El mundo encerrado. Los mercados en crisis. La población aterrada. Los hospitales desbordados. Todo por culpa de un enemigo invisible. Un virus que llena los panteones. Que teje pesadillas. Ansiedad. Insomnio. Depresión. Claustrofobia. No es un libro. No es una película. La ciencia ficción, en 2020, ya no es ficticia: es tan real como el tubo que se mete en la tráquea de los enfermos de Covid-19.
El mundo literario —específicamente el de la ciencia ficción y la fantasía— ha vislumbrado, desde hace siglos, destinos apocalípticos que hielan la sangre. Plagas, virus, guerras, invasiones alienígenas. El catálogo del fin del mundo es tan amplio como el rango de desconocimiento del SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus que tiene a la humanidad contra las cuerdas.
Miedo a desaparecer
Ahora que el país está entrando a la nueva normalidad, ¿nos sentiremos como en un libro de Max Brooks cuando vayamos al supermercado? ¿Sentiremos la misma confianza al formarnos en una fila, al pagar en una caja? ¿O nos invadirá la paranoia zombie en la que todo y todos son factores de contagio?
“La literatura siempre ha estado cerca de los eventos apocalípticos porque a los seres humanos nos encanta jugar con la tentación del futuro y con esa ansiedad que nos hace preguntarnos: ¿qué pasaría si…? Y ahora que ya sabemos qué está pasando, no podemos creer que el escenario apocalíptico que nos enseñó Hollywood fuera tan real”, dice en entrevista con la Organización Editorial Mexicana el escritor Benito Taibo, quien durante los últimos dos meses de confinamiento escribió Fin de los tiempos (Planeta), una novela con personajes que se enfrentan a la pandemia desde un hogar cualquiera de la Ciudad de México.
Cuando se escuchan los testimonios de los contagiados, cuando López-Gatell habla de aplanar la curva, cuando la OMS advierte que el virus probablemente jamás desaparezca, es inevitable pensar en una especie de Crónicas Marcianas, pero a la inversa. En esos relatos, publicados por Ray Bradbury hace 70 años, se plantea el fin de una civilización alienígena por culpa de un virus que llevaron los terrícolas a Marte.
“Ahora resulta que somos nosotros los que estamos en peligro en este pequeño apocalipsis. Y lo más gracioso es que nuestras armas para luchar contra el enemigo sean trapeadores, cubrebocas, caretas, agua y jabón", comenta el autor de Mundo sin dioses. Camino a Sognum (Planeta).
Regularmente, en la ciencia ficción, las pandemias aniquilan a los humanos, no al planeta, lo cual refleja un miedo prehistórico de la civilización: la extinción de la especie, explica Natacha Vas-Deyres, catedrática del departamento de Letras de la Universidad Bordeaux-Montaigne de Francia, en una conferencia organizada por la agencia AFP.
Ese temor constante a desaparecer en cualquier momento es la razón por la cual las epidemias forman parte medular de la literatura, incluso desde los textos bíblicos que hablan sobre las 10 plagas de Egipto, un relato religioso que se encuentra en el Antiguo Testamento y en la Torá, el texto fundacional del pueblo judío, asegura el escritor Gerardo Porcayo, quien es considerado el pionero del cyberpunk en la literatura iberoamericana.
“Es curioso cómo después del boom de las historias de zombies ingresamos a una pandemia sin precedentes, en la que, igual que en esas historias de muertos vivientes, cambiará profundamente nuestra noción de contacto físico, al menos hasta que exista una vacuna que acabe con el virus”, dice el autor de La primera calle de la soledad (1993).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que la pandemia traerá consecuencias graves para la salud mental de millones de personas. El confinamiento prolongado, alertan los expertos, puede causar trastornos como ansiedad, depresión, insomnio y psicosis. Y no sólo por la falta de contacto físico, sino por las crisis económicas que atacarán, sobre todo, a las regiones más desiguales, como América Latina.
“Mi generación se quejó del sida, pero la realidad es que nunca alcanzó a convertirse en una pandemia”, recuerda Porcayo. “Ahora nos enfrentamos a algo mucho más grande y debemos estar preparados para un nuevo orden mundial en el que quizás ya no podremos besar o abrazar libremente. Estamos ante el nacimiento de una civilización virtual que se relaciona a distancia, algo que previeron decenas de libros y películas de ciencia ficción desde el siglo pasado”.
Lo que se viene
Quien ve a George Orwell y Aldous Huxley como profetas no está del todo equivocado. Los mundos distópicos que plantean en sus grandes obras, 1984 y Un Mundo Feliz, se han convertido en una especie de manuales para prever el futuro y entender el presente.
La idea de la humanidad vigilada, anestesiada por el consumismo y por las drogas, no dista mucho de la realidad en que viven las sociedades contemporáneas. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 podría ser la puerta para que ese sistema se vuelva mucho más autoritario, considera el escritor Naief Yehya, quien ha vivido la crisis sanitaria desde el epicentro mundial de los contagios: Nueva York.
“Yo vivo en Brooklyn, el peor ejemplo del mundo para enfrentar al virus. Y desde aquí te puedo decir que vivimos una crisis muy sui generis que me lleva a pensar en mundos distópicos que no hemos visto tanto en la literatura”, afirma el autor de libros como La verdad de la vida en Marte (1995) y Tecnocultura (2008).
Y es que si bien la gente está ansiosa por regresar a la normalidad, la realidad es que, según la OMS, hay altas probabilidades de que el coronavirus se vuelva endémico y no quede mayor solución que aprender a vivir con él como ya se ha hecho con la influenza, la hepatitis o el VIH.
Pero lo que realmente preocupa a Naief Yehya —que ha escrito bastante sobre ciencia ficción, mundos distópicos y tecnología— es que en los próximos meses surja una oleada de prácticas autoritarias, que pretendan ser justificadas por los gobiernos bajo la convicción de “cuidar al pueblo del virus”.
“Lo que se viene es una tendencia que ya venía desarrollándose en este capitalismo de la vigilancia en el que vivimos desde hace tiempo”, sostiene.
“Se fortalecerán los sistemas de espionaje, control y supervisión hasta que flotemos en un mundo que viva entre el autoritarismo total y el hedonismo desenfrenado, siempre buscando sentirnos cómodos a través del consumo y la gratificación instantánea. Algo muy cercano a las realidades que se describen en Un Mundo Feliz y 1984”, concluye.
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