Una de las cosas que me impresionó de la película “ Amor libre”, de Jaime Humberto Hermosillo (1978), es que las dos amigas protagonistas que inician su proceso de emancipación familiar, viven en un peculiar cuarto de azotea. Un cuarto de cristal.
Es una habitación en la que prácticamente todo se ve desde afuera y que está en lo alto de un edificio de departamentos. Ahí, July y Julia –así se llaman cada una- comienzan a vivir su propia vida y su perspectiva del mundo, sus pasiones y silencios. Todo desde aquella altura secreta para los demás. Y desde ahí se percibe, como si estuviera a la mano, el vuelo de los aviones que cruzan la ciudad, uno de ellos habrá de llevarse retazos de la vida de ambas.
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Otra película que también ocurre en un cuarto de azotea es, “ Un rincón cerca del cielo”, de Rogelio A. González (1952), en la que los personajes de Pedro Infante y Marga López sufren las de Caín, por su pobreza y pesares, los que –era la intención- hacen sufrir al atribulado público que salía del cine Colonial hinchado de los ojos por tanto llorar.
Los cuartos de azotea en las grandes ciudades de México son otra vida sobre la vida cotidiana de todos en la urbe; son otro mundo. Es un espacio reservado para la vida extrema, para la pobreza, para la creación también; para la locura, para ese estar fuera del mundo y lejos del mundanal ruido, que dijera Thomas Hardy.
En días claros, a la llegada a la Ciudad de México, desde el avión se perciben los grandes edificios, las grandes construcciones, las grandes avenidas, los ríos de vehículos, el correr del metro en sus tramos externos; se percibe el bullicio y la vida contante y sonante de todos que se mueven como pequeñas hormigas que pasan de un lado a otro de manera constante e interminable.
Y también, desde la altura se percibe ese otro mundo: el de los cuartos de azotea, que se ven como pústulas pegadas a las construcciones viejas o nuevas; son los que conviven con enormes tinacos de agua, con tendederos en los que la ropa y las prendas íntimas se hacen públicas..
En donde están las cosas viejas que no encuentran lugar en los domicilios; en donde se ejercitan quienes no tienen dónde más hacerlo... En donde se refugian las señoras para “platicar”... En donde, por la noche, aparecen por un rincón u otro los besos furtivos y las miradas y los suspiros lanzados al infinito sideral...
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En todo caso también son una solución de vida. En algunos casos porque ahí duerme “la muchacha de la casa”, la persona que ayuda en los quehaceres domésticos y que no está “de entrada por salida” sino que necesita estar cerca de su casa de trabajo hasta por 24 horas al día.
De los años cincuenta en adelante, los cuartos de azotea eran rentados a más bajo costo a vecinos de los que se sabía poco porque no forman parte de la vida cotidiana del resto del edificio en donde conviven los vecinos que pagan rentas o condominio.
Así que, según el Inegi y con base en el Censo de Población y Vivienda 2010, hay en la Ciudad de México 139 mil 528 viviendas en vecindades, y 7 mil 583 en cuartos de azotea. De éstos, la alcaldía Cuauhtémoc ocupa el primer lugar, con 2 mil 726, y en segundo, la Benito Juárez, con mil 588.
Que el precio promedio de una habitación de vecindad, en renta, es de 5 mil 500 pesos según el más reciente barómetro de colonias de la Ciudad de México. En contraste, la renta de un cuarto de azotea oscila entre los mil y 3 mil pesos y esto es lo que define a gran parte de esta población.
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En muchos de los casos los cuartos de azotea no tienen servicios individuales y, como en las viejas vecindades, es uno sólo, comunitario. Pero la ganancia es eso: la vida independiente; la vida fuera del ciclo vecinal a no ser por el uso de escaleras; la constante mirada a la vida desde otra perspectiva visual y, sobre todo, es tener ese “rincón cerca del cielo” a bajo costo.
Lo de las azoteas es histórico. Durante el siglo XIX comenzaron a ser utilizadas como espacio para el trabajo fotográfico una vez que llegó a México el daguerrotipo y los viejos sistemas de captación de imagen. Se requería iluminación y, a falta de luz eléctrica, la luz solar era buena:
“En 1839 no existía la luz eléctrica en México, y por lo tanto, los artistas dedicados al retrato en miniatura necesitaban iluminación solar para pintar en sus estudios, condición que se conseguía en las azoteas y terrazas de edificios altos, espacios que después fueron ocupados por los primeros fotógrafos tras la desaparición paulatina del oficio del miniaturista.” (...)
““Con el paso de las décadas se determinó que, para una mejor iluminación en el estudio fotográfico, se requería de un techo y de una pared de cristal, el techo tenía que tener una inclinación a 45 grados y orientado de preferencia al norte, ya que se recibía una luz más uniforme y duraba más tiempo”. [Reyna Paz Avendaño]
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Aunque años después también tuvieron una etapa de auge creativo. Porque a los cuartos de azotea llegaron intelectuales y artistas que, de grado o por fuerza, recurrieron a vivir en las alturas y sin límites. ‘ Un lugar sin límites’, parafraseando a José Donoso.
Valeria Luiselli, en un excelente ensayo sobre la vida creativa en las azoteas de la capital del país, relata cómo artistas, intelectuales, editores, fotógrafos, creativos, escritores llegaron a vivir en cuartos de azotea de viejos edificios en México.
“En los años 20 un grupo de artistas y escritores como el Dr Atl, Nahui Ollin, Tina Modotti, Edward Weston o Salvador Novo, entre otros, ocuparon cuartos de azotea en la Ciudad de México en los que encontraron un espacio semi-invisible, ideal para la trasgresión y la expansión de barreras sociales y culturales”.
Alrededor de 1908 –dice- Alfonso Reyes vivió y trabajó en un cuarto de azotea situado en la avenida Isabel la Católica. Esto es previo al inicio de la Revolución Mexicana en la que su padre, don Bernardo Reyes, perdería la vida. Él lo escribió así:
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“Los domingos, cuando ya los vidrios de las ventanas altas parecen, con la roja luz que reflejan, bocas de hornos encendidos; a poco que el sol se hace más soportable y arrastra sobre la ciudad sus rayos horizontales, la gente de México aparece en las azoteas y se da a mirar las calles, a mirar el cielo, a espiar las casas vecinas, a no hacer nada…
“He aquí que surge por las azoteas la gente aburrida, hombres que se están largo tiempo reclinados sobre el antepecho, mirando alguna diminuta figura que se mueve por otra azotea, en el horizonte, a lo más lejano que alcanzan los ojos. Otras veces, son grupos de muchachos que improvisan estrados sobre la irregular superficie de la azotea y charlan y ríen con sonoros gritos sintiéndose acaso, en esta altura, un poco libertados del enojoso ambiente humano y a cuyo porte da más aire de familiaridad el andar en mangas de camisa —pues en una azotea nadie tiene vergüenza de exhibirse así —.”
Ya al comienzo de la segunda década del siglo XX aquellas azoteas comenzaron a recibir a gente que era y sería notable: La antropóloga y editora estadounidense Frances Toor, la fotógrafa italiana Tina Modotti, el fotógrafo estadounidense Edward Weston, el pintor mexicano Dr Atl, la pintora, poeta y modelo Nahui Ollin, el muralista y pintor Roberto Montenegro, los poetas mexicanos Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, y el pintor Joaquín Clausell.
El ‘despertar a la vida’ de Salvador Novo ocurrió en la azotea de una casa: en el cuarto de servicio, según relata en su autobiografía “ La estatua de sal”.
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Las famosas fotografías al desnudo de Tina Modotti fueron hechas en la azotea que habitaba en el edificio de Veracruz esquina con Mazatlán. Las tomó Edward Weston, sin importar la rechifla de las vecinas y la mirada lasciva de los vecinos: era la libertad puesta al sol en la azotea de aquella que era ‘su casa’, a fin de cuentas.
Y tanto más que se puede decir de ese otro mundo que habita en los cuartos de azotea: Solitarios. Estudiantes. Comerciantes. Trabajadores y trabajadores domésticos. Gente de oficios. Precariedad y libertad.
De todo en ese mundo que parece invisible para millones, pero que está ahí, que nos atisba, que nos ve, que nos define, que nos califica, que nos cuenta uno a uno, desde esas azoteas que son aquel mundo, su mundo desde el que otro México parece existir, parece vibrar y respirar, que mira a lo lejos y que se guarda en sus propios sueños, mientras los demás duermen.
joelhsantiago@gmail.com