FIL Guadalajara deja atrás la pandemia para reunir a lectores y autores

Tras una edición virtual el año pasado, la FIL Guadalajara tendrá nueve días de actividades en formato híbrido

Sonia Ávila | El Sol de México

  · sábado 27 de noviembre de 2021

35 Feria Internacional del Libro de Guadalajara / Carmen Ortega | El Sol de México

Con modificaciones derivadas del protocolo sanitario, hoy inicia la 35 Feria Internacional del Libro de Guadalajara con una oferta de 255 expositores de 27 países y 240 mil títulos desplegados en 10 mil metros cuadrados de exposición.

El mayor encuentro librero de América Latina, que este año tendrá a Perú como invitado, se realizará de manera híbrida, luego de que el año pasado canceló la edición presencial. El 30 por ciento de las actividades serán online y el resto tendrá como sede Expo Guadalajara, del 27 de noviembre al 5 de diciembre.

Aforo y horario reducidos, suspensión de actividades masivas y una jornada dividida en dos turnos, son algunas de las medidas sanitarias que harán de ésta una edición diferente de la FIL Guadalajara.

Todas las actividades en los salones tendrán un aforo del 50 por ciento. La entrada general se limitará a 12 mil 500 personas por turno, lo que suma 25 mil personas máximo por día; se esperan 225 mil personas como aforo máximo durante los nueve días. En el Foro FIL, un espacio abierto para actividades artísticas, se redujo a 830 espectadores.

Participarán de manera presencial Sergio Ramírez, John Boyne, Camila Sosa Villada, Guillermo Arriaga, Laura Restrepo, Christophe Galfard, Claudia Piñeiro, Juan Gabriel Vásquez, José Luis Rodríguez Zapatero, Abdelá Taia, Noemí Casquets, Julián Herbert, Tamara Tenenbaum, Leonardo Padura y Uxue Alberdi, entre otros.

Ruy Sánchez indaga en la vida de la poeta que obsesionó a Stalin

Cuando Anna Ajmátova era perseguida por el régimen soviético sólo por escribir versos con ideas propias (un pecado intolerado por los comunistas), una de sus pocas salidas a la libertad era abrir su ventana y contemplar los árboles. Un día, Iósif Stalin decidió que no, que la naturaleza era demasiado privilegio para una disidente. Entonces el jefe de la URSS dio la orden de retirar los árboles y, en su lugar, construir una estatua de él.

Así lo cuenta el escritor Alberto Ruy Sánchez en entrevista con El Sol de México, a propósito de su nuevo libro, El expediente de Anna Ajmátova (Alfaguara, 2021) un testimonio sobre las horas más crudas de la mujer que fue perseguida y acosada por Stalin de manera obsesiva.

"La poesía trasciende a la escritura como actividad porque es una manera de habitar en el mundo", dice Ruy Sánchez para explicar por qué esta poeta era una persona incómoda para la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), donde la literatura debía ceñirse a los intereses del Estado.

Ajmátova, al ser mujer, tenía una doble censura: la que provocaba su feminismo y la que motivaba su independencia. Ser una mujer autónoma en la URSS no era una opción. Sus seres queridos fueron perseguidos. Su primer esposo fue asesinado y su hijo fue encerrado. Ella fue censurada y silenciada al más puro estilo estalinista: con una vigilancia extrema que terminó en el acoso, el aislamiento y el miedo.

"(Este libro) demuestra que la fuerza poética es temida por los totalitarismos porque escribir es una forma de la libertad. Y Anna Ajmátova utilizó la poesía incesantemente para encontrar una voz propia", asegura Ruy Sánchez, quien ya lleva varios años hurgando y reflexionando sobre la estrecha relación que existe entre la literatura rusa y el poder.

El expediente de Anna Ajmátova está narrado desde la perspectiva de la agente secreta Vera Tamara Beridze, a quien Stalin encargó la tarea de espiar los movimientos de la poeta. La agente, sin embargo, lejos de odiar a Anna (como solía suceder con buena parte de los perseguidos por el régimen soviético), desarrolló una inquietante curiosidad: ¿Por qué el jefe máximo de la URSS estaba tan obsesionado con una poeta cuando había enemigos del comunismo mucho más poderosos que ella?

La respuesta proviene de un dato histórico en que coinciden los biógrafos de Stalin: el dictador era un escritor frustrado. Era, además, un voraz lector de la literatura rusa y de autores como Honorato de Balzac, Victor Hugo y Charles Dickens. Un día, Stalin asiste a un taller de escritura, donde conoce a Anna. Cada miembro del club debía pasar al frente a leer sus poemas. Stalin lo hizo. Pero al terminar de leer sus versos, la clase rompió en risas.

El hombre que aún no era tirano había sido ridiculizado.

A partir de ese hecho, Stalin desarrolló una apatía particular por los artistas. Especialmente por quienes no se adaptaban a lo que Walter Benjamin llama "la estetización de la política", es decir, la utilización del arte para solidificar los discursos y las acciones de un régimen.

"El autoritarismo es una patología. Los tiranos son psicópatas que viven obsesionados con controlar a todo lo que desprenda autonomía", afirma Ruy Sánchez, quien decidió escribir el libro de una forma peculiar: en capítulos cortos, a veces sólo de una página.

En buena medida, el libro también es una extensión de una reflexión constante en el pensamiento del autor: las sociedades que operan bajo el esquema de lo que Hannah Arendt denominó "la banalidad del mal", que es cuando el individuo deja de pensar por sí mismo para seguir una línea dictada por un orden colectivo superior, aunque muchas veces esa línea sea nociva o malvada. El nazismo es un ejemplo recurrente de esta teoría.

Anna Ajmátova, naturalmente, se negó a ser una autómata de ojos vendados. Lo suyo fue la libertad de palabra, sin importar las consecuencias. Con información de Eduardo Bautista