Cuando sucedió esta conversación, Igor Ramírez García-Peralta estaba a punto de mudarse, de una finca en Ibiza, a una isla, de la cual se reservó el nombre. Iría, como ha vivido en los últimos años, solo con sus animales.
El escritor nacido en Cuba, que creció en México y Alemania, vive en una especie de retiro que le permitió escribir su primera novela luego de abandonar su trabajo como asistente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, editor de una revista de lujo y gestor cultural en España.
Ese horrible deseo de pertenecer (Emecé 2021) habla de la soledad, de sentirse ajeno pues León, su protagonista, es un hijo no reconocido por su padre y crece junto a su madre y la abuela, que llevan una pesada carga de culpas. Explícita y con frecuencia perturbadora, la novela narra la historia de crecimiento de un joven homosexual entre el placer y el dolor.
Una novela erótica que surgió de forma natural, explica el autor. “Los encuentros que tiene León, son momentos importantes en su vida, icluso, puntos de inflexión. No pensé escribir una novela erótica, más bien el personaje estaba en una encrucijada y esos encuentros sexuales que tiene le van cambiando la vida. Aunque la próxima novela también tiene mucho de eso, así que puede ser el terreno en el que me voy a adentrar”, afirma Ramírez.
Sin ser exactamente autobiográfico, el libro sí tiene mucho de la vida del autor. “ León percibe la vida dese un punto honesto, como también yo lo veo, he aprendido a ver la belleza en lo grotesco y esa parte grotesca que tiene la belleza. La novela tiene que ver con lo que aprendemos a través el dolor, es uno de nuestros maestros más grandes, lo digo con respeto, más en los tiempos que estamos viviendo: Procuremos que el dolor no sea en vano. Y que se vaya una vez que nos ha enseñado lo que nos tiene que enseñar”.
A propósito del recorrido que el protagonista hace hasta encontrarse, agrega: “Es algo que me toca mucho, tengo una vida bastante solitaria, ahora estoy respondiendo en casa de un amigo, porque en la mía el wifi está fatal. Vivo en el norte de Ibiza, en una finca solo con mis animales; me tardé 36 años en aprender a vivir con la soledad, disfrutarla y hacerla buena compañía para mí mismo”.
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Y es que prácticamente ha pasado toda su vida trabajando en lo que ahora es su primera novela. “Escribir me llevó 34 años. Acabé la novela cuando tenía 37. La empecé a escribir antes de saber escribir, de eso no tengo duda. Ya de sentarme en la computadora, dos años y otros dos en editarla. Vivía en Madrid y estuve en un taller con Pablo Simoneti, un escritor chileno que además de ser un gran amigo es un mentor fundamental, me vine una temporada a Ibiza con el pretexto de acabarla, pero ya sabía que me iba a quedar aquí, por lo menos por un tiempo, ha sido el espacio ideal para escribir. Estoy contento conmigo, muy orgulloso de la paz que siento, pero aún con esa paz y tranquilidad, el deseo de pertenecer se asoma por ahí de vez en cuando. Es una constante y hay algo de belleza en ello, es una cosa muy humana, la veo con cierta ternura, en mis novelas intento plasmar eso que hemos sentido todos”.
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