Ubicado en la esquina de la calle Morelos y la avenida Bucareli, en la Ciudad de México, hay un edificio naranja con marquesinas color marrón y un gran letrero en letra cursiva que dice “Café La Habana”. Parece un lugar sencillo donde, aparte de bebidas, se ofrece una amplia variedad de platillos. Mas no hay que dejarse engañar, pues se trata de un café cualquiera, sino, más bien, de un viejo testigo de encuentros de políticos, periodistas, e intelectuales que frecuentaban el lugar, principalmente desde su fundación en 1952 hasta finales del siglo XX.
Nadie lo sabe de cierto, pero los dueños aseguran que entre sus visitantes destacados se encontraba el revolucionario Ernesto “Che” Guevara, quien solía visitar a Fidel Castro, que en ese entonces se encontraba exiliado en nuestro país y vivía cerca del lugar. Y que fue ahí, en una de las múltiples mesas de madera, que ambos planearon la Revolución Cubana.
Como no muy lejos de ahí se encuentra la coloquialmente conocida “esquina de la Información”, donde había y aun quedan en pie, varios de los periódicos más importantes del país, aquel café era frecuentado por periodistas e intelectuales como Octavio Paz, Renato Leduc, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez y Elena Poniatowska.
Años después, en la década de los 70, ahí se reunía un grupo de jóvenes escandalosos y obsesionados con la literatura, en particular con la poesía, “El infrarrealismo”, que fundaron Mario Santiago Papasquiaro y Roberto Bolaño, quien transportó su vida a las páginas de varias de sus novelas como “Amuleto” (1999), “El espíritu de la ciencia ficción” (2016) y “Los detectives salvajes” (1998), este último considerado por “The New York Times”, como uno de los mejores libros del mundo, traducidos al inglés en lo que va del siglo XXI.
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En aquellas novelas Bolaño cambió los nombres. Su yo ficticio se llamaba “Arturo Belano” y su amigo Santiago, “Ulises Lima”. Lo mismo le pasa su movimiento, que en el libro es el “Realvisceralismo” y, por supuesto a este café, que en la ficción se llama “Café Quito”, donde los protagonistas pasan horas teniendo acaloradas discusiones sobre literatura y duras críticas hacia la cultura oficial de la época, que buscan derrocar de una forma u otra.
Aun hoy en día este café, con sus muebles, alto techo y barra de cantina antigua que provocan la sensación de que todo se quedó atrapado en los años 50, es frecuentado por jóvenes escritores, lectores curiosos y fanáticos de la literatura. Algunos, que en el escapismo de su realidad creen vivir en una novela de Roberto Bolaño, asiduos al turismo cultural o que simplemente quieren beber un café con leche y platicar.