“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país”. Esto dice sin tapujos Bernays en Propaganda.
Es una declaración de principios del llamado Padre de las relaciones públicas, invento de principios del Siglo XX que creó una sociedad de consumidores y la democracia de masas.
Para una época convulsa, consideraba este austriaco nacionalizado estadounidense, con riesgos de revoluciones como la rusa de 1917, la “propaganda es la solución y el órgano ejecutivo de un gobierno indivisible”, al orientar los gustos y deseos de las personas –desde la idea de tener un auto propio hasta la preferencia por un partido político o candidato-.
En Europa, su tío Freud le regaló una copia de su Introducción general al psicoanálisis. Lo leyó y pensó que era posible hacer dinero.
Al tomar como referencia la teoría psicoanalítica, según la cual las masas actúan movidas por fuerzas ocultas, irracionales que podían estallar de pronto de formas caóticas y destructivas, Bernays descubrió que una minoría podía influir en la mayoría para favorecer sus intereses. Y este poder lo usó para convertirse en uno de los hombres más influyentes en Estados Unidos, un poder a la sombra que fue cortejado por empresas y políticos.
Así el poder, a través de la democracia, utiliza las teorías de Freud para controlar a las masas desde hace cien años, bajo la premisa de que “la información guía el comportamiento”.
Bernays convenció a las corporaciones de utilizar sus estrategias para maximizar sus ganancias con sus productos hechos en masa para satisfacer los deseos de los consumidores: una nueva idea política para controlar a las sociedades urbanas de crecimiento exponencial. Satisfacer los deseos egoístas de los individuos los hace más dóciles, teorizó Bernays: es el comienzo consumista del YO.