Paul Gauguin (1848-1903) es un artista francés muy conocido, en especial por sus paisajes de la exótica Tahití donde pasó sus últimos años. Sin embargo, casi nada se sabe de su primera experiencia en una isla casi virgen, Martinica, donde estuvo en 1887 acompañado de su joven amigo Charles Laval (1861-1894) y que dejó profunda huella en su forma de pintar.
El Museo van Gogh dedica una exposición a las obras que ambos crearon durante los cuatro meses que pasaron en esta isla francesa en el Caribe, a donde llegaron buscando “una vida más simple y sencilla”. Hicieron muchos bocetos y dibujos a lápiz, acuarela y pastel que les sirvieron como base para los 20 óleos con paisajes y gente local con que regresaron a París, en los que priman los colores cálidos.
Los hermanos Van Gogh, Vincent y Theo, conocieron a Gauguin después de esta aventura. Impresionados por lo innovador de su trabajo, le compraron la pieza más importante de su colección Los árboles de mango, Martinica por 400 francos. Ahí inició su amistad y también una relación de trabajo, puesto que Theo se convertiría en su marchante.
Recorrer la muestra es una oportunidad única para hurgar en la génesis de un artista. Le explico: Aunque Paul Gauguin nació y creció en Francia, hubo un lapso, de los cuatro a los siete años, en que vivió en Perú. Esta cultura latinoamericana quedó enraizada en su visión del mundo. Poco antes de su aventura en Martinica había tomado la decisión de convertir su hobby, pintar, en una actividad de tiempo completo. Previamente había trabajado como agente de bolsa en París y después como vendedor de carpas en Copenhague para mantener a su esposa y sus cinco hijos, a quienes abandonó en su afán por convertirse en pintor.
Viajó a Panamá junto con Laval, pero aunque consiguieron un trabajo que los ayudaba a mantenerse, no encontraron los paisajes que habían soñado. Por eso recalaron en Martinica, el paraíso para sus expectativas. Salieron de ahí enfermos y sin un centavo, pero con un acervo de imágenes y un estilo pictórico innovador que les abriría las puertas del ambiente artístico parisino.
Las hojas de sus tres cuadernos de dibujos acabaron en distintas colecciones alrededor del mundo, lo mismo que sus óleos. Muchos nunca han sido mostrados al público, lo que colabora para hacer de esta una exposición única.