/ viernes 11 de diciembre de 2020

Hojas de papel volando | "Gozosos como vuelan sus soles..."

Beethoven quería construir un canto al hombre y su potencia creadora; la exaltación del ser humano como parte de la naturaleza, del día y la noche, del sol y la luna...

Ya estaba deprimido. Agobiado por sus penas. Agobiado por las deudas y la pobreza. Agobiado por la falta de comprensión de su sobrino a quien adoptó como su hijo. Y la familia cada vez más lejana. Solo y entristecido buscó fuerzas en su corazón; quería rescatar de ahí la alegría por vivir, y sobre todo la fraternidad humana y la libertad.

Quería construir un canto al hombre y su potencia creadora; la exaltación del ser humano como parte de la naturaleza, del día y la noche, del sol y la luna, del aire y el viento, del amanecer y el atardecer; del nacer de la roca como del rosal; del mar y la tierra. Estaba agobiado y quería decir que no todo terminaba: que siempre hay un qué y por qué y para qué.}

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Así que en 1818, Ludwig van Beethoven recordó el poema de Friedrich Schiller que leyó en 1793 a los veintitrés años, y que tanto le impresionó por su emotividad, su alegría de vivir y por dar gracias a la vida y a Dios por este regalo. Era el ingreso al romanticismo europeo y ahí estaba dispuesta aquella elegía. Y ya era el momento de incluirla en su Novena Sinfonía, en plena madurez creativa.

Entre 1818 y 1824 compuso el monumento de la inteligencia, el talento, la hermandad y la aspiración fraterna de los seres vivientes: el poema “ Oda a la Alegría” con el marco de una sinfonía “ Coral”, que es el momento cúspide de la creación humana.

La obra de Beethoven caló fuerte en su momento. Pero luego cayó en silencio y no fue sino hasta comienzos del siglo XX cuando gracias a Gustav Mahler recupera terreno y poco a poco se convierte en la voz múltiple de hombres y mujeres en tiempo de guerra y en tiempo de paz... El hombre por encima de sus conflictos y sus confrontaciones; el ideal terrenal de vivir en armonía entre los hombres y en su territorio natural: la libertad.

Por entonces, en general las sinfonías eran instrumentales para orquesta. Cada instrumento tenía su tarea individual y en conjunto, pero Beethoven introdujo una novedad que sorprendió a todos: la voz humana como parte importante del todo. Lo coral. La expresión del hombre y mujer para formar parte del universo monumental. La voz tendría el mismo peso que el de cada instrumento en la sinfonía.

Se estrenó el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, junto con la obertura de Die Weihe des Hauses y las tres primeras partes de la Missa Solemnis.

➡️ El consentimiento de Vanessa Springora, literatura como acto de liberación

Aquella noche dirigió a la orquesta sinfónica Beethoven. Regresaba después de diez años de ausencia. Y esta sería la última vez. No escuchó su obra. Estaba sordo. Pero la conocía y sabía que había compuesto una obra de arte.

Fue un éxito colosal. El público exaltado aplaudía sin cesar. Beethoven perdido en sí miraba fijo a la orquesta sin darse cuenta, hasta que una cantante le pidió que volteara hacia el público que, de pie, le agradecía la obra. Él sonreía entre azorado y triunfante. La orquesta de pie le aplaudía. El teatro se desgranaba. La gente se abrazaba con fraternidad: entendieron y aprendían la lección de vida. Luego se refugió de nueva cuenta en su silencio. No volvió a salir. Tres años después murió:

Foto: classicalmusicvideosyt

“A las cinco de la tarde del 26 marzo de 1827 se levantó en Viena un fuerte viento que momentos después se transformaría en una impetuosa tormenta. En la penumbra de su alcoba, un hombre consumido por la agonía está a punto de exhalar su último suspiro.

“Un intenso relámpago ilumina por unos segundos el lecho de muerte. Aunque no ha podido escuchar el trueno que resuena a continuación, el hombre se despierta sobresaltado, mira fijamente al infinito con sus ojos ígneos, levanta la mano derecha con el puño cerrado en un último gesto entre amenazador y suplicante y cae hacia atrás sin vida”. (“ Historias”)

Hace doscientos cincuenta años nació en Bonn, Alemania, en 1770, de origen flamenco. Su padre era músico de capilla, como su abuelo Ludwig, por el que lo nombraron así.

Fue el segundo hijo de la familia. El primero murió al poco tiempo de nacer, así que Ludwig pasó a ser el primogénito y quien desde pequeño dio muestras de tener vocación por la música. Le gustaba la ejecución, sobre todo al piano. Era genial. Sabía interpretar como también improvisar. Le sugerían un pequeño tema y de ahí derivaba en una construcción musical mayor.

A los nueve años lo tomó como alumno el organista Christian Gottlob Neefe. Fue él quien le mostró y explicó la grandeza de Johann Sebastián Bach, por el que siempre profesaría una profunda devoción; así como por Mozart. Sus dos grandes modelos.

➡️ Alejandra Frausto se disculpa por chat para "desactivar colectivos"

Integrante de la orquesta de la corte de Bonn, en 1787 viajó a Viena para hacerse alumno de Mozart pero su madre enfermó y tuvo que regresar de urgencia a Bonn. Ella murió unas semanas después.

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En 1792 viajó de nuevo a Austria para trabajar con Haydn y Antonio Salieri. En 1795 dio un concierto como pianista, tenía veinticinco años y aquello fue un gran éxito, pero un año después comenzó a sufrir malestares en los oídos, los que en 1915 lo privaron de escuchar. Decidió entonces no seguir como intérprete, pero sí como compositor.

En el ambiente musical europeo figuraban grandes músicos con distintos estilos y alturas, o su herencia: Bach, el maestro del Barroco ya era un dios; Franz Joseph Haydn y Amadeus Mozart, eran los representantes supremos de la escuela clásica; Brahms, Chopin, Berlioz y Liszt, estaban en pleno auge del romanticismo. Pero Beethoven ya era otra cosa...

La innovación, el coraje, el ímpetu, la estructura musical, la intensidad y profundidad de su obra calaron en el ambiente musical de Europa. Según James Rhodes, “Antes de Beethoven, los compositores trabajaban para la gloria de Dios. O para mecenas. Beethoven escribió para sí mismo”.

Y él sabía la magnitud de su obre; lo dijo así en algún momento de su vida: “Siempre habrá muchos príncipes y emperadores, pero sólo habrá un Beethoven”. Tenía un gran ego. Conocía sus alcances. Lo que le atrajo el respeto de muchos, pero también la animadversión de tantos.

Era irascible. Se molestaba con frecuencia. Adusto. Silencioso. En parte por su problema auditivo, pero también por su intolerancia hacia lo que consideraba fuera de su propia razón. No se casó. Tuvo varios intentos, pero no funcionaron. A algunas de las mujeres a las que amó les dedicó parte de su obra, sin embargo, no hubo conclusión y se mantuvo así hasta su muerte.

En 1805 compuso “ Heroica” una obra que por sí misma le valdría la gloria. Originalmente dedicada a Napoleón, aunque después, decepcionado, retira la dedicatoria. Es dos veces más larga que cualquier otra sinfonía antes escrita para orquesta. Y en adelante su Quinta sinfonía, descrita por Forster, es “el ruido más sublime que jamás haya penetrado en el oído del hombre”, tiene una estructura entera que se erige a partir de cuatro notas de golpe de martillo. Su música es única: nada parecido ha sido creado, nada lo alcanzará.” (Rhodes)

‘El drama del héroe convertido en titán llegó a su cumbre en la quinta sinfonía, dramatismo que se apacigua con la expresión de la naturaleza en la sexta, en la mayor alegría de la séptima y en la serenidad de la octava’, ambas éstas últimas de 1812.

➡️ Martín Caparrós aborda el temor a la muerte en su novela Sinfín

Sus biógrafos dividen su vida musical en tres etapas creativas: La primera abarca sus composiciones hasta 1800, caracterizadas por seguir de cerca el modelo clásico de Mozart y Joseph Haydn; la segunda va de 1801 a 1814, período de madurez, con obras muy originales en las que Beethoven luce un dominio absoluto de la forma y la expresión (Fidelio, sus ocho primeras sinfonías, sus tres últimos conciertos para piano, el Concierto para violín).

Y la tercera etapa hasta su muerte. Dominada por sus obras más innovadoras y personales, la novedad de su lenguaje armónico y su forma poco convencional: la Sinfonía 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano son la culminación de Beethoven.

Sin duda un genio. Un hombre atormentado por su propia soledad e impotencia física. Un excéntrico que enfrentó al mundo de su época con sus aportaciones musicales, su instrumentación, su vigor y la intensidad y profundidad nunca igualadas. Son obras monumentales que llegan a la esencia del ser humano y lo interpretan y le muestran en su grandeza, única e indivisible.


“¡Alegría, hermoso destello de los dioses,

hija del Elíseo!

Ebrios de entusiasmo entramos,

diosa celestial, en tu santuario.

Tu hechizo une de nuevo

lo que la acerba costumbre había separado;

todos los hombres vuelven a ser hermanos

allí donde tu suave ala se posa.” (...)

joelhsantiago@gmail.com



Ya estaba deprimido. Agobiado por sus penas. Agobiado por las deudas y la pobreza. Agobiado por la falta de comprensión de su sobrino a quien adoptó como su hijo. Y la familia cada vez más lejana. Solo y entristecido buscó fuerzas en su corazón; quería rescatar de ahí la alegría por vivir, y sobre todo la fraternidad humana y la libertad.

Quería construir un canto al hombre y su potencia creadora; la exaltación del ser humano como parte de la naturaleza, del día y la noche, del sol y la luna, del aire y el viento, del amanecer y el atardecer; del nacer de la roca como del rosal; del mar y la tierra. Estaba agobiado y quería decir que no todo terminaba: que siempre hay un qué y por qué y para qué.}

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Así que en 1818, Ludwig van Beethoven recordó el poema de Friedrich Schiller que leyó en 1793 a los veintitrés años, y que tanto le impresionó por su emotividad, su alegría de vivir y por dar gracias a la vida y a Dios por este regalo. Era el ingreso al romanticismo europeo y ahí estaba dispuesta aquella elegía. Y ya era el momento de incluirla en su Novena Sinfonía, en plena madurez creativa.

Entre 1818 y 1824 compuso el monumento de la inteligencia, el talento, la hermandad y la aspiración fraterna de los seres vivientes: el poema “ Oda a la Alegría” con el marco de una sinfonía “ Coral”, que es el momento cúspide de la creación humana.

La obra de Beethoven caló fuerte en su momento. Pero luego cayó en silencio y no fue sino hasta comienzos del siglo XX cuando gracias a Gustav Mahler recupera terreno y poco a poco se convierte en la voz múltiple de hombres y mujeres en tiempo de guerra y en tiempo de paz... El hombre por encima de sus conflictos y sus confrontaciones; el ideal terrenal de vivir en armonía entre los hombres y en su territorio natural: la libertad.

Por entonces, en general las sinfonías eran instrumentales para orquesta. Cada instrumento tenía su tarea individual y en conjunto, pero Beethoven introdujo una novedad que sorprendió a todos: la voz humana como parte importante del todo. Lo coral. La expresión del hombre y mujer para formar parte del universo monumental. La voz tendría el mismo peso que el de cada instrumento en la sinfonía.

Se estrenó el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, junto con la obertura de Die Weihe des Hauses y las tres primeras partes de la Missa Solemnis.

➡️ El consentimiento de Vanessa Springora, literatura como acto de liberación

Aquella noche dirigió a la orquesta sinfónica Beethoven. Regresaba después de diez años de ausencia. Y esta sería la última vez. No escuchó su obra. Estaba sordo. Pero la conocía y sabía que había compuesto una obra de arte.

Fue un éxito colosal. El público exaltado aplaudía sin cesar. Beethoven perdido en sí miraba fijo a la orquesta sin darse cuenta, hasta que una cantante le pidió que volteara hacia el público que, de pie, le agradecía la obra. Él sonreía entre azorado y triunfante. La orquesta de pie le aplaudía. El teatro se desgranaba. La gente se abrazaba con fraternidad: entendieron y aprendían la lección de vida. Luego se refugió de nueva cuenta en su silencio. No volvió a salir. Tres años después murió:

Foto: classicalmusicvideosyt

“A las cinco de la tarde del 26 marzo de 1827 se levantó en Viena un fuerte viento que momentos después se transformaría en una impetuosa tormenta. En la penumbra de su alcoba, un hombre consumido por la agonía está a punto de exhalar su último suspiro.

“Un intenso relámpago ilumina por unos segundos el lecho de muerte. Aunque no ha podido escuchar el trueno que resuena a continuación, el hombre se despierta sobresaltado, mira fijamente al infinito con sus ojos ígneos, levanta la mano derecha con el puño cerrado en un último gesto entre amenazador y suplicante y cae hacia atrás sin vida”. (“ Historias”)

Hace doscientos cincuenta años nació en Bonn, Alemania, en 1770, de origen flamenco. Su padre era músico de capilla, como su abuelo Ludwig, por el que lo nombraron así.

Fue el segundo hijo de la familia. El primero murió al poco tiempo de nacer, así que Ludwig pasó a ser el primogénito y quien desde pequeño dio muestras de tener vocación por la música. Le gustaba la ejecución, sobre todo al piano. Era genial. Sabía interpretar como también improvisar. Le sugerían un pequeño tema y de ahí derivaba en una construcción musical mayor.

A los nueve años lo tomó como alumno el organista Christian Gottlob Neefe. Fue él quien le mostró y explicó la grandeza de Johann Sebastián Bach, por el que siempre profesaría una profunda devoción; así como por Mozart. Sus dos grandes modelos.

➡️ Alejandra Frausto se disculpa por chat para "desactivar colectivos"

Integrante de la orquesta de la corte de Bonn, en 1787 viajó a Viena para hacerse alumno de Mozart pero su madre enfermó y tuvo que regresar de urgencia a Bonn. Ella murió unas semanas después.

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En 1792 viajó de nuevo a Austria para trabajar con Haydn y Antonio Salieri. En 1795 dio un concierto como pianista, tenía veinticinco años y aquello fue un gran éxito, pero un año después comenzó a sufrir malestares en los oídos, los que en 1915 lo privaron de escuchar. Decidió entonces no seguir como intérprete, pero sí como compositor.

En el ambiente musical europeo figuraban grandes músicos con distintos estilos y alturas, o su herencia: Bach, el maestro del Barroco ya era un dios; Franz Joseph Haydn y Amadeus Mozart, eran los representantes supremos de la escuela clásica; Brahms, Chopin, Berlioz y Liszt, estaban en pleno auge del romanticismo. Pero Beethoven ya era otra cosa...

La innovación, el coraje, el ímpetu, la estructura musical, la intensidad y profundidad de su obra calaron en el ambiente musical de Europa. Según James Rhodes, “Antes de Beethoven, los compositores trabajaban para la gloria de Dios. O para mecenas. Beethoven escribió para sí mismo”.

Y él sabía la magnitud de su obre; lo dijo así en algún momento de su vida: “Siempre habrá muchos príncipes y emperadores, pero sólo habrá un Beethoven”. Tenía un gran ego. Conocía sus alcances. Lo que le atrajo el respeto de muchos, pero también la animadversión de tantos.

Era irascible. Se molestaba con frecuencia. Adusto. Silencioso. En parte por su problema auditivo, pero también por su intolerancia hacia lo que consideraba fuera de su propia razón. No se casó. Tuvo varios intentos, pero no funcionaron. A algunas de las mujeres a las que amó les dedicó parte de su obra, sin embargo, no hubo conclusión y se mantuvo así hasta su muerte.

En 1805 compuso “ Heroica” una obra que por sí misma le valdría la gloria. Originalmente dedicada a Napoleón, aunque después, decepcionado, retira la dedicatoria. Es dos veces más larga que cualquier otra sinfonía antes escrita para orquesta. Y en adelante su Quinta sinfonía, descrita por Forster, es “el ruido más sublime que jamás haya penetrado en el oído del hombre”, tiene una estructura entera que se erige a partir de cuatro notas de golpe de martillo. Su música es única: nada parecido ha sido creado, nada lo alcanzará.” (Rhodes)

‘El drama del héroe convertido en titán llegó a su cumbre en la quinta sinfonía, dramatismo que se apacigua con la expresión de la naturaleza en la sexta, en la mayor alegría de la séptima y en la serenidad de la octava’, ambas éstas últimas de 1812.

➡️ Martín Caparrós aborda el temor a la muerte en su novela Sinfín

Sus biógrafos dividen su vida musical en tres etapas creativas: La primera abarca sus composiciones hasta 1800, caracterizadas por seguir de cerca el modelo clásico de Mozart y Joseph Haydn; la segunda va de 1801 a 1814, período de madurez, con obras muy originales en las que Beethoven luce un dominio absoluto de la forma y la expresión (Fidelio, sus ocho primeras sinfonías, sus tres últimos conciertos para piano, el Concierto para violín).

Y la tercera etapa hasta su muerte. Dominada por sus obras más innovadoras y personales, la novedad de su lenguaje armónico y su forma poco convencional: la Sinfonía 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano son la culminación de Beethoven.

Sin duda un genio. Un hombre atormentado por su propia soledad e impotencia física. Un excéntrico que enfrentó al mundo de su época con sus aportaciones musicales, su instrumentación, su vigor y la intensidad y profundidad nunca igualadas. Son obras monumentales que llegan a la esencia del ser humano y lo interpretan y le muestran en su grandeza, única e indivisible.


“¡Alegría, hermoso destello de los dioses,

hija del Elíseo!

Ebrios de entusiasmo entramos,

diosa celestial, en tu santuario.

Tu hechizo une de nuevo

lo que la acerba costumbre había separado;

todos los hombres vuelven a ser hermanos

allí donde tu suave ala se posa.” (...)

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