Hojas de papel volando | Después de la mañana gris

Hace un año, como que al principio era una noticia más en el caudal informativo internacional. Era la de la aparición de una especie de contagio...

Joel Hernández Santiago

  · viernes 4 de diciembre de 2020

Quién lo iba a decir. Hace poco más de un año, todos en el mundo discurríamos de lo cotidiano; del día a día; de lo que nos gustaba hacer, o que podíamos hacer. Andábamos como Pedro por nuestra casa. Tiempo de trabajo y de solaz; de búsqueda y encuentro; de aspiraciones y expectativas; de reunión con la gente querida y con las amistades más queridas.

Por entonces, entrábamos a los dimes y diretes por esto o aquello: que ‘Songo le había dado a Borondongo, y que Borondongo le había dado a Bernabé, y que Bernabé le pegó a Muchilanga...’ Y así la vida que transcurría entre poder y no poder, entre sueños y realidades o sueños cumplidos y realidades vencidas. Lo usual.

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Hace un año, como que al principio era una noticia más en el caudal informativo internacional. Era la de la aparición de una especie de contagio que se volvía enfermedad y a la que suponíamos transitoria y que pronto pasaría a ser olvido... como otras veces.

Decían que en China apareció ‘una rara enfermedad de tipo neumonal’ con orígenes de lo más inverosímiles, pero que comenzaba a expandirse de forma vertiginosa y a causar daños y muertes.

Nosotros seguíamos en lo nuestro. Como si nada: El trabajo, el transporte con los malditos embotellamientos o en los temibles colectivos, la tienda, los víveres, las compras de fin de semana, los viajes, los paseos, el parque, el gimnasio, el cine, la iglesia dominical, el teatro, los conciertos, las reuniones con amigos o con la familia o con el ‘detallín’... Lo usual.

Pero poco a poco los daños aumentaban y las noticias en los medios internacionales comenzaban a poner más atención a la extraña aparición del bicho extraño e implacable, se decía ya. Los focos de alarma comenzaron a encenderse y poco a poco nuestra vida, la única e indivisible e irrepetible que tenemos, se veía amenazada por ese algo todavía desconocido pero real y mortal.

Ya para finales de diciembre de 2019, China notificó de manera formal a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la aparición de varios casos de neumonía atípica ‘procedente de un virus de origen desconocido’ al que se llamó Coronavirus. Palabra nueva para muchos que luego sería sinónimo de ¡peligro! y más tarde reclasificada como Covid-19, por el año de su aparición.

Hoy, después de todo este tiempo, de doce meses, ‘aquello’ que parecía que no era más que falsa alarma, ha hecho mucho daño. Ha enfermado a quienes merecen toda la salud del mundo porque son necesarios para todos y queridos por todos; nos ha quitado a miles, a millones de seres humanos amados... a amigos entrañables... a quienes soñaban con vivir para cumplir el sueño de la vida.

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La ausencia, uno de los más grandes dolores del ser humano, agobia a tantos en un enorme pesar, dolor, llanto: “Más lágrimas se han derramado por las plegarias atendidas, que por las no atendidas” escrituró Teresa de Ávila.

Y así, en menos de doce meses pasamos de la indiferencia a la curiosidad a la alarma al miedo al terror... a la tristeza. Todas las emociones aparecieron en un lapso breve y eso, a cualquier cuerpo social le afecta y tendrá sus consecuencias.

¿Qué asimilamos de todo esto; de este año eterno? ¿Seremos mejores seres humanos cuando esto haya pasado? ¿Aprendimos de las bajezas de los que son capaces muchos en estas circunstancias? ¿Qué lección de vida es esta? ¿Entendimos nuestra fragilidad humana? ¿Nos necesitamos más unos a otros en distinta condición? ¿Nos queremos más? ¿Nos necesitamos más? ¿Nos amamos más?

¿Comprendimos el significado de vivir con miedo y terror? ¿Aprendimos el sí o el no del actuar de gobierno? ¿Saldremos para abrazarnos o para reprocharnos? ¿La humanidad habrá mejorado su sentido de convivencia y vitalidad?

¿Qué sigue? En este momento nadie lo sabe. El bicho sigue ahí, afuera, haciendo de las suyas. La gente está harta de estar confinada por mucho tiempo y ahora sale sin ton ni son, a todo riesgo, a pesar de todo y de las noticias espeluznantes del día a día. Calles repletas. Muchos irresponsables suicidas no quieren mantener las reglas del ‘cuídate para que me cuides’. Ahí están. Como murciélagos nocturnos a la caza.

El gobierno mexicano no ha gestionado de forma apropiada la pandemia y el resultado es aterrador no sólo para los mexicanos, sino para quienes nos ven desde fuera.

Un día nos dijeron que esto era pasajero. Que pronto habría solución. Que la cosa se agravaba pero que ni cubre bocas ni pruebas médicas serían la solución para disminuir los contagios; de ahí pasamos al “debemos aplanar la curva” y al “podemos aplanar la curva” o “podemos doblegar la curva” y acaso hasta “la pandemia nos cae como anillo al dedo...”: como si fuera una carrera de vehículos. Hoy el grito parece ser: “No podemos hacer nada”.

Lo que sigue a la mañana gris, cuando la vacuna haya sido aplicada y podamos salir al sol, al aire libre, a la confronta con otros seres humanos, quienes hayamos salido ilesos tendremos una enorme tarea: la de recoger los escombros y un enorme esfuerzo de reconstrucción.

Ya se ha perdido demasiado tiempo en debatir asuntos de política por encima de lo esencial: la vida humana.

Hay que componer los estragos económicos que la pandemia trajo, lo que agravó aún más una crisis económica que ya se vislumbraba desde enero de este año con decrecimiento en el PIB de 2019 en 0,1% respecto al año anterior, lo que alarmaba a la economía nacional, pero también a la internacional, por lo que significa a caída de inversiones aquí.

Sigue buscar salidas viables e igualitarias para restituir el poder adquisitivo de todos, pero sobre todo se debe elaborar un proyecto colectivo cuyo propósito será restringir los desajustes sociales, salvar a la gente del hambre y protegerla en los bienes esenciales: salud, educación, casa, comida, sustento, solaz, seguridad, tranquilidad... Sin confundir caridad con políticas públicas productivas.

Recomponer al sector productivo de alimentos en el campo. Sin el campo no se puede. Y no hay industria fuerte sin campo. Se deberá generar trabajo firme y bien pagado y poner empeño en parar el hambre; pero también la delincuencia y el crimen, que predominan en muchas zonas de nuestro país: Esto no desde la perspectiva de ganancias o pérdidas políticas; si desde el terreno de la preservación de la vida humana, el patrimonio, la paz social y la prevalencia de justicia sin impunidad o corruptelas.

¿Seremos la generación de la pandemia? ¿Y qué significará esto? ¿El antes y el después del año fatal?... En todo caso sí, nuestra generación, sobre todo para los niños y jóvenes de hoy, muchos años después recordarán estos días aciagos y cómo los vivieron porque después de 2020 ya nada será igual que antes y debemos prepararnos para mirarnos al espejo y ver en nuestro rostro los residuos de ‘aquellos días’.

¿Habremos aprendido la lección de vida? –es la pregunta reiterada-. Nadie lo sabe aún, pero lo que sí es cierto es que pasado el tiempo y se haya recuperado ‘la normalidad’, poco a poco se recuperará la confianza y todo será memoria y olvido... ¿Olvido? No... Nunca. Muchos que se han ido y mucho sufrimiento queda: No se olvidarán aunque pasen los siglos...

Tampoco se olvidará la fortaleza de muchos. El coraje con el que enfrentaron la situación. La buenaventura de quienes entendieron la magnitud de la circunstancia y que merecerán honor eterno: muchos que podrían resumirse en médicos, enfermeras, servicios de apoyo médico...

Entregados en cuerpo y alma para salvar vidas, quitar dolores humanos y del corazón. Ahí están. Ahí estuvieron, diremos, y se les colocará el laurel de la gratitud y del triunfo en la cabeza. Eso merecen los buenos médicos, los sensibles, los humanos, los del “si” en los labios.

El fin de la pandemia está lleno de retos futuros; quizás sea la génesis de un mundo nuevo, más comprensivo. ‘Resurgir desde estas ruinas e iluminar esta penumbra. El cómo es una de las cuestiones que debate el mundo.’

Nos tenemos a nosotros. Nos tenemos a salvo. Nos tenemos para abrazarnos y para escucharnos. Para decirnos quedo o fuerte: “¡Te quiero mucho!”. Sigue que hay que unir las manos y las fuerzas para salir adelante. Con ilusión. Con brillo en los ojos y con la sonrisa de quien tiene mucho por hacer y mucho por conseguir: la vida, una de ellas; la felicidad, otra. La preservación humana en nuestras manos: Eso sigue, después de la mañana gris. Hacerlo todos. Una gesta inolvidable.

joelhsantiago@gmail.com