/ viernes 27 de octubre de 2023

Las lenguas indígenas en la música moderna

El etnomusicólogo Humberto Sánchez traza una estampa de cómo estos grupos musicales han ido ganando espacios dentro y fuera de sus comunidades desde mediados de los 90

Tras el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, comenzaron a surgir los primeros atisbos del rock indígena mexicano, los cuales buscaron reivindicar sus lenguas y sus culturas. Ese fue el caso de las bandas Hamac Caziim, de Sonora, creada en 1995, y Sak Tzevul, de Chiapas, en 1996, consideradas las primeras del país.

Casi 30 años después, es reconocible toda una escena musical de diferentes lenguas originarias que no sólo ha cultivado el rock, sino que ha integrado más géneros urbanos como el blues, el punk, el reggae, el metal y el rap. Son más de 100 grupos que llegan a buscan participar en encuentros nacionales gubernamentales, según cuenta el etnomusicólogo Humberto Sánchez, especialista en músicas indígenas contemporáneas de la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en entrevista con El Sol de México.

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Plataformas de expresión

La búsqueda de espacios para dar a conocer su trabajo ha representado para cada grupo o solista, una serie de dinámicas, luchas y resistencias dentro de un sistema cultural y musical complejo, que incluso va más allá del sólo reconocimiento de sus lenguas.

“Una de las hipótesis por las cuales las comunidades originarias se han sentido motivadas a interpretar estos nuevos géneros, es que los hacen sentir más parte de una contemporaneidad y de la globalización; aunque hay que tener cuidado con esa idea, porque otros grupos con ritmos tradicionales, como Venado Azul o Huichol Musical, son muy populares e incluso han grabado en Estados Unidos. Por eso es que se tendría que pensar cada caso.

“Del rock, algo que llama la atención es que es un ensamble, por lo que obligadamente tiene un sentido de compartir y mutuo entendimiento, así que tiene un gran valor porque provoca ‘comunalidad’. Mientras que, el rap les permite hablar y denunciar situaciones de violencia, discriminación, clasismo o pérdida de la lengua, con la consigna rapera de stay true (mantenerse verdaderos), por hablar sólo de estos ejemplos”, apunta el especialista, quien ha estudiado este tipo expresiones en comunidades tzotziles y otomíes, en México, y quichua, en Ecuador.

Sánchez relata que Chiapas es la zona en la que se han presentado con mayor fuerza expresiones de estos géneros, principalmente por el movimiento musical de mediados de los 2000, conocido como Bats’i rock (Rock verdadero), liderado por bandas tzoziles como Sak Tzevul, Lumaltok, Vayijel y Yibel, entre otros; así como por iniciativa gubernamental, con la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, del entonces Consejo Nacional de la Cultura y la Artes, hoy Secretaría de Cultura, que promovieron festivales, talleres y laboratorios, recuperados en los últimos años, como el festival De tradición y nuevas rolas.

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“Los grupos usan estos mecanismos gubernamentales para ‘profesionalizarse’. Aparte de la iniciativa particular, hay más aspiraciones que tienen los músicos, como presentarse en otras partes del país, grabar e incluso intentar ganar premios. Pero lo que sí hace falta son productoras, porque como se trata de un ámbito cultural, se piensa que todo lo tiene que auspiciar el gobierno”, afirma el especialista.

En este sentido, afirma que falta más presencia de mediadores (representantes, productores y managers), que sirvan de guía a las bandas para que encuentren la visibilidad que buscan y con la autonomía musical que desean.

La búsqueda de espacios para dar a conocer su trabajo ha representado para cada grupo o solista, una serie de dinámicas, luchas y resistencias. | Foto: cortesía Ireri

“Ellos son chavos que vienen de comunidades con dinámicas sociales diferentes, que no se han tenido que enfrentar a la democracia en el circuito musical. Son lógicas que sin los mediadores pueden llegar a desanimarlos, aunque recientemente han logrado superar esa ausencia por un acercamiento propio a través de las redes sociales. Así es que ahora se graban y producen e incluso se promocionan ellos mismos. Tienen mucho esta idea de ‘hazlo tu mismo’, que es adonde creo se está yendo el movimiento”.

Resistencias dentro de las comunicades

El especialista comenta que también para las bandas de rock en lenguas originarias el desarrollarse dentro de sus comunidades es difícil, en principio porque “todo lo nuevo puede parecer chocante”. Lo cual tiene un trasfondo antropológico, “las comunidades tienen sistemas musicales particulares que admiten o rechazan sonoridades”, que no necesariamente niegan lo extranjero.

“Los jóvenes tienen una función muy particular, que es integrar estos géneros al sistema musical, pero obviamente se van a enfrentar a resistencias. Sobre todo los que ostentan cargos de reconocimiento de la comunidad, como son músicos tradicionales, que en el caso de Chiapas son vitalicios, designados por los dioses, con una alta jerarquía”, comenta y pone como ejemplo al baterista de Yibel, que es hijo del músico tradicional de su pueblo.

Sin embargo, también apunta que hay casos contrarios, como el de la banda Arme, originaria de Chitejé de Garabato, en Querétaro, donde ya había un sistema musical que reconocía ampliamente el rock urbano como suyo y que, sin ser hablantes nativos del otomí, comenzaron a utilizar esa lengua para recuperar elementos de su lengua.

Más que artesanías

Con el ejemplo de la banda Lumaltok, que recientemente se presentó en el 51 Cervantino, cuyos integrantes se declaran con la intención de no ser promovidos ni vistos sólo como “elementos antropológicos”, Humberto Sánchez, explica un fenómeno, que él llama “dialogismo entre códigos locales y globales, donde prevalece lo local”, y menciona como ejemplo al guitarrista Zanate, de Lumaltok, quien toca largos solos de guitarra por la influencia de Jimi Hendrix, pero también porque en su comunidad las piezas tradicionales son muy largas.

Otro ejemplo es el relato del momento en que en el año 2000, en el primer encuentro de grupos en lenguas originarias, llamado Del costumbre al Rock, el vocalista de Hamac Caziim, “El Indio”, fue cuestionado por un roquero famoso consolidado de la ola ochentera, por “no quedarle el cabello largo y ser pura pose”, a lo que el músico de la etnia Seri le contestó que se trataba realmente de un elemento milenario de su cultura.

Para las bandas de rock en lenguas originarias el desarrollarse dentro de sus comunidades es difícil. | Foto: cortesía Paradise

“Mucha gente que se les ha acercado quieren ver los elementos exóticos, el llamado mexican corious, como si fueran artesanías. Lo que hacen algunas bandas como Lumaltok, es negociar eso, pues quieren ser destacados en la escena del rock nacional, pero no que se les asocie directamente con que son pertenecientes a una comunidad indígena, pues ellos quieren demostrar que son buenos músicos con piezas originales”, dice el musicólogo.

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Ante la compleja lectura que se puede hacer de la situación de los grupos que tocan en lenguas originarias, Humberto Sánchez, comenta que hay que estar abiertos a todas las posibilidades de expresión musical, sin prejuicios y con la idea de que se comparte más con ellos de lo que se piensa.

“Hay que ver que todos somos seres humanos, aunque tenemos diferencias culturales, al final, siempre hay algo que nos une. Eso es importante para acabar con el clasismo y el racismo, para darnos cuenta que ellos son personas que también han vivido sus propias circunstancias, igual que uno. En sus letras también se habla de corazones rotos y otros temas que nos son comunes a todos”, finaliza.

Tras el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, comenzaron a surgir los primeros atisbos del rock indígena mexicano, los cuales buscaron reivindicar sus lenguas y sus culturas. Ese fue el caso de las bandas Hamac Caziim, de Sonora, creada en 1995, y Sak Tzevul, de Chiapas, en 1996, consideradas las primeras del país.

Casi 30 años después, es reconocible toda una escena musical de diferentes lenguas originarias que no sólo ha cultivado el rock, sino que ha integrado más géneros urbanos como el blues, el punk, el reggae, el metal y el rap. Son más de 100 grupos que llegan a buscan participar en encuentros nacionales gubernamentales, según cuenta el etnomusicólogo Humberto Sánchez, especialista en músicas indígenas contemporáneas de la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en entrevista con El Sol de México.

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Plataformas de expresión

La búsqueda de espacios para dar a conocer su trabajo ha representado para cada grupo o solista, una serie de dinámicas, luchas y resistencias dentro de un sistema cultural y musical complejo, que incluso va más allá del sólo reconocimiento de sus lenguas.

“Una de las hipótesis por las cuales las comunidades originarias se han sentido motivadas a interpretar estos nuevos géneros, es que los hacen sentir más parte de una contemporaneidad y de la globalización; aunque hay que tener cuidado con esa idea, porque otros grupos con ritmos tradicionales, como Venado Azul o Huichol Musical, son muy populares e incluso han grabado en Estados Unidos. Por eso es que se tendría que pensar cada caso.

“Del rock, algo que llama la atención es que es un ensamble, por lo que obligadamente tiene un sentido de compartir y mutuo entendimiento, así que tiene un gran valor porque provoca ‘comunalidad’. Mientras que, el rap les permite hablar y denunciar situaciones de violencia, discriminación, clasismo o pérdida de la lengua, con la consigna rapera de stay true (mantenerse verdaderos), por hablar sólo de estos ejemplos”, apunta el especialista, quien ha estudiado este tipo expresiones en comunidades tzotziles y otomíes, en México, y quichua, en Ecuador.

Sánchez relata que Chiapas es la zona en la que se han presentado con mayor fuerza expresiones de estos géneros, principalmente por el movimiento musical de mediados de los 2000, conocido como Bats’i rock (Rock verdadero), liderado por bandas tzoziles como Sak Tzevul, Lumaltok, Vayijel y Yibel, entre otros; así como por iniciativa gubernamental, con la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, del entonces Consejo Nacional de la Cultura y la Artes, hoy Secretaría de Cultura, que promovieron festivales, talleres y laboratorios, recuperados en los últimos años, como el festival De tradición y nuevas rolas.

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“Los grupos usan estos mecanismos gubernamentales para ‘profesionalizarse’. Aparte de la iniciativa particular, hay más aspiraciones que tienen los músicos, como presentarse en otras partes del país, grabar e incluso intentar ganar premios. Pero lo que sí hace falta son productoras, porque como se trata de un ámbito cultural, se piensa que todo lo tiene que auspiciar el gobierno”, afirma el especialista.

En este sentido, afirma que falta más presencia de mediadores (representantes, productores y managers), que sirvan de guía a las bandas para que encuentren la visibilidad que buscan y con la autonomía musical que desean.

La búsqueda de espacios para dar a conocer su trabajo ha representado para cada grupo o solista, una serie de dinámicas, luchas y resistencias. | Foto: cortesía Ireri

“Ellos son chavos que vienen de comunidades con dinámicas sociales diferentes, que no se han tenido que enfrentar a la democracia en el circuito musical. Son lógicas que sin los mediadores pueden llegar a desanimarlos, aunque recientemente han logrado superar esa ausencia por un acercamiento propio a través de las redes sociales. Así es que ahora se graban y producen e incluso se promocionan ellos mismos. Tienen mucho esta idea de ‘hazlo tu mismo’, que es adonde creo se está yendo el movimiento”.

Resistencias dentro de las comunicades

El especialista comenta que también para las bandas de rock en lenguas originarias el desarrollarse dentro de sus comunidades es difícil, en principio porque “todo lo nuevo puede parecer chocante”. Lo cual tiene un trasfondo antropológico, “las comunidades tienen sistemas musicales particulares que admiten o rechazan sonoridades”, que no necesariamente niegan lo extranjero.

“Los jóvenes tienen una función muy particular, que es integrar estos géneros al sistema musical, pero obviamente se van a enfrentar a resistencias. Sobre todo los que ostentan cargos de reconocimiento de la comunidad, como son músicos tradicionales, que en el caso de Chiapas son vitalicios, designados por los dioses, con una alta jerarquía”, comenta y pone como ejemplo al baterista de Yibel, que es hijo del músico tradicional de su pueblo.

Sin embargo, también apunta que hay casos contrarios, como el de la banda Arme, originaria de Chitejé de Garabato, en Querétaro, donde ya había un sistema musical que reconocía ampliamente el rock urbano como suyo y que, sin ser hablantes nativos del otomí, comenzaron a utilizar esa lengua para recuperar elementos de su lengua.

Más que artesanías

Con el ejemplo de la banda Lumaltok, que recientemente se presentó en el 51 Cervantino, cuyos integrantes se declaran con la intención de no ser promovidos ni vistos sólo como “elementos antropológicos”, Humberto Sánchez, explica un fenómeno, que él llama “dialogismo entre códigos locales y globales, donde prevalece lo local”, y menciona como ejemplo al guitarrista Zanate, de Lumaltok, quien toca largos solos de guitarra por la influencia de Jimi Hendrix, pero también porque en su comunidad las piezas tradicionales son muy largas.

Otro ejemplo es el relato del momento en que en el año 2000, en el primer encuentro de grupos en lenguas originarias, llamado Del costumbre al Rock, el vocalista de Hamac Caziim, “El Indio”, fue cuestionado por un roquero famoso consolidado de la ola ochentera, por “no quedarle el cabello largo y ser pura pose”, a lo que el músico de la etnia Seri le contestó que se trataba realmente de un elemento milenario de su cultura.

Para las bandas de rock en lenguas originarias el desarrollarse dentro de sus comunidades es difícil. | Foto: cortesía Paradise

“Mucha gente que se les ha acercado quieren ver los elementos exóticos, el llamado mexican corious, como si fueran artesanías. Lo que hacen algunas bandas como Lumaltok, es negociar eso, pues quieren ser destacados en la escena del rock nacional, pero no que se les asocie directamente con que son pertenecientes a una comunidad indígena, pues ellos quieren demostrar que son buenos músicos con piezas originales”, dice el musicólogo.

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Ante la compleja lectura que se puede hacer de la situación de los grupos que tocan en lenguas originarias, Humberto Sánchez, comenta que hay que estar abiertos a todas las posibilidades de expresión musical, sin prejuicios y con la idea de que se comparte más con ellos de lo que se piensa.

“Hay que ver que todos somos seres humanos, aunque tenemos diferencias culturales, al final, siempre hay algo que nos une. Eso es importante para acabar con el clasismo y el racismo, para darnos cuenta que ellos son personas que también han vivido sus propias circunstancias, igual que uno. En sus letras también se habla de corazones rotos y otros temas que nos son comunes a todos”, finaliza.

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