La exposición "La máscara nunca miente", que se inaugura hoy en Barcelona, España, propone un recorrido por los usos políticos, sociales y culturales de la máscara, en un momento en el que ocultar el rostro tras la mascarilla es algo cotidiano por la pandemia de covid.
"Nunca nos hubiéramos podido imaginar que el público vendría enmascarado a la exposición y eso es exactamente lo que ha ocasionado el Covid", reflexiona este martes el comisario de la muestra Servando Rocha, que concibió antes de la pandemia la idea que ahora se expone en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
El Covid-19 sorprendió a los dos comisarios, Servando Rocha y Jordi Costa, trabajando en esta exposición y la mascarilla se coló de forma natural en ella.
Una mascarilla FFP2 abre la muestra y una quirúrgica la cierra, como reflejo de que su presencia omnipresente desde hace casi dos años hizo que "todos comprobamos en primera persona su poder ambivalente: por un lado es un símbolo de solidaridad y de defensa de la vida en común y por otro es un elemento distópico que remite a la crisis de la libertad de expresión y al control biopolítico", según la directora del CCCB, Judit Carrera.
Este poder ambivalente está presente en un recorrido que pone de manifiesto que la máscara puede ser un instrumento de opresión, como la que ejerció el Ku Klux Klan, o de crítica y subversión, como la que defienden los movimientos zapatista y Anonymous.
El ensayo "Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados", de Servando Rocha, es la base de esta exposición, que propone una revisión de la historia del último siglo y medio bajo el signo de la máscara.
"En la muestra hay algunas máscaras antiguas, pero no nos hemos centrado en el significado antropológico de la máscara, sino en su historia reciente, en su presente y en su futuro, porque la historia se repite y el futuro siempre fue", según Rocha.
Los comisarios eligieron siete de los ámbitos que aborda Rocha en su libro y crearon otros tantos relatos, construidos a partir de 700 piezas, entre material documental, recursos audiovisuales y objetos, como los pasamontañas de colores de las Pussy Riot, máscaras antigás de la Primera Guerra Mundial, elementos masónicos, cómics y carteles.
También hay piezas creadas especialmente para la ocasión y ese es el caso de las instalaciones de Antoni Hervàs y Domestic Data Streamers, que cierran la exposición, o la ambientación sonora de Nico Roig que la abre.
Entre medio, siete apartados dedicados al Ku Klux Klan, Fantomas, Léo Taxil, el Cabaret Voltaire, la lucha, los movimientos subversivos y el apocalipsis.
Un recorrido que da pie a hablar de temas tan actuales como las noticias falsas, algo que ya cultivó en el siglo XIX Léo Taxil, pseudónimo del escritor Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagès, que publicó una cantidad impresionante de libros basados en documentos y testimonios falsos para denigrar a la masonería.
Ya en el siglo XX, los fundadores del dadaísmo reunidos en el Cabaret Voltaire de Zúrich conjuraron los horrores de la guerra a través de bailes salvajes en los que utilizaban máscaras.
"La máscara hacer surgir pulsiones ocultas", según Rocha, que pueden ser liberadoras, como las de los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX, o asesinas, como las de los miembros del Ku Klux Klan, que "se disfrazaban de monstruos para poder realizar monstruosidades".
A este respecto, Jordi Costa apunta que "es curioso que hasta ahora nos asustábamos si se acercaba a nosotros alguien enmascarado y ahora nos asustamos si se acerca alguien sin mascarilla".
"La máscara nunca miente - subraya Rocha, en referencia al título de la exposición-, porque genera una distancia que te permite vivir una experiencia real, pero no hay nada peor que sentirse desenmascarado".
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