Nacida en Bogotá, Beatriz Peña Trujillo es una especialista en estudios literarios cuyo trabajo como editora repercutió en publicaciones sobre desplazamiento forzado y la memoria de la guerra en Colombia. Su trayectoria como traductora literaria la llevó a ganar la Beca Nacional de Traducción del Idartes 2018 de su país.
Ahora ha alzado la voz ante una “injusticia” en donde su editor no la consultó para intervenir una obra de su autoría. Mermar de esa manera el trabajo de la traductora literaria no sólo contraviene a sus derechos morales como autora de la traducción, sino que, en ese sentido, se convierte en un atentado contra la libertad en el ámbito de las artes.
Cuéntanos un poco sobre Idartes
El Instituto Distrital de las Artes, Idartes, es la única entidad cultural pública que se ha preocupado desde hace años por dar visibilidad al traductor literario en Colombia. En otras épocas, el Idartes tuvo buenos gerentes del área de literatura y mejores editores. Y de esos mismos tiempos proviene la loable iniciativa del llamado Libro al Viento, un programa de fomento a la lectura creado por Idartes y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte en el año 2004, que busca la difusión y circulación gratuita de obras de la literatura nacional y universal entre los ciudadanos. Es en Libro al Viento en donde se publican, entre otros, los libros resultado de las becas de traducción, como es el caso de Cuentos míticos del sol, de la aurora y de la noche, una colección de cuentos populares portugueses, recopilados por Teófilo Braga, que yo traduje luego de ganar la beca de traducción al portugués del Idartes, en 2018.
Cuentos de hadas. Todo parecía de ensueño, una cosa de niños, ¿cierto?
Justamente. Recuerdo que después de ganar la beca, la primera vez que hablé con el editor del Libro al Viento, Antonio García, él se refirió a los “cuentos de hadas” que iba yo a traducir como literatura para niños y que se publicarían en la Colección Infantil del Libro al Viento. Esa misma vez, le dije que los cuentos de hadas originales no eran lo que en general se creía hoy en día, es decir, las versiones almibaradas tipo Disney, e incluso bromeamos sobre eso. No imaginé en ese momento que cuando entregara la traducción empezaría a tener problemas relacionados con censura de contenidos, tanto con él como con el gerente de literatura, Alejandro Flórez.
¿A qué te refieres con eso?
A que cuando le envié al editor la primera mitad del texto, él me contactó luego de leerla. Dijo que la traducción le gustaba mucho, pero quiso convencerme “por las buenas” de que se suprimieran dos cuentos. Eso porque en esos cuentos había ciertos personajes negros que eran maltratados por los blancos.
El editor, por supuesto, no había leído previamente el libro en portugués y se enteró, cuando leyó la traducción, de que los “cuentos de hadas” no eran lo que él creía. Vio que estos cuentos de hadas no eran las historias asépticas que se comercializan desde hace tiempo como literatura para niños, sino que narran un mundo en el que, por ejemplo, además de valor e ingenio hay injusticias, miedo, crueldad, maldad y, por supuesto, soluciones mágicas que ayudan al héroe a sortear escollos. Todo, sin pasar en absoluto por el filtro de la corrección política.
¿Cuál es el contexto necesario para entender Cuentos míticos del sol, de la aurora y de la noche?
Recordemos que la literatura popular recogida en el siglo XIX de la tradición oral, y entre ésta los llamados cuentos de hadas, no pasa por consideraciones de lo que es políticamente correcto en nuestros días. Y esto no es una virtud ni un defecto, simplemente es así. Es una literatura que puede comprenderse perfectamente, pero sin dejar de observar nunca su contexto. Que en este caso es el del Portugal feudal e imperial, que tenía colonias en países africanos, donde la población es negra. Y como ha sucedido históricamente, los colonizados eran considerados inferiores por los blancos del imperio. Por eso aparecen en el libro personajes negros que son personas de la servidumbre y son tratadas como tales, con los ingredientes crueles de los cuentos de hadas originales. Si el editor no hubiera sido tan miope, además de eso habría podido ver, por poner sólo un ejemplo —ahora que está en boga el discurso contra lo heteropatriarcal—, que en el libro también hay, entre otros, personajes de mujeres blancas pobres, jóvenes y viejas, sometidas al dominio del hombre, insertas en un mundo que las maltrata de muchas maneras crueles. Así que, para ser consecuente, habría tenido que intentar también la censura de tales cuentos.
¿Cómo va construyendo el editor el camino de la censura en tu caso?
Vuelvo al asunto de suprimir del libro dos de los cuentos. Puedo decir que el editor me rogó que le hiciera el favor de acceder a la censura de esos dos cuentos, ya que las secretarías de educación departamentales o los colegios públicos donde el libro se distribuiría, entre otros públicos lectores, no aceptarían esos contenidos, y sobre él recaía esa responsabilidad. De eso dependía su puesto como editor, sugirió de manera velada, y eso yo lo entendí perfectamente, pues no es fácil tener trabajo aquí, en mi país. Debo reconocer que sentí pena por él y entonces accedí, pero advertí que hasta ahí llegaba mi tolerancia y dejé muy claro que definitivamente no justificaba ese tipo de acciones. Purgar contenidos de una obra literaria implica una visión ideológica y no estética de la literatura, que yo no comparto. Le dije además que, si tanto lo preocupaba el tema, podría publicar el libro no en la Colección Infantil sino en la Universal. O publicarlo con un prólogo que contextualizara los textos. Y le recordé que el lector no es un tonto que simplemente recibe lo que le dan, sino que es capaz de pensar y reflexionar sobre lo que lee, más aún si un maestro lo guía, a propósito de su temor por lo que pensaran las secretarías de educación o los colegios públicos.
Tú ganaste una beca especializada y, sin más, de pronto tu trabajo estaba lleno de “defectos”.
Lastimosamente así fue. Cuando entregué la segunda mitad del texto traducido al editor. Al leerla, él vio que también en esta parte había aquello que llamaba “defectos” del libro, valga decir, contenidos según él inapropiados. Ahí cambió el tono cordial de antes por uno definitivamente impositivo. Me dijo que la gerencia de literatura no podía permitir eso. Yo me negué a aceptar la censura. Me dijo que el gerente decía que por qué yo “molestaba” con ese asunto, si pasados dos años el Idartes me devolvería los derechos patrimoniales de la traducción y entonces yo podría hacer lo que quisiera con ella. Mi indignación fue mayor.
Tengo entendido que el editor y el gerente quisieron asustarte…
Así es. Y es que, más adelante, el editor me contactó para decirme que yo tendría que plegarme a hacer los cambios en el libro —es decir, pasarlo por el filtro de la censura— porque él había consultado a una autoridad en literatura infantil que opinaba que el libro era largo, malo y tenía cuentos similares entre sí, y todo esto podría aburrir a los lectores infantiles, y que además tenía contenidos racistas y violentos. Y que atendiendo las recomendaciones que le había hecho esa persona, él haría una selección de los cuentos, sin importar que yo fuera la autora de la traducción. Yo a mi vez consulté a esa autoridad en la materia, a quien conozco, y ella me dijo que nunca había dicho nada sobre los contenidos, aunque sí sobre la extensión y la repetición de historias. Es decir, el editor y el gerente quisieron asustarme con esa autoridad para que cediera a la censura y, como si fuera poco, pusieron en boca de ella un juicio sobre los contenidos del texto que nunca hizo.
¿Qué piensas del Idartes en estos momentos?
Pienso que el Idartes no puede ser tan poco serio y arbitrario con el trabajo de los becarios e irrespetar sus derechos morales sobre sus traducciones. No se puede ni se debe medir la literatura con el rasero de lo que supuestamente es correcto y eso vale también en el caso del Idartes. Si así fuera, hoy en día tendríamos que eliminar del canon de la literatura universal casi todas las obras, pues dudo que alguna pudiera cumplir plenamente con las reglas de corrección política imperantes en nuestra época, que han ideologizado la literatura. Los valores en boga o las posiciones políticas tienden a privilegiarse por encima de las cualidades estéticas y de la imaginación, y por supuesto de la libertad de expresión. Y digo esto porque el valor de un libro como Cuentos míticos… no se puede juzgar desde esa perspectiva, tal como hizo el Idartes, a través del editor y del gerente de literatura. La obra tiene ciertas características puramente literarias que se recogen de la tradición oral cuyos orígenes datan de la Edad Media o incluso de antes. Es una literatura en ciernes, primitiva o primaria, y es una muestra digna de la literatura popular conocida en general como “cuentos de hadas”.
¿Qué hay de tus derechos sobre la obra traducida?
Yo escribí varias cartas al Idartes reclamando mis derechos morales sobre la traducción y exigiendo que se respetara la integridad del libro, y recibí sendas respuestas lamentables del gerente de literatura. En esas respuestas fue patente no sólo su ignorancia sino también su desprecio por el traductor literario como actor cultural y por mí, en particular, como autora de la traducción. También fue obvio que el gerente y el editor pisotearon el espíritu de las becas de traducción, las cuales justamente buscaban, hasta ese tiempo, dar visibilidad y reconocimiento al tradicionalmente desapercibido trabajo de los traductores literarios. Por los mensajes que recibí a través del editor, me quedó claro que el gerente consideraba mi trabajo literario como una mera prestación de servicios, y que habría dado igual para él que yo hubiera hecho un trabajo de albañilería que una traducción literaria.
Ahora bien, no obstante el reconocimiento final a mis derechos morales sobre la traducción y la publicación íntegra del libro, gracias a que el área jurídica del Idartes me dio la razón, pienso que en el fondo perdí la batalla debido al completo desinterés del Idartes en acceder a abrir una discusión sana y necesaria sobre el valor de la traducción literaria como un arte y sobre los derechos que tiene el traductor literario como autor. De nada me sirve, ni me honra, que mi nombre aparezca en la tapa del libro, pues sé bien lo que hubo detrás de la publicación de la obra.
En términos jurídicos salí ganando. Pero, en fin, eso no significa mucho para mí. De parte de la gerencia y del editor nunca llegó a haber un cambio de posición con respecto a que la literatura debe leerse dentro de su propio contexto de producción, y debe ser libre y no adaptada a la odiosa corrección política imperante. Y tampoco con respecto al peligro que hay en que una entidad pública, que tiene como misión promover las artes, también, promueva la censura.
Al final, ¿cómo vio la luz tu traducción?
Mi traducción resultó en un libro que se publicó a destiempo y con el más bajo perfil posible, y en el que además el editor dice en el prólogo, para justificar la aparición de contenidos incómodos para algunos, que estos cuentos populares “En gran medida son reflejo de épocas más oscuras, más bárbaras”, cosa de la cual disiento completamente.
El editor, obligado a cumplir el protocolo establecido en las becas, hizo una presentación del libro a la que yo por supuesto no asistí, puesto que él ni siquiera me contactó para que la preparáramos juntos.
¿Crees que con lo que te sucedió pierde la cultura, pierde la libertad, pierde el arte?
Así es. Pierde el arte de la traducción literaria, pierde la literatura, pierde el público de futuras publicaciones del Idartes, pierde la libertad. Desde el conflicto que hubo con mi traducción, el Idartes cambió las bases de la beca a su acomodo, para que no se presenten de nuevo reclamos como el que yo hice. Ahora, para curarse en salud, al año siguiente introdujo como condición que los becarios se plieguen a cualquier disposición del Idartes relacionada con la publicación del libro que, en ese sentido, podrá ser recortado, como en mi caso, a criterio del editor, sin consultar previamente al traductor. Es decir, el Idartes obliga ahora a los aspirantes a renunciar previamente a sus derechos morales como autores.