente es el que introduce sus propios sufrimientos, es decir, cada uno de nosotros tiene su propio infierno”, dice.
Por eso al académico no le sorprende el aumento de suicidios o depresión en la población. El Infierno ya no está en el más allá, sino está en casa.
Este cambio de percepción no es casual ni de un día para el otro, tiene que ver también con lo social, con la caída de instituciones como la Iglesia. Si antes la Biblia era irrefutable, ahora ya no es más que otra guía ética para quien así lo quiera.
Los cambios también impactan en la forma de ver al señor del Infierno. Satanás, un ángel caído de la gracia del Señor era representado como un ser con cuernos, piel roja y pies de cabra.
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En cambio, en pleno Siglo XXI su imagen es más cool: un hombre maduro, varonil y vestido con los mejores trajes sastre, o una mujer con medidas perfectas y seductora, con una vestimenta que invita al pecado.
Ya no es el castigador, es el que te invita a lo prohibido, y te vas a divertir, es una garantía.
“La caída y destrucción de los valores que sostenían a estas instituciones que cuidaban nuestra moral ha hecho que estemos obligados a crear una estética del mal, y esa estética del mal tiene que ver con la caída de los grandes sistemas ideológicos y morales, la necesidad de producir nuestros valores”.
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La caída de las instituciones también abrió la puerta a otras creencias: el satanismo, la Santa Muerte o la santería eran impensables hace un par de siglos. Cualquier intento de fundar templos dedicados a estos hubiera acabado en juicios en la Santa Inquisición.
Sánchez explica que la salida a la luz de estas creencias responde al derrumbamiento de la verdad única de la religión católica.
Ya no hay un Infierno con nueve círculos esperándonos a todos, hay un Infierno exclusivo para ti.